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El planeta y el territorio de Colombia que ya no tenemos

Los cambios en el planeta y en el territorio de Colombia han sido de tal magnitud que quizá no habrían cabido en la imaginación del geógrafo Agustín Codazzi y sus colaboradores, que hicieron parte de

la mayor y más significativa empresa científica emprendida en el país en toda su historia […] la cual tuvo como propósito el reconocimiento de los recursos naturales de Colombia, el clima, la topografía, el relieve, la geografía humana y, en especial, hacer la cartografía de todo el país. (Sánchez, 2017)

En el análisis de los orígenes y consecuencias de dichos cambios se centra este escrito.

El planeta en el siglo XXI

Cuando la comisión adelantaba sus trabajos, en 1850, la población mundial ascendía a 1270 millones de habitantes. Desde esta última fecha pasó a 2460 millones en 1950 y a 8000 millones en noviembre de 2022, y la expectativa de vida pasó de 29,3 años en 1850 a 71 años en 2021. A su vez, la población colombiana pasó de 2 090 000 habitantes en 1850 a 11 770 000 en 1950 y a 51 870 000 en 2022, y la expectativa de vida se incrementó de 26 años a mediados del siglo XIX a 48,12 años en 1950 y a 72,8 en 2021 (Our World in Data, 2022; Roser, Ortiz-Ospina y Ritchie, 2021).

La pobreza extrema mundial descendió del 90 % del total de la población en 1850 a 37 % en 1950 y al 10 % en 2015, sobre la base de USD 1,9 por día (Roser y Ortiz-Ospina, 2019). En Colombia la pobreza extrema descendió de 17,5 % en 2000 a 4,9 % en 2015 y a 4,39 % en 2017 para ascender a 6,6 en 2021, sobre la misma base (World Bank, 2022).

¿Cómo se explican estos profundos cambios? En su libro El gran escape (2013), Angus Deaton —premio nobel de Economía 2021— evidenció que tras la Revolución Industrial y los avances tecnológicos registrados con posterioridad se detonó simultáneamente la superación masiva de la pobreza y la creación de riqueza:

Mi historia del gran escapees positiva, de millones salvados de la muerte y de la miseria, y de un mundo que, a pesar de sus desigualdades y de los millones que aún quedan atrás en la miseria, es un lugar mejor que en cualquier otro momento de la historia.

En 1850 el planeta se encontraba en la época geológica del Holoceno, que se caracterizaba por una estabilidad climática sin antecedentes en la historia del planeta desde el surgimiento del Homo sapiens. Hoy habitamos la época del Antropoceno, caracterizada por un cambio global producto de la acción humana, siendo el progreso registrado en los últimos 170 años, simbolizado por el gran escape, una de sus principales explicaciones. Es el momento del cambio climático, la perdida de integridad de la biósfera —manifestada en el sustantivo declive de la diversidad de ecosistemas y especies de fauna y flora, tanto terrestres como marinas— y la alarmante contaminación producida por compuestos químicos de invención humana. Esta tríada de problemas, de la que somos responsables, constituye el eje de la profunda crisis ambiental del planeta que está poniendo en riesgo la existencia misma de la trama de la vida en todas sus formas.

Hoy ya estamos viviendo las primeras consecuencias del cambio climático, que se manifiesta en el derretimiento de los glaciares, la acidificación del mar, la muerte de los corales y los eventos climáticos extremos. En unas pocas décadas desaparecerán los glaciares que coronan las altas formaciones montañosas y el hielo marino del Polo Norte.

Hoy millones de habitantes del mundo son víctimas de eventos climáticos extremos atribuibles al cambio climático: lluvias torrenciales, largos periodos de precipitaciones, inundaciones, violentos huracanes y tifones, olas de calor y sequías agudas y prolongadas. Así lo estamos presenciando en Colombia.

Pero no es solamente la desestabilización del clima y sus consecuencias. Al declive de los ecosistemas se atribuye el origen de la pandemia del covid-19, en este caso como producto de la pérdida de biodiversidad derivada de la deforestación en la provincia de Hubei, China. Por otra parte, la contaminación del mar, los ríos, la atmósfera y los ecosistemas terrestres con plástico y otros cientos de productos químicos está provocando graves consecuencias para los seres vivos, incluyendo los humanos, muchas de las cuales apenas se comienzan a otear. En adición a la tríada, como una de las causas del profundo cambio global que ha conducido al Antropoceno, se suman la desestabilización del ciclo del agua, la acidificación del mar, el empobrecimiento de los suelos y la desestabilización de los ciclos del nitrógeno y el fósforo.

La transformación del uso del suelo en el mundo y el declive de la biodiversidad

La transformación de los territorios continentales en el ámbito global se inició a principios del Holoceno —hace aproximadamente 10 000 años— con el paulatino surgimiento de la agricultura, una invención que cambiaría radicalmente las formas de vida de los seres humanos. La domesticación de especies de plantas para la alimentación se produjo en diferentes lugares del mundo: en el Medio Oriente, el trigo y la cebada (9600 a 8500 a. C.); en China, el arroz y la soya (7500 a. C.); en Mesoamérica, el maíz, el fríjol y la calabaza ( 3500 a. C.), y en los Andes y la Amazonia, la papa y la mandioca (3500 a 2500 a. C.). A su vez, la domesticación de las ovejas, las cabras y el ganado vacuno se originó en la Creciente Fértil de Mesopotamia y en las cercanas zonas montañosas del oeste de Asia hace aproximadamente 10 000 años.

Del total de suelos habitables de la Tierra —que equivalen a un 75 % del área continental— actualmente el 50 % se dedican a la actividad agropecuaria: 25 % a cultivos agrícolas y 75 % a ganadería. Es decir, el 50 % del área original de bosques y otros ecosistemas, como las sabanas y los humedales, han sido transformados para dedicar sus suelos a estas actividades, con la consecuente pérdida de flora, fauna y ecosistemas silvestres. Los espacios ocupados por la ganadería de bovinos, y en general por los mamíferos domesticados para nuestra alimentación y como mascotas, han contribuido a un cambio radical en la composición poblacional de las especies de mamíferos que habitan la Tierra. En los inicios del Holoceno el peso total de la biomasa de los seres humanos llegaba apenas al 1 % de la biomasa total de los mamíferos, y el peso total de los antecesores del ganado bovino representaba cerca del 0,5 %. Desde entonces hasta hoy, los seres humanos y el ganado bovino han conquistado una gran porción de la biósfera y en la actualidad representan, respectivamente, 9,5 % y 6.5 % de la biomasa total de los mamíferos, dejando cada vez menos espacio para las especies de mamíferos silvestres.

Así mismo, la sobreexplotación de la fauna y la flora —terrestre y marina— es una causa importante de la pérdida de la diversidad biológica. Según la ciencia, un millón de especies se encuentran en peligro de extinción siendo su principal causa la apertura de tierras para la ganadería. Se trataría de la sexta extinción masiva de especies en la historia del planeta, generada esta vez por las actividades humanas.

Transformación del territorio de Colombia: la deforestación

Colombia tiene una gran responsabilidad en la perdida de integridad de la biósfera como consecuencia de la imparable destrucción y deterioro de sus bosques y otros ecosistemas que se caracterizan por abrigar la segunda riqueza en flora, fauna y ecosistemas del mundo. De la gran diversidad en flora dio cuenta la Comisión Corográfica:

La gigantesca obra botánica de José Jerónimo Triana, quien coleccionó cerca de 60.000 ejemplares de 8000 especies distintas, resultado extraordinario si se tiene en cuenta que lo que quedó del trabajo de 34 años de su ilustre antecesor, José Celestino Mutis y sus colaboradores en la Expedición Botánica, fue un herbario de cerca de 20 000 especímenes de poco más de 2700 taxones. Mientras que la obra de Mutis se perdió para la ciencia, pues fue muy poco lo que se publicó y los materiales quedaron encerrados en el Jardín Botánico de Madrid, Triana difundió la mayor parte de su obra en francés. (Sánchez, 2017)

Además, la Comisión Corográfica resaltó las diferencias entre las grandes regiones de Colombia y su diversidad paisajística, dejándolo todo registrado en las 151 acuarelas de Carmelo Fernández, Enrique Price y Manuel María Paz depositadas en la Biblioteca Nacional y que se pueden apreciar en su archivo digital.

Nos concentraremos aquí en la transformación de los bosques. La razón es clara:

Los bosques son el paisaje predominante de Colombia. De ochenta y un tipos de ecosistemas naturales que hay en el país, cincuenta y cuatro son ecosistemas forestales y seis arbustivos. De los veintisiete restantes, dieciséis son ecosistemas herbáceos (sabanas y páramos) y cinco son ecosistemas de humedal. Los ecosistemas de bosques representan la mayor biodiversidad del país que ocupa el segundo lugar en biodiversidad del mundo. (Rodríguez Becerra, 2023, cap. “Salvemos los bosques”)

Según estimaciones de Andrés Etter (2022) —cuyas investigaciones nos han dado tanta luz sobre la historia de la transformación del territorio de Colombia—, a la llegada de los conquistadores la extensión total de bosque alcanzaba 80 millones de hectáreas, que representaban el 85% de su área original. Aproximadamente 180 000 km2 (sumando los que se ubicaban tanto en los cauces de los ríos como en la región Andina, en extensiones más grandes) se dedicaban a la agricultura, pero de estos máximo el 10 % habrían sido cultivos con alguna concentración y el 90 % restante habría estado compuesto por un paisaje heterogéneo de zonas de vegetación intervenida secundaria, territorios de vegetación natural dedicada a usos extractivos y áreas de ecosistemas naturales remanentes, que en algunos casos podían ser los más extensos.

Entre 1500 y la actualidad se han deforestado aproximadamente 20 millones de hectáreas. Si tomamos 1850 como año de referencia —el correspondiente a los inicios de los trabajos de la Comisión Corográfica—, de entonces a hoy, en 170 años, se deforestaron cerca de 18 500 000 ha, y de estas, más de 11 millones en los últimos 50 años. La aceleración de la deforestación en este último periodo histórico en relación con los anteriores se puede observar en la tabla 1.

Como lo sintetiza Etter:

Grandes extensiones de los bosques del país, equivalentes al 35 % de su área original, han desaparecido a lo largo de la historia. La mayor parte de la población vive en las regiones Andina y Caribe donde los ecosistemas transformados por la actividad humana superan el 75 %, y la cobertura de los bosques no llega al 20 % en relación con la original. (Etter, 2022, p. 99)

A lo largo de más de quinientos años el paisaje del país ha sido modificado por la introducción de especies de flora y fauna foráneas. Durante la Conquista y la Colonia los españoles introdujeron de forma permanente especies provenientes primero de Europa y luego de Asia y África: vegetales para el cultivo de alimentos, y el ganado para carne y leche. Con la introducción de los nuevos cultivos incorporaron tecnologías de labranza basadas en la fuerza animal y herramientas agrícolas de hierro y acero. La apertura del bosque se facilitó mediante el uso del hacha con cabeza de acero. También se inició la actividad minera con tecnologías basadas en el hierro y el acero, que tendría un gran auge en el siglo XVIII.

La actividad ganadera como principal transformadora del territorio

La introducción de ganado durante la Conquista y la Colonia, en especial el vacuno, habría de tener en el territorio de Colombia un profundo impacto que se ha extendido hasta nuestros días (tabla 2). No hay una actividad económica que más haya contribuido a la transformación del paisaje y que haya tenido un mayor impacto ambiental en el territorio continental que la ganadería. Hoy ocupa una extensión aproximada de 34 500 000 ha, en contraste con los cultivos agrícolas, que ocupan aproximadamente siete millones. La tabla 2 registra el crecimiento de la ganadería desde 1500 hasta 2000, discriminado por las cinco principales regiones geográficas del país, el cual evidentemente se asocia con el crecimiento de la deforestación durante el mismo periodo registrado en la tabla 1. De 1850 a 2000 el hato ganadero creció de 600 000 cabezas a 27 millones, y en el mismo periodo la deforestación se incrementó en más de 18 millones de hectáreas.

En la Amazonia aproximadamente el 70 % de los suelos deforestados se dedican a una ganadería de muy baja productividad; en promedio, una cabeza de ganado se cría en dos hectáreas. Una parte de la deforestación no tiene su causa inmediata en la ganadería puesto que la tumba de bosque puede estar primariamente dirigida al establecimiento de cultivos agrícolas o a usos mixtos, así como al establecimiento de asentamientos humanos y la construcción de infraestructura.

La situación sigue su marcha: entre 2018 y 2022 se deforestaron 858 533 hectáreas, de las cuales 615 326 en la Amazonia, lo que equivale al 71 % de la deforestación total del país (Rodríguez Becerra, 2023). La deforestación es un fenómeno mundial. De 2001 a 2020 se produjo una pérdida de 411 millones de hectáreas de cubierta arbórea, en gran parte injustificada. Estas cifras evidencian que la destrucción de los bosques es uno de los mayores problemas ambientales contemporáneos, si se tiene en cuenta que, entre los ecosistemas continentales, son los que albergan la más alta diversidad de flora, fauna y microorganismos; juegan un papel crucial en los ciclos del agua y el carbono, en el clima local, regional y global, y en el control de la erosión, y además son el hábitat de culturas milenarias, sobre todo en el trópico.

Las consecuencias de la deforestación en la gran Amazonia

Los impactos ambientales y sociales de la deforestación en la Amazonia colombiana deben examinarse considerando la gran cuenca amazónica como lo que es: un ecosistema constituido por la selva tropical más grande del mundo, que comparten nueve países. Codazzi al visitarla registró su asombro:

No se halla en la tierra el más pequeño espacio que no esté cubierto como una alfombra de diversidad de plantas. En medio de una vegetación tan portentosa en que el hombre no ha tenido la menor parte, casi se acostumbra a considerarse como un ser imperceptible en medio de aquel vasto suelo en donde todo es gigantesco, cerros, llanuras, ríos y selvas. (Codazzi, citado en Pulgarín, 2002, p. 15.)

Hoy ya estamos viviendo las primeras consecuencias del cambio climático, que se manifiesta en el derretimiento de los glaciares, la acidificación del mar, la muerte de los corales y los eventos climáticos extremos. En unas pocas décadas desaparecerán los glaciares que coronan las altas formaciones montañosas y el hielo marino del Polo Norte.

Hoy millones de habitantes del mundo son víctimas de eventos climáticos extremos atribuibles al cambio climático: lluvias torrenciales, largos periodos de precipitaciones, inundaciones, violentos huracanes y tifones, olas de calor y sequías agudas y prolongadas. Así lo estamos presenciando en Colombia.

La selva amazónica es la más rica del mundo en diversidad de especies de flora, fauna y ecosistemas; contiene cerca del 20 % del caudal de los cursos de agua superficiales del planeta; sus suelos son predominantemente ácidos, dependiendo su productividad del ciclo natural del nitrógeno, y tiene papel fundamental en el cambio climático global, como lo indica el hecho de que 20 %-30 % de las emisiones de CO2 de los países amazónicos son consecuencia de la deforestación puesto que la biomasa —hojas, troncos, etc.— está en parte compuesta de carbono, que se libera cuando se destruye el bosque.

Pasado, presente y futuro de la selva amazónica son el producto de la acción humana en los nueve países que la comparten. Desde la perspectiva de Codazzi los seres humanos habían tenido en ella una mínima incidencia, como lo afirma en la cita antes referida: “En medio de una vegetación tan portentosa en que el hombre no ha tenido la menor parte…”. Esta visión de la selva amazónica prístina fue compartida por las personas educadas de los siglos XVIII, XIX y buena parte del XX. Durante mucho tiempo se creyó que la naturaleza en las Américas era virgen a la llegada de los conquistadores. Si bien se reconocía la existencia de las culturas maya, azteca, inca y muisca, se señalaba que estas eran inferiores a las europeas y habían surgido en un continente cuya naturaleza estaba predominantemente intocada.

Hoy sabemos que la historia de las Américas, y con ella la de Colombia, previa a su “descubrimiento”, es diferente. Justamente en la celebración de los quinientos años del encuentro entre los dos mundos, el geógrafo William Denevan publicó The pristine myth: The landscape of the Americas in 1492 (1992), una investigación pionera cuya conclusión es que el paisaje de la América precolombina estaba humanizado en todas partes. En el caso del territorio de lo que hoy es Colombia, Etter, como se anotó en sección anterior, concluyó que antes de la Conquista los indígenas contaban con cultivos en una extensión de 180 000 km2, en áreas ubicadas en las diferentes regiones del territorio donde antes de la llegada de las poblaciones indígenas existían bosques prístinos.

En el caso de la Amazonia los primeros europeos en arribar a la región se encontraron con populosas ciudades, cultivos y vías a lo largo de las riberas de los principales ríos y sus vecindades. Gaspar de Carvajal, el cronista del conquistador Francisco de Orellana, escribió en 1542: “La tierra es tan buena, tan fértil y tan al natural como la de nuestra España”. Relatos como este fueron echados al olvido pues esos asentamientos urbanos desaparecieron con relativa rapidez ante el declive de la población ocasionado por las enfermedades infecciosas traídas por los españoles, quienes con su acción armada también la diezmaron y empujaron a los sobrevivientes a la periferia. Se fue propalando la idea de una impenetrable selva amazónica virgen y habitada escasamente por unos pueblos indígenas aislados que luchaban por sobrevivir. Justamente la perspectiva de Codazzi. El mito de la Amazonia prístina ha sido derruido en las tres últimas décadas por diversas investigaciones que coinciden con la visión de los cronistas españoles y que han mostrado cómo en diversas áreas las selvas que hoy existen fueron en buena parte modeladas por miles de años de ocupación humana.

Codazzi dibujó el futuro de la Amazonia al señalar la necesidad de construir un canal que uniera al Amazonas con el Río de la Plata como eje del progreso de la región. Afirmó:

Es en esa época grandiosa de una navegación interior tan extensa como variada por sus grandes ramificaciones que se encontrarán en la hoya del Amazonas en los buques de vapor y en los ferrocarriles, los hijos del Brasil con los del Paraguay, Montevideo, Buenos Aires, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Venezuela y Nueva Granada que habrán concurrido al mercado interno de toda la América meridional y las orillas del primer río del universo, hoy silenciosas e incultas, estarán llenas de las obras del hombre que habrá convertido las antiguas selvas en tierras labrantías, pueblos, villas, ciudades. (Codazzi, citado en Pulgarín, 2002, p. 22)

En síntesis, para Codazzi el futuro de la Amazonia era convertirse en una columna del progreso, para lo cual habría que transformar la mayor parte de sus selvas, como en general los bosques de las otras regiones del país, en suelos para diversos usos. Hoy sabemos que la transformación de la selva amazónica avizorada por Codazzi no es posible puesto que conduciría a desequilibrios ecológicos con graves consecuencias tanto a nivel local como regional y global. Ya nos hemos referido a los impactos para el cambio climático y el declive de la biodiversidad. Además, con la deforestación se pone en riesgo la integridad de los 385 grupos étnicos que habitan la Amazonia, con un acervo cultural que incluye trescientas lenguas.

Un impacto de la deforestación poco conocido entre la ciudadanía es el que tiene sobre los denominados ríos voladores, que han sido materia de gran atención de la ciencia en los últimos años en virtud del papel crítico que juegan en el ciclo del agua.

Así que una de las preocupaciones es que el ciclo del agua —los ríos superficiales y aéreos, el transporte de humedad, etc.— se desestabilice hasta el punto de provocar estaciones secas y prolongadas que los ecosistemas de esta selva tropical no puedan soportar. Thomas Lovejoy y Carlos Nobre (2018), dos investigadores pioneros en este campo, identificaron que ante las sinergias negativas entre la deforestación, el cambio climático y el uso generalizado del fuego, el punto de inflexión se encontraría en una deforestación entre el 20 % y el 25 %, a partir de la cual el sistema selvático amazónico transitaría hacia ecosistemas no forestales, es decir, hacia un proceso de sabanización en el este, sur y centro de la región.

El impacto de la deforestación de la Amazonia en el ciclo del agua comienza a ser evidente a nivel planetario, como se registra en los resultados de una reciente investigación liderada por Teg Liu de la Beijing Normal University (2023). Su equipo encontró que está influyendo en el clima de la meseta Tibetana, a más de 15 000 km de distancia. Se trata de la meseta más grande y más alta del mundo, con una altitud promedio de más de 4000 m, de la cual fluyen diez de los principales ríos de Asia, que proporcionan agua a más de 1500 millones de personas. Los investigadores pudieron rastrear, a partir de datos que abarcan el periodo de 1979 a 2019, cómo eventos masivos de incendios en la selva amazónica (que se concentran en algunos meses) afectan el clima en la meseta del Tíbet. Este hallazgo sugiere que si se alcanza el punto de inflexión en la deforestación de la Amazonia, se podría crear un punto de inflexión en el Tíbet, en el que las temperaturas y precipitaciones se verían afectadas de forma permanente.

En síntesis, el futuro de la Amazonia es muy distinto al dibujado por la Comisión Corográfica. Según la mejor ciencia disponible, debe ser uno en el cual por lo menos el 80 % de la selva se proteja, para lo cual los nueve países amazónicos deberán detener la deforestación e impulsar programas masivos de restauración del bosque. Esa debe ser la prioridad de Colombia y de todos los países amazónicos.

El cambio climático

El clima de la Tierra se está transformando, tal como se manifiesta en el incremento de la temperatura promedio de la superficie, el derretimiento de glaciares y casquetes polares, el aumento del nivel del mar, la muerte de los arrecifes de coral, la acidificación de los océanos y los eventos climáticos extremos (aumento de la intensidad de los huracanes, sequías más agudas y lluvias torrenciales, prolongación de los periodos de lluvia e inundaciones).

Estos fenómenos se deben a la progresiva acumulación de los GEI (gases de efecto invernadero) en la atmósfera como producto de la actividad humana. Los principales GEI de este origen son el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el óxido nitroso (N2O) y los fluorocarburos (por ejemplo, el CCL2F2).

El incremento de estos gases ha llevado a que hoy la temperatura media de la superficie terrestre haya aumentado 1,1 ºC en comparación con la era preindustrial. Este fenómeno ocurre principalmente por las emisiones producto de la combustión de petróleo, carbón y gas, el cambio del uso del suelo (deforestación) y la actividad agrícola (con un gran peso de la ganadería).

Los diversos sectores de la actividad económica inciden hoy con diferentes pesos en la emisión de GEI. Las emisiones de los sectores producción de electricidad y calor (25 %), industria (21 %), transporte (14%) y bombillas (6 %), que suman 66 %, proceden fundamentalmente de la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas). El uso de estos combustibles se inició con la Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII (la máquina de vapor), y se incrementó con los posteriores avances tecnológicos (p. ej., el motor de combustión a base de gasolina y diésel o la producción de fertilizantes nitrogenados). Mas solo hasta 1979, en el Informe Charney sobre cambio climático —presentado al presidente Carter (1977-1981) de Estados Unidos—, se diagnosticó el fenómeno y su gravedad —diagnóstico muy semejante al que conocemos actualmente—, y se recomendó tomar medidas para enfrentarlo. Así que para mediados del siglo XIX, en la época de los trabajos de la Comisión Corográfica, ya existía un incremento de la concentración de GEI en la atmósfera que la ciencia solo identificaría 120 años más tarde.

En síntesis, para Codazzi el futuro de la Amazonia era convertirse en una columna del progreso, para lo cual habría que transformar la mayor parte de sus selvas, como en general los bosques de las otras regiones del país, en suelos para diversos usos. Hoy sabemos que la transformación de la selva amazónica avizorada por Codazzi no es posible puesto que conduciría a desequilibrios ecológicos con graves consecuencias tanto a nivel local como regional y global.” 

Han pasado más de cuatro décadas desde la publicación del Informe Charney y tres décadas de firmada la Convención sobre Cambio Climático, cuyo propósito original fue reducir drásticamente las emisiones de GEI hacia 2000 con la esperanza de que posteriormente la reducción fuera de tal magnitud que la amenaza estuviera en una sólida senda de desaparición. Pero se ha fracasado: desde 1990 las emisiones se han incrementado en más del 60 %.

¿Un futuro de catástrofes?

La ciencia ha establecido que si el incremento de la temperatura excede 1,5 ºC, se entraría en una zona de alto riesgo que podría conducir a diversas catástrofes. Existe alta incertidumbre sobre su ocurrencia, pero los indicios son suficientes para que se tomen medidas preventivas.

Entre las catástrofes que podrían ocurrir al traspasar el punto de inflexión se cuentan el derretimiento total de la capa de hielo de Groenlandia, que añadiría unos siete metros al nivel de los océanos del mundo, y el de la capa de hielo de la Antártida occidental, que llevaría a unos tres metros adicionales de aumento, fenómenos que se producirían en una escala de tiempo de siglos a milenios. La Circulación Meridional de Retorno del Atlántico(Atlantic Meridional Overturning Circulation, AMOC), una de las corrientes oceánicas de mayor volumen del mundo, se está desacelerando a medida que el planeta se calienta, lo que podría llevar a un punto de inflexión en que se deje de transportar la energía que hace habitable una extensa área del norte de Europa. La temperatura en el subártico está aumentando a una velocidad dos veces más rápida que el promedio mundial, lo que incrementa la vulnerabilidad de los bosques boreales —que representan aproximadamente el 30 % de los bosques del mundo y son un importante sumidero de carbono— y llevaría a un punto en que comiencen a colapsar. Como se mencionó, la selva amazónica no estaría muy lejos de esta última situación, si las actuales tasas de deforestación continúan. Lovejoy y Nobre concluyeron que

las sinergias negativas entre la deforestación, el cambio climático y el uso generalizado del fuego indican un punto de inflexión para que el sistema amazónico cambie a ecosistemas no forestales en el este, sur y centro de la Amazonía con una deforestación del 20-25 %. (2018, p. xx)

Entre las consecuencias de esta situación se mencionan la liberación del CO2 capturado, la pérdida de especies de flora y fauna en el bosque más rico en diversidad biológica del mundo y la desestabilización de los regímenes de lluvias en gran parte de las Américas y otras regiones del planeta.

En síntesis, no superar los 1,5 ºC de aumento en la temperatura promedio global tiene un profunda importancia para la humanidad. Pero debe subrayarse que la responsabilidad de lograrlo recae fundamentalmente en diez países (China, Estados Unidos, India, Rusia, Japón, Irán, Corea del Sur, Indonesia, Arabia Saudita y Canadá) más la Unión Europea (conformada por 27 países), que en su conjunto son responsables del 74 % del total de las emisiones de GEI. Los otros 155 países miembro de las Naciones Unidas naturalmente deberán contribuir a este propósito de conformidad con los compromisos que soberanamente han fijado en el marco del Acuerdo de París, pero sin la acción contundente del conjunto de los países señalados esta contribución tendría un significado menor. Es el caso de Colombia, que solamente emite el 0,58 % de los GEI a nivel mundial y se ha comprometido a reducir en 51 % sus emisiones netas de aquí a 2030, tarea que no será fácil y que requerirá de la cooperación internacional.

Estamos viviendo eventos climáticos extremos

Sin haber superado el incremento de 1,5 ºC en relación con la era preindustrial (hoy nos encontramos en un poco más de 1,1 ºC), en las últimas décadas se han producido eventos climáticos extremos —como sequías, inundaciones y olas de calor— atribuibles al cambio climático y con enormes consecuencias. Desastres naturales siempre han ocurrido a lo largo de la historia, pero hoy sabemos que el 71 % de los eventos climáticos extremos aumentaron su probabilidad de ocurrencia o se hicieron más severos debido al cambio climático causado por el hombre. En efecto, Carbon Brief, al analizar en 2021 las conclusiones de 504 estudios sobre eventos extremos de manera desagregada, encontró que el 93 % de 152 eventos específicos de calor extremo, el 56 % de 126 eventos de lluvias o inundaciones y el 68 % de 81 eventos de sequía obedecieron a lo mismo: el cambio climático, que influyó en que dichos eventos —o su tendencia de ocurrencia— fueran más probables o más severos.

En 2022 ocurrieron eventos extremos en diversos lugares del mundo. Los diez desastres relacionados con el clima más costosos —que estaban cubiertos por seguros— ascendieron a USD 164 550 millones, cifra que solamente nos sirve como un indicio de la gravedad de la totalidad de los desastres ocurridos puesto que la mayor parte de estos no estaban asegurados.

Las inundaciones en Pakistán cubrieron un tercio de su territorio, causando 1739 muertes, siete millones de desplazados y pérdidas de USD 5600 millones —aunque estas últimas solo hayan sido pérdidas aseguradas pues se estima que el costo real superó los USD 30.000 millones—. Pero como lo señala Patrick Watt, director de Christian Aid: “Detrás de las cifras en dólares se encuentran millones de historias de pérdidas y sufrimiento humano”.

La ola de calor en Europa, incluido el Reino Unido, produjo la mayor sequía registrada en quinientos años. En China en el verano se presentaron tres olas de calor que arruinaron cientos de carreteras al derretir el pavimento, y se registró una temperatura de 40,9 °C, la más alta desde desde que existen registros. Mientras que amplias áreas en el sur de China fueron afectadas por la sequía, las fuertes lluvias en las áreas del norte provocaron inundaciones.

En Colombia, como en el resto del mundo, los eventos extremos —y los desastres asociados— son en su menor parte producto de fenómenos naturales y en su mayoría atribuibles específicamente al cambio climático. Así, por ejemplo, en la investigación realizada en 2021 por Hirabayashi et al. se concluye que la causa de las inundaciones del río Magdalena en 2010-2011 fueron las fuertes lluvias producto del cambio climático. En contraste, en la investigación de Otto et al. (2018) sobre el caso de la precipitación extrema en el suroriente de la cuenca del río Magdalena acaecida en 2006, se concluyó que no existió una influencia humana (cambio climático) discernible. La severa ola de lluvias de 2010-2011 afectó por inundaciones, deslizamientos, avalanchas y vendavales a diecinueve departamentos, 3200 personas y 394 000 viviendas, con daños cuyo costo estimado asciende a COP 11 billones.

Cambio climático en Colombia: mitigación y adaptación

Colombia, se reitera, incide poco en el cambio climático puesto que solamente emite el 0,48 % de los GEI a nivel global, pero es una víctima de aquel, como todos los países en desarrollo. En efecto, los impactos en su territorio de la subida del nivel del mar, la perdida de los glaciares, la muerte de los corales y los eventos climáticos registrados en las últimas dos décadas han representado graves pérdidas sociales y económicas y un indecible sufrimiento humano. Evidentemente, en la época de la Comisión Corográfica no se registraban estos fenómenos, como lo expresa, por ejemplo, el hecho de que se daba por sentada la existencia de los glaciares de los nevados del Ruiz, el Huila, el Cocuy o la Sierra Nevada de Santa Marta. Pero desde hace unas décadas estos se vienen descongelando previéndose la desaparición de sus cubiertas de nieve hacia 2050. A su vez, el calentamiento global también está afectando los páramos, cuya área se reducirá en un 20 %-40 % en las próximas décadas, y está incidiendo centralmente en la reducción de las poblaciones de algunas especies de flora y fauna, poniéndolas en peligro de extinción, como en el caso de los anfibios. Son situaciones que la ciencia ha identificado en los últimos cuarenta años. Pero cuando la Comisión Corográfica hacía sus trabajos ya se había iniciado la acumulación de GEI de origen humano en la atmósfera, un hecho que los científicos solo identificarían más de cien años después.

Como se subrayó, Colombia debe contribuir a la disminución de la emisión de los GEI, de conformidad con los compromisos adquiridos en el Acuerdo de París. Pero para hacerlo debe comprenderse que su estrategia es muy muy diferentes a la de los países desarrollados. La principal contribución de estos a la emisión de GEI procede de la quema de combustibles fósiles, por lo cual su prioridad es reemplazar las energías procedentes de estos por energías renovables no convencionales (eólica y fotovoltaica). En contraste, las principales fuentes de emisiones de GEI de Colombia son la deforestación, los cultivos agrícolas y la ganadería. En general, ese el caso de los países de América Latina, en donde tales actividades representaron más del 50 % de las emisiones de GEI en 2021, mientras que en EE. UU. representaron tan solo el 11 % en ese mismo año.

En Colombia la deforestación, la agricultura y la gestión del bosque natural que permanece emiten respectivamente el 31,2 %, el 22,45 % y el 5,6 % de las emisiones (CO2 equivalente). Es decir, en su conjunto el uso del suelo representa el 59,25 % de las emisiones de GEI. La incidencia de la ganadería es notable: de las tierras deforestadas el 70 % se dedican a esta actividad, y del total de los GEI correspondientes a la agricultura el 61 % proceden de la fermentación entérica del ganado bovino (emisión de metano). En otras palabras, del total de los GEI de Colombia el 14 % son emitidos directamente por el ganado y el 21 % son generados por la deforestación dirigida a la creación de potreros para la ganadería.

Las mayores emisiones de GEI en Colombia, después de los anteriores sectores y actividades, proceden en su orden de los sectores minas y energía (11,7 %), transporte (11,2 %), industria (9,25 %), vivienda y saneamiento (5,26 %), residencial (2,1 %) y otros (1,24 %). Son actividades cuyas emisiones proceden fundamentalmente de la quema de combustibles fósiles.

Así pues, para contribuir a la descarbonización de la economía mundial Colombia deberá otorgar la mayor prioridad a la transformación del uso del suelo. Naturalmente deberá también hacer la transición energética, sustituir las energías fósiles por energías renovables no convencionales a un ritmo que sea armónico con la principal estrategia y que de ninguna manera signifique un sacrificio de su crecimiento económico. Pero, más allá de la mitigación, en la agenda del cambio climático la más alta prioridad para el país es la adaptación con miras a enfrentar los eventos climáticos extremos que crecientemente lo están afectandos.

Se trata de minimizar los daños económicos, ambientales y sociales de estas amenazas en relación con la alternativa de no hacer nada. La adaptación es una agenda común a todos los países, tanto desarrollados como en desarrollo, pero se hace tanto más urgente para Colombia si se considera que dos autorizados informes la ubican entre los países con una alta vulnerabilidad a los impactos del cambio climático. En el informe “Climate Change and International Responses Increasing Challenges to US National Security Through 2040”, del National Intelligence Council (2021), Colombia hace parte de los once países del mundo que “más probablemente enfrentarán temperaturas más cálidas, condiciones climáticas más extremas y alteraciones de los patrones oceánicos que amenazarán su seguridad energética, alimentaria, hídrica y sanitaria”. Estos efectos físicos del cambio climático “aumentarán el potencial de inestabilidad y posiblemente de conflicto interno […] lo que sugiere que desarrollar su resiliencia al cambio climático sería especialmente útil para mitigar los riesgos futuros para los intereses de EE. UU.”. A su vez, según el informe “The economics of climate change: No action not an option”, del Swiss Re Institute (2021), la economía de Colombia ocupa el séptimo lugar entre 48 países en vulnerabilidad ante los efectos adversos del cambio climático.

Hacia la adaptación

Las inundaciones y sequías extremas, la pérdida de los glaciares y la reducción del área de los páramos, la deforestación y el declive de la biodiversidad, el aumento del nivel del mar y la erosión costera son parte de la geografía de la Colombia de hoy, una muy diferente a la que la Comisión Corográfica reveló con sus sustantivas observaciones y hallazgos.

La geografía de Colombia, como la de todos los países, está marcada por el Antropoceno, cuyas características de mayor jerarquía son la creciente pérdida de integridad de la biósfera, la inestabilidad climática y la desbordada contaminación química. Como se afirmó anteriormente, los eventos climáticos extremos y la pandemia del covid-19 son parte de las consecuencias de esta crisis ambiental que está en incremento y que de extremarse podrían conducir a la ocurrencia de catástrofes. Algunos afirman que el escenario catastrófico se evitará con los avances tecnológicos. No pocos aseguran que, dada la profundidad de la crisis, el destino de la humanidad está sellado: algo como el fin del mundo es inevitable. Pero ni unos ni otros cuentan con la evidencia científica para respaldar su respectiva posición.

Vivimos en el Antropoceno y debemos comenzar a transitar la compleja ruta de la adaptación, como a continuación se ilustra a partir de un análisis en detalle que he efectuado en mi reciente libro Presente y futuro del medio ambiente, navegando en el Antropoceno (2023).

Se trata de minimizar los daños económicos, ambientales y sociales de estas amenazas en relación con la alternativa de no hacer nada. La adaptación es una agenda común a todos los países, tanto desarrollados como en desarrollo, pero se hace tanto más urgente para Colombia si se considera que dos autorizados informes la ubican entre los países con una alta vulnerabilidad a los impactos del cambio climático

Enfrentar el aumento del nivel del mar

Se avizora que en el mediano plazo la subida del nivel del mar impactará en forma grave algunas ciudades costeras, pero no a todas puesto que sus riesgos son diferentes de conformidad con su ubicación y el comportamiento de las corrientes marinas. Cartagena y Tumaco son, por ejemplo, dos ciudades en alto riesgo. Para la primera ya existe un completo diagnóstico y un plan de acción, pero su implementación está retrasada. En muchas ciudades del mundo se están adelantando obras de protección en ese sentido, como lo ilustran los casos de Nueva York, Miami y Londres (en esta última se han propuesto nuevas esclusas en la desembocadura del Támesis para evitar que por la presión de las olas el río acabe inundando la ciudad).

En Colombia el aumento del nivel del mar está ocasionando mucha más erosión costera que la que se produce en forma natural. Se han identificado 84 puntos de erosión en la costa Caribe, su zona insular oceánica (que comprende las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina con sus cayos adyacentes de Roncador, Serrana, Serranilla, Bolívar, Albuquerque y Quitasueño norte y sur) y la costa del Pacífico.

Para enfrentar los problemas ocasionados por la erosión costera existen diversas medidas que se pueden agrupar en tres tipos: ingeniería dura, como rompeolas y diques de tierra; sistemas naturales, que incluyen soluciones basadas en la naturaleza como restauración de manglares, desarrollo de arrecifes de coral y plantación de pastos, y medidas no estructurales, como reubicación de viviendas e infraestructuras y planes de evacuación.

Proteger los bosques

Es simultáneamente una estrategia de adaptación y de mitigación. Un bosque en buen estado tiene mayor resiliencia, entendida como la capacidad de un sistema ecológico para recuperar sus propiedades después de verse alterado por una perturbación. Esto significa recuperar la prestación integral de sus servicios ecosistémicos: hábitat de la diversidad de especies de flora y fauna, así como de comunidades indégenas y campesinas; captura de carbono; protección de las fuentes de aguas superficiales, los ríos aéreos y los suelos (menor erosión), y provisión de madera y productos no maderables.

Las estrategias de adaptación incluyen la multiplicidad de acciones para detener la deforestación, la restauración masiva, la gestión comunitaria de los bosques, las plantaciones forestales, el aprovechamiento de productos forestales no maderables y la transformación de la ganadería mediante sistemas silvopastoriles. El fortalecimiento de los resguardos indígenas, las propiedades colectivas de las comunidades negras y los parques nacionales constituyen una estrategia de la mayor importancia, toda vez que estas tres modalidades —que comprenden en su conjunto aproximadamente el 42 % del área continental del país— han demostrado ser relativamente exitosas para la protección de los bosques y otros ecosistemas, como lo demuestran diversos estudios.

Para la financiación de este conjunto de estrategias se prevén diversos mecanismos, entre ellos la utilización de los instrumentos económicos basados en el mercado (por ejemplo, los bonos de carbono y otros pagos por servicios ambientales). Es necesario integrar estas estrategias a una política de bosques de largo plazo que establezca sus interrelaciones y sinergias a nivel local, regional y nacional. En este sentido, ha de considerarse que todas tienen como común denominador estar construidas bajo la aproximación del desarrollo sostenible, con enorme potencial para contribuir simultáneamente a la adaptación y la mitigación del cambio climático, la protección de los suelos y el mejoramiento de la estabilidad del ciclo de agua —con lo que se disminuye el impacto de las inundaciones extremas y la probabilidad de deslizamientos y avalanchas en las épocas de precipitaciones agudas y periodos de lluvias prolongados—. Detener la deforestación, así como proteger y restaurar los bosques son estrategias muy efectivas para incrementar la resiliencia de estos ecosistemas al cambio climático.

Enfrentar las inundaciones extremas

Inundaciones, deslizamientos, avalanchas y vendavales se han presentado a lo largo de la historia como expresión de fenómenos naturales. Pero se han vuelto más severos y frecuentes debido a las aguaceros torrenciales y las estaciones de lluvia más prolongadas como producto del cambio climático.

A raíz de los graves impactos producidos por la intensa y prolongada ola invernal ocurrida en 2010-2011, el gobierno nacional creó el Fondo Adaptación, que tuvo como objetivo a corto plazo mitigar los daños ocurridos: la construcción, reconstrucción, recuperación y reactivación económica y social de las zonas afectadas; y como objetivo a largo plazo establecer proyectos de adaptación en las áreas de más alto riesgo. La Mojana y el Canal del Dique son los principales proyectos de adaptación que hoy se adelantan por cuenta del Fondo, con unas inversiones multimillonarias.

La ruptura del Canal del Dique en 2011 fue una alerta sobre los problemas que podrían acarrear nuevos periodos de lluvias extremas. Tiempo atrás se identificó que la sedimentación del río Magdalena era transportada a la bahía de Cartagena por el Canal del Dique, lo que constituía el origen del deterioro de las ciénagas asociadas, la gradual colmatación de la bahía y la muerte paulatina de los arrecifes coralinos de las islas del Rosario y San Bernardo.

Las obras del megaproyecto denominado Restauración de los Ecosistemas Degradados del Canal del Dique, con una inversión de COP 3,2 billones, se iniciaron en junio de 2023. La concesión tendrá una duración de quince años que incluyen seis para la realización de las obras y nueve para su operación y mantenimiento.

El megaproyecto contempla la construcción de dos complejos de esclusas y compuertas, uno en Calamar y otro en Puerto Badel, que permitirán el control del caudal del agua y la intrusión salina, mitigarán la erosión de orillas y reducirán el ingreso de sedimentación a las bahías de Cartagena y Barbacoas. Estas dos intervenciones y las otras 34 que se prevén están también encaminadas a restaurar los ecosistemas degradados (ciénagas, caños, etc.) para hacerlos más resilientes al cambio climático y beneficiar de paso a 1,5 millones de habitantes de 19 municipios de los departamentos de Atlántico, Bolívar y Sucre. En su conjunto, las 36 obras incluyen soluciones de ingeniería, como los dos complejos de esclusas y compuertas, y soluciones basadas en la naturaleza (SbN), como la restauración de ciénagas y zonas de inundación. En su conjunto ilustran la diversidad de alternativas requeridas para la adaptación a las inundaciones, un reto que enfrenta el país en sus diferentes regiones.

Enfrentar las sequías

Las sequías traen consigo una diversidad de consecuencias. Tres ilustraciones: 1) en 1992 se produjo una crisis energética sin antecedentes en el país, como consecuencia de la drástica baja de los niveles de las hidroeléctricas producto de la sequía causada por el fenómeno de El Niño; 2) la sequía extrema en el departamento del Casanare en 2014 causó la muerte de miles de animales, arruinó cultivos y afectó el abastecimiento de agua de la región; 3) en La Guajira más de 5000 niños wayuu han muerto en los últimos años a causa de diversas sequías que han traído consigo carencia de alimentos y de agua potable.

Casi 400 cabeceras municipales del país, que en su mayoría pertenecen a la regiones aledañas a la cuenca Magdalena-Cauca y el Caribe, son susceptibles al desabastecimiento de agua como consecuencia del creciente riesgo de sequías producto del cambio climático.

Se predice que el fenómeno de El Niño 2023-2024 podría provocar en Colombia una época seca sin antecedentes. La sequía producida en nuestro territorio por este fenómeno natural está reforzada por el calentamiento derivado del cambio climático.

Para disminuir el riesgo de la falta de disponibilidad de agua como consecuencia de las sequías existen múltiples alternativas. Como se ha hecho énfasis en secciones anteriores, el incremento de la resiliencia a los riesgos de sequía incluye la protección y restauración de bosques, humedales y páramos. Adelantar campañas para que los ciudadanos ahorren agua en sus diferentes usos es una vía ya probada en coyunturas del pasado, pero debe impulsarse en forma permanente. Recurrir al uso de agua subterránea, que el país tiene en abundancia, es una medida necesaria. Sin embargo, el conocimiento sobre este recurso sigue siendo precario pues, como lo indica el Ideam, solo se tiene identificado el 30,8 % de los sistemas acuíferos con un nivel de conocimiento suficiente para la gestión de las aguas subterráneas. Del restante, que corresponde al 69,2 %, en los últimos años no se ha logrado obtener información hidrogeológica detallada que permita su caracterización.

La agricultura es una de las actividades más vulnerables a la escasez de agua, como lo indica el hecho de que utilice cerca del 55 % del agua dulce disponible en el país (por debajo del promedio mundial, que asciende al 70 %). Además de recurrir a los acuíferos cuando se tenga el debido conocimiento de estos, y de la posibilidad de utilizar menos agua a partir de tecnologías existentes (la agricultura de precisión para usar justo lo requerido) o del desarrollo de nuevas tecnologías, se deberán construir nuevos reservorios para que alimenten al sector agropecuario.

La generación de energía hidroeléctrica tiene una alta vulnerabilidad a las sequías, como lo experimentó Colombia en la crisis energética de 1992. Para evitarla el país debe tener un generación de respaldo a partir de termoeléctricas. Por esa razón no es viable, como arguyen no pocos ambientalistas, desmontarlas y sustituirlas con energías no convencionales. Es necesario sustituir paulatinamente la energía termoeléctrica basada en carbón por una basada en gas —que emite 30 % a 40 % menos GEI que el carbón por unidad de energía eléctrica generada—. Las termoeléctricas, a su vez, servirían de respaldo a la generación de energía eólica y fotovoltaica, que también son vulnerables frente a eventuales déficits de corrientes de viento y radiación solar.

Conclusiones

La geografía física y humana del mundo y de Colombia es hoy sustancialmente diferente a la de hace 170 años, cuando la Comisión Corográfica desarrolló su extraordinaria contribución al conocimiento del país. Se podría decir que hoy ya no tenemos un territorio y un planeta como los que vivieron las anteriores generaciones. Una de las motivaciones para conformar la comisión fue alcanzar un mejor conocimiento del país como base fundamental para impulsar su progreso. Sus miembros tenían la visión de que era necesario conquistar y transformar los suelos incultos para lograrlo, como se ilustró con el caso de la selva amazónica. El tipo de conquista del territorio que avizoraron la comisión y quienes la convocaron sigue aún su marcha, como lo evidencia la deforestación, que parece imparable. Ha sido no solamente la visión predominante de las elites, sino también la de los habitantes de las diversas regiones del país, y encuentra sus equivalentes en todas partes del mundo. Pero el conocimiento científico de hoy nos señala que esa transformación de nuestro territorio tiene unos límites impuestos por la naturaleza. La ciencia de mediados del siglo XIX no conocía que ya entonces se iniciaba la transgresión de los límites ecológicos del planeta, como la tipifican el cambio climático global y la pérdida de integridad de la biodiversidad. Los riesgos e incertidumbres que hoy vivimos, generados por la acción humana, no tienen antecedentes en la historia de la humanidad: estamos ante la ineludible urgencia de aprender a transitar por las borrascosas aguas del Antropoceno.

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AUTOR

Manuel Rodríguez Becerra

Ingeniero y profesor emérito de la Universidad de los Andes, con un posgrado en administración de la Universidad de Oxford.  En la Universidad de los andes se ha desempeñado como decano de las facultades de Administración, Artes y Ciencias. Además, fue también su Vicerrector Académico. De 1993 a 1996 fue designado como el primer ministro de Medio Ambiente del país.

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