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Con los pies en la tierra y la mirada en las estrellas

Dar forma al planeta

Nos remontaremos primero al siglo III a. C., a la figura del antiguo pensador y matemático griego Eratóstenes, un claro ejemplo de cómo explorar los cielos puede revelar importantes descubrimientos sobre nuestro planeta. Eratóstenes llevó a cabo un experimento ingenioso que marcó un hito en la cartografía y la medición del territorio, proponiendo un método para calcular la circunferencia de la Tierra al observar que el Sol se proyectaba de forma diferente en dos lugares distantes de Egipto en el mismo instante del día. Al medir la diferencia en los ángulos de las sombras proyectadas, pudo hacer el referido calculo con una asombrosa precisión, lo que sigue siendo una de las aplicaciones más sorprendentes de la geometría elemental. Este experimento reforzó la idea de Pitágoras, tres siglos atrás, de que la Tierra no podía ser otra cosa que una esfera, pero fue más allá. Eratóstenes midió su curvatura, mostrando cómo la observación de los astros, en este caso nuestro Sol, podía proporcionar información valiosa sobre nuestro planeta y su geografía.

Aunque el trabajo de Eratóstenes es uno de los más conocidos de la Grecia antigua, otros como el matemático y astrónomo Ptolomeo también se inquietaron por este asunto. En su obra Geofrafía, Ptolomeo incluye su estimación del tamaño de la Tierra, bastante más inexacta que la de Eratóstenes pues consideraba al planeta mucho mas pequeño de lo que es en realidad.

Conocer la forma y el tamaño de la Tierra era de vital importancia para la navegación y el comercio ya que la precisión en la cartografía y las distancias permitía trazar rutas marítimas más seguras y eficientes, impulsando el intercambio cultural y económico entre civilizaciones. Sumado a ello, los planes de exploración y colonización dependían del conocimiento preciso de la geografía terrestre. Sin embargo, el ajustado cálculo de Eratóstenes no tuvo gran difusión durante siglos. Muestra de ello es la fallida aventura de Cristobal Colón. Fallida en cuanto a su intención de encontrar una nueva ruta hacia las ricas tierras de las Indias y establecer un vínculo comercial directo con estas navegando hacia donde se pone el Sol. Colón dedujo, basado en referencias de mapamundis y escritos antiguos, entre las que pudo estar la Geografía de Ptolomeo, que la circunferencia de la Tierra era de 24.000 km, cálculo bastante alejado del valor real, de 40.000 km. Durante sus viajes el navegante genovés realizó importantes descubrimientos geográficos, explorando diferentes islas y costas de lo que hoy conocemos como el Caribe, Centroamérica y Sudamérica, pero su creencia errónea lo llevó a sostener hasta su muerte, en 1506, que había alcanzado el extremo oriental de Asia. Su error de cálculo cambió el curso de la historia. Rápidamente, otros exploradores y cartógrafos, como Américo Vespucio, llegaron a la conclusión de que las tierras exploradas por Colón eran parte de un nuevo continente, que sería llamado América en honor a Vespucio, propuesta hecha apenas un año después de la muerte de Colón.

Pese a los ires y venires producto del boom exploratorio, el conocimiento certero de la forma de la Tierra y su cartografía precisa aún tendrían que esperar. La observación astronómica, catapultada desde que Galileo apuntó por primera vez el telescopio al firmamento en 1609, había permitido ya tener sorprendentes mapas de la cartografía lunar. El primer gran atlas de la Luna, de la cara que siempre se ve desde la Tierra, fue publicado por el astrónomo Johannes Hevelius en 1647. Cualquiera podía alzar su mirada al cielo y ver la luna llena en todo su esplendor, pero nadie era capaz de salir al espacio exterior y hacer lo propio con nuestro planeta. La Tierra había que recorrerla y explorarla in situ para saber qué aspecto tenía en su conjunto y aprender sobre sus características particulares. Justamente eso estaba haciendo el astrónomo y geógrafo francés Jean Richer cuando encontró un enigma intrigante: su reloj de péndulo oscilaba de manera diferente al acercarse al ecuador terrestre. El mismo reloj se desajustaba dos minutos y medio cada día en la Guayana Francesa respecto al tiempo que registraba en Francia. Esta observación planteó una cuestión interesante sobre la intensidad gravitatoria que accionaba el péndulo en diferentes ubicaciones del planeta, dando así origen a la ciencia de la gravimetría.

Newton ofreció una solución a este interrogante al postular que la Tierra no era una esfera perfecta, sino que presentaba un ligero achatamiento en los polos. Si la Tierra fuera perfectamente esférica, la fuerza de gravedad debería ser igual en toda su superficie ya que la distancia al centro sería la misma para cualquier punto. Esta afirmación era una consecuencia directa de su ley de la gravitación universal, que estableció cómo los cuerpos interactúan entre sí a través de la fuerza gravitacional y que aplicaba tanto para el ámbito terrestre como para el sidéreo.

El nuevo paradigma de la gravedad no solo permitió entender el movimiento de los cuerpos celestes, sino que ayudó a comprender la dinámica de nuestro propio planeta, incluidos fenómenos geológicos como las mareas, abriendo la puerta a una nueva era en la física y la astronomía. Según los cálculos de Newton, el diámetro polar de la Tierra debía ser aproximadamente un 0,5 % más corto que el diámetro ecuatorial, equivalente a una diferencia de 43 km sobre un diámetro total de 12.742 km. Este sería el comienzo de un desafío que motivó viajes de exploración científica para confirmar o desmentir los cálculos del célebre genio británico.

Dame algunos instrumentos astronómicos y mediré el mundo

Desde finales del siglo XVII y durante la primera mitad del XVIII la determinación precisa de la forma de la Tierra se convirtió en un apasionante objetivo científico, casi una obsesión, pues suscitaba gran controversia entre la comunidad científica europea. El dilema de la esfericidad del planeta incluía a los que creían que tenia forma de limón, alargada en los polos y contraída en el ecuador, entre los que estaban René Descartes y el director del Observatorio de París, Giovanni Domenico Cassini, y los que sostenían que era más parecida a una sandía, achatada en los polos y ensanchada en el ecuador, como planteaba Newton. La situación había tomado incluso tintes ideológicos y nacionalistas entre dos bandos, denominados cartesianos (Francia) y newtonianos (Inglaterra). La solución requería de mediciones precisas de la longitud de dos arcos del meridiano terrestre, uno de ellos localizado cerca del ecuador y el otro, cerca de la zona polar. Comparando los resultados de las mediciones se podría resolver la cuestión.

Así germinaron expediciones científicas con el propósito de realizar dos tareas principales, una geodésica —de mediciones sobre la superficie terrestre para determinar la longitud del arco de meridiano— y otra astronómica —con observaciones de estrellas para determinar las coordenadas de los extremos de dicho arco y obtener ángulos con vértices en el centro de la Tierra—. Si se lograba recopilar datos en varias posiciones a lo largo del meridiano, se podía calcular la longitud del arco de meridiano entre esos dos puntos. Además de los sextantes, los telescopios eran esenciales para observar con detalle estrellas y cuerpos celestes, mejorando la precisión para determinar, por ejemplo, la hora local.

La Academia Francesa organizó dos expediciones para medir la longitud de un grado del meridiano terrestre en las regiones árticas y otro en la zona ecuatorial. La primera fue liderada por el matemático y astrónomo francés Pierre Louis Moreau de Maupertuis en 1736. Partiendo de Francia, la audaz misión llegó a Laponia, a una latitud de 66º 20’, y logró realizar las meticulosas observaciones celestes para calcular la curvatura de la Tierra. Por su parte, la expedición de América del Sur, a la Real Audiencia de Quito en el antiguo Virreinato del Perú, denominada Misión Geodésica Francesa, estuvo al mando de Charles Marie de La Condamine, quien, siendo militar de profesión, había centrado sus intereses en las matemáticas y las exploraciones geográficas. El grupo incluía a los notables marineros y expedicionarios españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa. A pesar de enfrentar desafíos como enfermedades tropicales, el equipo logró mediciones precisas. Los resultados fueron contundentes. La forma de la Tierra correspondía a un esferoide achatado hacia los polos, dando la razón a Newton y zanjando la discusión. La causa del achatamiento es el efecto de la rotación terrestre, debido al cual se desplaza masa hacia las regiones cercanas al ecuador. Como resultado, una persona ubicada cerca a este está más alejada del centro de la Tierra en comparación con alguien en los polos, lo que se traduce en una intensidad gravitatoria ligeramente mayor en los polos que en el ecuador. Una consecuencia de la elipsoidalidad en la forma del planeta es que el punto más alejado del centro de la Tierra sea la cima del volcán Chimborazo y no la del monte Everest.

La Misión Geodésica también determinó la posición de la línea ecuatorial. Alrededor de cien años después de la visita de los científicos franceses y españoles se llevaría a cabo la separación de la provincia del sur de la Gran Colombia que formaría la República del Ecuador. El legado de estas valientes exploraciones resultó ser de un impacto incalculable. No solo confirmaron la teoría del achatamiento terrestre, sino que sentaron las bases para el desarrollo de la geodesia, fortaleciendo la conexión entre la cartografía y la astronomía como herramientas esenciales para explorar y comprender nuestro planeta.

La participación de los españoles en la expedición científica fue crucial para proporcionar una amplia y valiosa fuente de información al Reino de España sobre las tierras visitadas, abarcando aspectos que incluyeron la geografía, la historia, la botánica, la agricultura, la sociedad, la política y muchos más. Estas contribuciones enriquecieron considerablemente el conocimiento sobre las regiones exploradas y dejaron un legado significativo en distintos campos del saber. En particular, Jorge Juan fue clave para estimular importantes desarrollos en el ámbito de la astronomía. Entre otros, se destacó la creación del Observatorio Astronómico de la Armada de Cádiz en 1753. Además, se planteó la propuesta de establecer otro observatorio en Madrid, que finalmente se inauguraría en 1790, bajo el reinado de Carlos IV, con el nombre de Real Observatorio de Madrid. Ambos observatorios jugaron un papel fundamental para consolidar la astronomía y la geodesia en España, contribuyendo a mejorar la navegación, la cartografía y el conocimiento científico en general. Todo ese invaluable acervo científico y cultural se convertiría así mismo en un factor trascendental para el contexto de la ciencia en el actual territorio colombiano.

Un legado de exploración y conocimiento

El anhelo de exploración —que se proponía conocer el territorio, estudiar los confines de la Tierra y mas allá— tuvo repercusiones que nos traen a nuestro entorno local y que se tradujeron en dos trascendentales expediciones.

La Real Expedición Botánica, liderada por el ilustre gaditano José Celestino Mutis desde 1783, fue un despliegue de conocimiento que trascendió el estudio de la flora, integrando a la astronomía y la cartografía como las compañeras inseparables que habían sido en las diversas gestas científicas que hemos recordado aquí. Con el sextante en mano y muchos otros instrumentos, intrépidos expedicionarios se disponían a descubrir el territorio, logrando enlazar diversas disciplinas científicas como nunca se había hecho en estas latitudes y sentando las bases para futuros descubrimientos y avances científicos en todo el mundo. También trascendió las fronteras del territorio, llegando a oídos de grandes expedicionarios, como Alexander von Humboldt, que no dudaron en reconocer la inédita fuente de conocimiento que germinaba y quisieron tener ante sus propios ojos las maravillas que se describían.

El nuevo paradigma de la gravedad no solo permitió entender el movimiento de los cuerpos celestes, sino que ayudó a comprender la dinámica de nuestro propio planeta, incluidos fenómenos geológicos como las mareas, abriendo la puerta a una nueva era en la física y la astronomía.”

En ese contexto se crea el primer observatorio astronómico en el Nuevo Mundo, destinado a mediciones meteorológicas y observaciones astronómicas para apoyar los objetivos de la Expedición Botánica. La fundación del Observatorio Astronómico de Santafé el 20 de agosto de 1803 fue un logro del sabio Mutis, producto de su gran motivación por el desarrollo científico multidisciplinario y estuvo a la vanguardia de la ciencia de la época, que tenía a la astronomía como un pilar fundamental para la mayoría de los objetivos científicos. Mutis tenia las referencias del Observatorio de su natal Cádiz, y el de Madrid, y poseía una de las más grandes bibliotecas de astronomía allende el Atlántico, que sorprendió al mismísimo Humboldt.

Con Francisco José de Caldas en la dirección del nuevo observatorio neogranadino, recomendado por el propio Humboldt después de ver las habilidades del payanés, se da un impulso a la observación del firmamento, las mediciones altimétricas y la elaboración de numerosos planos y mapas. El emblemático edificio, diseñado por uno de los más destacados arquitectos de la época colonial, el capuchino Domingo de Petrés, ha sido testigo de la historia de la ciencia y la cultura en nuestra nación, albergando las reuniones de los jóvenes criollos ilustrados que forjaron el Movimiento Juntista y representaron el germen del proceso que condujo a la independencia.

Una vez concluida la Expedición, y después del movimiento independentista, los territorios de la antigua Nueva Granada conformaron la Gran Colombia en 1819, y pasarían un par de décadas en las que la ciencia se desarrolló tímidamente, hasta que tuvo lugar la segunda gran expedición: la denominada Comisión Corográfica, que pretendía hacer una descripción exhaustiva de las características físicas, sociales, culturales y económicas de los territorios recientemente independizados. Mutis y Humboldt, con su profundo interés en la naturaleza y el cosmos, habían contribuido a sentar las bases de la ciencia en Colombia y a despertar la curiosidad por el conocimiento científico. Para liderar esta gran cruzada a través de los Andes y los Llanos colombianos se encomendó al ingeniero militar Agustín Codazzi, que debía levantar la carta general de la República y un mapa corográfico de cada una de las 36 provincias que en ese momento conformaban la nación en un plazo de seis años contados a partir de enero de 1850. Varias dificultades extendieron este tiempo a una década, y la labor terminó prácticamente con la muerte de Codazzi el 7 de febrero de 1859. Si Caldas es considerado por muchos como el padre de la geografía colombiana, Codazzi fue el primer cartógrafo que tuvo el país, para lo cual también requería de conocimientos y habilidades en astronomía, esenciales para sus labores de levantamiento de los mapas detallados que revelaron la riqueza y diversidad del territorio. Las armas de Codazzi fueron un sextante, un horizonte artificial, dos cronómetros, un teodolito, un nivel de anteojo, dos termómetros, dos barómetros, una aguja pequeña, un nivel pequeño y un higrómetro.

La Comisión Corográfica emergió como un proyecto nacional en el cual las diferencias partidistas y los intereses de diversa índole no impidieron el trabajo de imaginar una nación, involucrando la construcción de conocimiento, el territorio y sus habitantes, tejiendo una urdimbre sólida y coordinada de esfuerzos. Se trató de una iniciativa que no ha vuelto a verse en la historia del país y que por generaciones hemos anhelado repetir.

Hoy, al mirar atrás, reconocemos el inestimable legado de aquellos valientes pioneros que, armados de instrumentos muy simples y una buena dosis de esfuerzo y pasión, trazaron el camino para comprender la complejidad y diversidad de nuestro entorno, para lo cual mantuvieron siempre una unión insigne de voluntades con los pies en la tierra y la mirada en el firmamento. Su legado perdura al igual que la observación del cielo, que con instrumentos cada vez más sofisticados llevaría al ser humano a conseguir cosas inimaginables y a soñar con la ampliación de nuestro conocimiento a nuevos horizontes, muchos de los cuales siguen a la espera de ser explorados.

La revolución espacial

Hacia finales del siglo XIX la astronomía experimentaba notables transformaciones. Después de la observación astronómica mayoritariamente contemplativa y de su abordaje utilitarista para apoyar los intereses en geodesia, cartografía, geografía y otros, el enfoque astronómico incorporaba ahora nuevas herramientas para profundizar en el conocimiento del cosmos. Dos de las innovaciones clave que revolucionaron el campo fueron la fotografía astronómica y la espectroscopia. La primera permitió capturar con precisión imágenes del cielo y los objetos celestes, superando las limitaciones de la observación visual. Esto llevó a un estudio más detallado de estrellas, galaxias, nebulosas y otros cuerpos celestes, lo que enriqueció nuestro conocimiento del entorno cósmico y permitió hacer mediciones precisas de posiciones y movimientos de astros. Por otro lado, la espectroscopia, al analizar la luz emitida o absorbida por los objetos celestes, proporcionó información valiosa sobre su composición química y sus propiedades físicas. Esta herramienta reveló la existencia de elementos y sustancias específicas en estrellas y nebulosas, lo que permitió investigar procesos astrofísicos como la formación y evolución estelar, el nacimiento de galaxias y la naturaleza de las nebulosas (verdaderos viveros estelares).

Con el sextante en mano y muchos otros instrumentos, intrépidos expedicionarios se disponían a descubrir el territorio, logrando enlazar diversas disciplinas científicas como nunca se había hecho en estas latitudes y sentando las bases para futuros descubrimientos y avances científicos en todo el mundo. También trascendió las fronteras del territorio, llegando a oídos de grandes expedicionarios, como Alexander von Humboldt, que no dudaron en reconocer la inédita fuente de conocimiento que germinaba y quisieron tener ante sus propios ojos las maravillas que se describían.

El uso de estas nuevas herramientas condujo a un cambio paradigmático en la astronomía, de modo que la investigación se enfocó en comprender la física detrás de los procesos que dieron lugar a estrellas, galaxias y planetas. Había nacido la astrofísica. Pero la ciencia en general estaba a punto de sufrir profundos cambios, entre los que se destacan los aportes de la física cuántica y la teoría de la relatividad como dos grandes pilares de una nueva física que se materializaba en las primeras décadas del siglo XX.

El último ingrediente para llevar la exploración a límites insospechados y superar la frontera del propio planeta lo constituyeron las conceptualizaciones del viaje espacial y los experimentos en cohetería. El científico ruso Konstantin Tsiolkovski sentó las bases de la teoría del vuelo espacial con cohetes y propuso principios fundamentales, como el concepto de velocidad de escape y el uso de combustibles líquidos para aumentar la eficiencia de los cohetes. Pero sería el científico norteamericano Robert H. Goddard el padre de la cohetería moderna, con contribuciones y experimentos exitosos: en 1926, por ejemplo, llevó a cabo el lanzamiento del primer cohete propulsado por combustible líquido.

Durante y después de la Segunda Guerra Mundial la cohetería avanzó rápidamente con el desarrollo de cohetes de largo alcance utilizados como armas militares. Alemania, a través de su programa V-2, liderado por Wernher von Braun, fue pionera en la creación de cohetes balísticos. Tras la guerra muchos de los científicos y técnicos alemanes, incluido el propio Von Braun, emigraron a Estados Unidos y la Unión Soviética para continuar sus investigaciones en cohetes. Esto sentó las bases para la competencia entre esas dos naciones conocida como la carrera espacial.

A partir del 4 de octubre de 1957, con el lanzamiento del primer satélite artificial al espacio —el Sputnik 1—, entramos a la era espacial, la época en la historia de la humanidad en que mayores transformaciones ha experimentado la sociedad. Luego vendría rápidamente el establecimiento de agencias espaciales (especialmente la NASA en 1958) y los grandes hitos que aún nos siguen sorprendiendo: seres humanos en el espacio, viajes a la Luna, exploración del vecindario cósmico con sondas, telescopios en el espacio espiando recónditos lugares del universo, estaciones espaciales para permanencias prolongadas fuera de nuestro hogar planetario y herramientas que nos permiten acercarnos más a desvelar uno de los enigmas que nos ha intrigado a lo largo de la historia: ¿Existe vida en otras partes del universo o estamos solos en este vasto cosmos?

Las ciencias del espacio como un horizonte de oportunidades para Colombia

En la actualidad las ciencias del espacio han experimentado un crecimiento vertiginoso desde los primeros pasos en la exploración espacial hace más de medio siglo. Pocos permanecen indiferentes ante las impresionantes imágenes del más moderno telescopio espacial, el James Webb, o ante las extraordinarias travesías de laboratorios robóticos andantes sobre la superficie de Marte, alimentados con baterías de energía nuclear. Lo que antes parecía ciencia ficción es ahora una realidad palpable con desafíos y actores emergentes. Las agencias espaciales de todo el mundo han dedicado décadas de esfuerzo para lanzar satélites, sondas de exploración y plataformas que nos permiten estudiar y monitorear el cosmos, incluyendo nuestro planeta, democratizando así el acceso al espacio y brindando información espacial incluso para aquellos con conocimientos básicos. Los satélites de exploración y los sistemas de posicionamiento global (GPS) nos permiten obtener mediciones precisas de la Tierra y generar mapas detallados y actualizados, con los cuales hemos podido obtener valiosa información del planeta viéndolo y midiéndolo desde el espacio como nunca podríamos lograr restringiéndonos a caminar y explorar el terreno desde el suelo.

Lo que antes parecía ciencia ficción es ahora una realidad palpable con desafíos y actores emergentes. Las agencias espaciales de todo el mundo han dedicado décadas de esfuerzo para lanzar satélites, sondas de exploración y plataformas que nos permiten estudiar y monitorear el cosmos, incluyendo nuestro planeta, democratizando así el acceso al espacio y brindando información espacial incluso para aquellos con conocimientos básicos.

El surgimiento del llamado NewSpace ha transformado la forma en que las empresas participan en la exploración espacial. Se habla de una nueva carrera espacial comercial, en la cual las compañías privadas se han convertido en protagonistas aportando tecnologías de bajo costo que impulsan la competitividad y el desarrollo económico. La popularización de los pequeños satélites, como los nanosatélites o CubeSats, ha sido clave para esta democratización reduciendo significativamente los costos y haciéndolos accesibles incluso para países menos desarrollados económicamente. Esta nueva economía basada en sistemas y aplicaciones ha llevado a un crecimiento sin precedentes de la economía espacial en la última década, superando el promedio mundial. Diversos sectores —como el automotriz, el de turismo, el energético y el de telecomunicaciones— se benefician del acceso más rápido y económico a datos espaciales. En la Unión Europea más del 10 % del PIB proviene de servicios relacionados con el espacio.

La astronomía y las ciencias del espacio ofrecen oportunidades clave para enfrentar los desafíos del futuro y los cambios que tienen lugar en el planeta, tanto los naturales como los que han sido impuestos por nuestra propia especie y ponen en riesgo la supervivencia. La monitorización continua de bosques, campos agrícolas y cuerpos de agua desde el espacio contribuye a mantener el equilibrio del ecosistema. Además, la tecnología espacial es esencial para afrontar el cambio climático y los problemas de acceso al agua, como ocurre en Colombia, donde la disminución de la disponibilidad de agua se ha convertido en un problema grave. El uso de tecnología satelital, el procesamiento de datos y las técnicas enmarcadas en la inteligencia artificial permiten predecir y abordar fenómenos naturales y medioambientales con mayor eficacia. La posibilidad de establecer bases en la Luna y Marte abre nuevas oportunidades en la exploración y la minería espacial, lo cual también traerá cambios en la gestión de recursos naturales, que antes se limitaba a los de la Tierra.

Incorporar la astronomía y las ciencias del espacio en el desarrollo de Colombia es fundamental para asegurar un futuro próspero y sostenible. Estas disciplinas ofrecen soluciones a problemas ambientales, sociales y económicos, y la tecnología espacial proporciona un acceso más equitativo a capacidades tecnológicas avanzadas. Aprovechar estas oportunidades permitirá que el país se posicione como un actor relevante en el escenario espacial latinoamericano y, por qué no, global, contribuyendo al bienestar de la población y el medio ambiente en las próximas décadas. Las consecuencias y el impacto de incorporar esta visión en los planes a futuro dejarán huella en “el fortalecimiento de las regiones, en la eficiencia de la administración pública, en el fomento de la economía, en el incremento del comercio y en el mejoramiento de las condiciones sociales”, las mismas palabras extraídas de las repercusiones que tuvo la Comisión Corográfica dieciséis décadas atrás.

Desde una perspectiva holística, la exploración del espacio exterior va más allá de la simple búsqueda y acumulación de nuevos conocimientos científicos o incluso de la repercusión en la calidad de vida de los habitantes del planeta. Nos brinda la oportunidad de expandir nuestra comprensión sobre nuestro lugar en el vasto universo y nos invita a reflexionar sobre nuestra posición dentro del cosmos, mostrándonos que somos parte de un sistema interconectado y dinámico, donde la Tierra es solo un diminuto punto azul en la inmensidad del espacio. Nos permite apreciar la fragilidad del planeta y la importancia de proteger y preservar el único hogar que conocemos hasta ahora. Además, al mirar más allá de las fronteras terrestres, la exploración espacial nos lleva a cuestionarnos sobre la existencia de otras formas de vida en el universo y sobre la posibilidad de futuros asentamientos humanos en otros planetas. Estas reflexiones nos invitan a trascender nuestras limitaciones y a imaginar un futuro en el que la humanidad sea una especie multiplanetaria, expandiendo linderos más allá de lo que alguna vez creímos posible.

En última instancia, la exploración espacial nos impulsa a unirnos como especie y trabajar juntos en la búsqueda de respuestas a preguntas fundamentales sobre nuestra existencia y el significado de nuestra presencia en el cosmos. Nos enseña que, a pesar de las diferencias y divisiones en la Tierra, somos parte de algo mucho más grande y nuestra supervivencia y prosperidad están inextricablemente ligadas al bienestar del planeta y la exploración responsable del espacio exterior. Al adoptar esta visión holística podemos abrazar nuestro papel como custodios del único hogar planetario que tenemos hasta el momento, y así forjar un futuro sostenible y prometedor para las generaciones venideras.

Finalmente, después de considerar varias posibilidades para titular este escrito me he decidido por la frase “Con los pies en la tierra y la mirada en las estrellas”, del latín Pedes in terra ad sidera visum. Creo que resume los esfuerzos de los visionarios y exploradores mencionados aquí, de otros tantos que no he nombrado y de aquellos que están por llegar. Representa una poderosa y equilibrada perspectiva de la vida humana, el equilibrio entre lo pragmático y lo inspirador, lo conocido y lo desconocido, y nos invita a ser conscientes de nuestro lugar en el mundo mientras aspiramos a alcanzar las estrellas. La escogí también porque adorna el escudo histórico del Observatorio Astronómico Nacional de Colombia, y la comparto como un homenaje para conmemorar los 220 años de uno de nuestros mas representativos emblemas, patrimonio científico, histórico y cultural de la nación.

AUTOR

Santiago Vargas Domínguez

Físico, magíster y doctor en astrofísica y posdoctorado en física y física solar. Es también profesor e investigador asociado al Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional de Colombia y escribe desde hace varios años la columna “Historias del Cosmos” en la sección de Ciencia del periódico El Tiempo.

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