La historia, en la mayor parte, es un compuesto de todas las desgracias ocasionadas en este mundo por el orgullo, la ambición, la avaricia, la venganza, la codicia, la sedición, la hipocresía, un celo inconsiderado, y por toda la serie de pasiones desordenadas que conmuevan al pueblo (the public).
No tomamos de la historia todas las lecciones de moral que pudiéramos sacar de ella. Por el contrario, si se observa con cuidado, puede servir para corromper nuestros espíritus y destruir nuestra felicidad. La historia es un gran libro abierto para nuestra instrucción; en todos los errores pasados, en todos los males que han afligido al género humano, tomamos lecciones de su sabiduría para lo futuro.
Pero en un sentido enteramente opuesto, ¿no puede servir también a la perversidad, administrar armas ofensivas y defensivas a los diferentes partidos que se formen en la Iglesia o en el Estado, procurarles medios de perpetuar o reanimar sus disensiones y animosidades, y atizar el fuego de todos los furores civiles?
Edmund Burke (1826, p. 142).