Gerardo Molina es uno de los personajes más importantes del siglo XX en Colombia. Cubrió prácticamente la centuria y se destacó en las diferentes actividades a las que dedicó su vida. En cada una de ellas imprimió su sello. Batalló por el cambio social y pregonó un pensamiento democrático y progresista. Navegó contra la corriente. Hoy, quiero rendir tributo al Maestro, título que con plena razón le otorgó la opinión pública del país. Al profesor y rector en las universidades Libre y Nacional de Colombia, en las que marcó su impronta transformadora. Al político que estuvo a la vanguardia de la justicia social. Al defensor de los derechos humanos. Al parlamentario ilustrado que muy joven enriqueció el debate con sus planteamientos y dejó su marca en los textos progresistas de la reforma constitucional de 1936, sobre la función social de la propiedad, sobre los derechos civiles y políticos, sobre los derechos de las mujeres, sobre el Estado laico, en la reforma universitaria propuesta por López Pumarejo y su ministro de educación, Darío Echandía, y en leyes tan importantes como la 68 de 1935, reorganizadora de la Universidad Nacional, o la Ley 200 de 1936 sobre los problemas agrarios. Al ciudadano presto a colaborar en la búsqueda de la paz en comisiones como la que creó el presidente Alberto Lleras en los inicios del Frente Nacional, y en la establecida por el presidente Belisario Betancur. Y, en especial, tratándose de un acto en esta Academia, al historiador de las ideas políticas.