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La filosofía de las ciencias en el pensamiento de Rafael Carrillo

El contexto filosófico

Antes de entrar en el tema que aquí nos ocupa —esto es, la idea de una filosofía de la ciencia en el pensador colombiano Rafael Carrillo Lúquez (Atánquez, Cesar, 1907-Valledupar, 1996)— vale la pena trazar un breve esbozo del contexto filosófico involucrado. Las ideas de Carrillo cobran sentido en un momento de la historia del país en el que la filosofía da los primeros pasos por las sendas del pensamiento moderno (crítico), al tiempo que se aleja de la escolástica enclaustrada en la vida universitaria. Entre tanto, la ciencia, incipiente en nuestro medio y asentada en las bases del positivismo, exigía de la filosofía la sustentación de sus conceptos, métodos y prácticas. En este panorama cultural emerge, en la década de los cuarenta, la figura de Rafael Carrillo desde la Universidad Nacional de Colombia, nicho de muchas ideas innovadoras en el pensamiento colombiano del siglo XX.

Se ha dicho que la filosofía de la ciencia en nuestro país empezó a desarrollarse a partir de la década de los setenta y se consolidó en los noventa; pero muy poco o nada se dice de los avances de esta área del saber treinta años antes, cuando la filosofía comienza a configurarse como un quehacer autónomo desprendido de la teología, a la que estuvo atada durante mucho tiempo. Se podría afirmar que a partir de los cuarenta surge en Colombia el quehacer filosófico profesional y, con este, una producción intelectual pausada y persistente. Es el inicio de los estudios filosóficos en el país, promovidos por una generación integrada por Danilo Cruz Vélez, Luis Eduardo Nieto Arteta, Cayetano Betancur, Luis López de Mesa, Abel Naranjo Villegas y la destacada figura de Rafael Carrillo. La dirección de esta apertura del pensar filosófico, que dejaba atrás el tomismo y la metafísica del presbítero Rafael María Carrasquilla, impartida en colegios y universidades, era el examen de la filosofía alemana representada por autores como Kant, Hegel, Husserl, Scheler y Heidegger. Siguiendo el ejemplo de estos pensadores, se escribieron tres libros que marcaron la modernidad filosófica en Colombia: Lógica, fenomenología y formalismo jurídico (1942), de Nieto Arteta; Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho (1947),de Carrillo, e Imagen del hombre y de la cultura (1949), de Cruz Vélez. Con la excepción de este último título, dichas obras giraban alrededor de lo jurídico. Sus autores eran abogados y enseñaban en facultades de Derecho.

A lo anterior se suma la emergencia de la industria editorial en España y América Latina, en donde tenía como centro a México y Argentina. Se traducían los autores más significativos del siglo XIX y comienzos del XX y se difundía la producción endógena. En este marco se inscribe la producción intelectual de Rafael Carrillo, dirigida —al menos en parte— a examinar la ciencia y los problemas filosóficos derivados de su saber para nuestro tiempo.

“Entre tanto, la ciencia, incipiente en nuestro medio y asentada en las bases del positivismo, exigía de la filosofía la sustentación de sus conceptos, métodos y prácticas. En este panorama cultural emerge, en la década de los cuarenta, la figura de Rafael Carrillo desde la Universidad Nacional de Colombia, nicho de muchas ideas innovadoras en el pensamiento colombiano del siglo XX.”

Filosofía de las ciencias en Rafael Carrillo

Se reconoce a Carrillo como pionero de la filosofía moderna en Colombia. Para él la filosofía es una disciplina que asume el examen de los problemas del hombre y de la sociedad de su tiempo, una disciplina que da cuenta críticamente de los avances del conocimiento y la cultura, y de sus implicaciones en la vida pública. Su atención se centró en la filosofía del derecho, en particular en los debates sobre la fundamentación filosófica de la norma, tema candente en su tiempo por las reformas constitucionales y las trasformaciones de los códigos penal y civil. Era, además, el tiempo del auge de Hans Kelsen, promulgador de una teoría pura del derecho que exploraba la esencia última del derecho positivo, aquel de la norma escrita contrapuesta a la del natural. La producción intelectual de Carrillo se vio marcada por ese entorno, por ese “ambiente” intelectual y social. Al mismo tiempo, siempre tuvo presente uno de los grandes problemas del mundo moderno, la irrupción de la ciencia y su papel en la sociedad. La filosofía del derecho y la de la ciencia fueron los ejes de sus reflexiones. La primera se expresó en sus obras Filosofía del derecho como filosofía de la persona,de 1945, y Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho,de 1947; la segunda, en ensayos publicados en revistas y periódicos de la época.

¿Por qué el interés de Carrillo por la ciencia? ¿Qué lo llevó a estudiar los vínculos filosofía-ciencia? Ofrezcamos unas notas exploratorias al respecto. De entrada, hay que decir que él no dejó un libro orgánico sobre el tema. Su pensamiento al respecto se encuentra disperso en escritos cortos en los que deja ver un conocimiento del desarrollo de las ciencias y del debate filosófico a que dio lugar en la primera mitad del siglo XX (cabe registrar las compilaciones de algunos de estos textos realizadas por la Universidad Santo Tomás, en 1986; Numas Armando Gil, en 1997; Beethoven Arlantt Ariza, en 2012, y Carlos Elías Lúquez, en 2021 y 2022). Fue el primero de los filósofos colombianos en divulgar la epistemología, el campo que estudia los principios, fundamentos, extensión y estrategias del conocimiento científico. Y no se detuvo solo en las contribuciones de las ciencias naturales —la física, la biología y la química—, sino que también se ocupó de los aportes de las ciencias del hombre, las ciencias del espíritu, representadas por la historia, la sociología y la psicología social. Esto era nuevo en un país gobernado por las doctrinas escolásticas, muy dadas a contemplar el papel de la Providencia en la vida y suerte de los mundos natural, social y cultural. Carrillo siguió de cerca el desenvolvimiento de la física de su tiempo —Einstein y Heisenberg— y sus consecuencias en el plano del saber.

Estos intereses epistemológicos se manifiestan en el ensayo “La rebelión contra los sistemas”. En este texto se ocupa de la relación entre la física antigua, la clásica, la teoría de la relatividad y la física cuántica, y el papel que juega la reflexión filosófica alrededor de la intuición, la experiencia y la interpretación del fenómeno del movimiento. Allí señala, por ejemplo, cómo la fuerza que ejerció en los primeros físicos la confianza en la intuición los llevó a quedarse en la mera observación sin llegar a superarla. La física moderna fue más allá. Se llenó de teoría y a continuación la puso en cuestión mediante la experimentación. “La falaz intuición no fue problematizada y todo el edificio construido sobre ella se vino abajo después ” (Carrillo, 1983).

Para él la filosofía es una disciplina que asume el examen de los problemas del hombre y de la sociedad de su tiempo, una disciplina que da cuenta críticamente de los avances del conocimiento y la cultura, y de sus implicaciones en la vida pública.”

El pensamiento moderno, tanto en la filosofía como en la física, trae consigo —como elemento constitutivo— la desconfianza en la intuición. De ello se desprende la contundente afirmación de que hay que someter los hechos a un “implacable interrogatorio”, torturarlos con el fuego del espíritu para que hablen con claridad y revelen la verdad de los hechos. Con este criterio Carrillo aborda los planteamientos de la física clásica y su relación con la teoría de la relatividad y la física cuántica, a partir de los conceptos de indeterminación e incertidumbre de Heisenberg, uno de los primeros físicos que se apoya en la fenomenología para fortalecer sus propios estudios. Es un caso en el que las contribuciones de la filosofía son atendidas por los científicos en acción. En síntesis, se trata de una rebelión contra los sistemas filosóficos (los de Hegel y Kant especialmente) y los sistemas científicos (física, matemáticas y geometría), que da lugar a la emergencia de unos nuevos “paradigmas”: fenomenología, física cuántica y teoría de la relatividad. En estas aventuras Carrillo confrontaba los autores que leía con su propio punto de vista, lejos de toda actitud piadosa. En uno de sus textos aparecidos en el diario El Siglo señaló: “No se extrañe el lector cuando en [estas páginas] se ofrezca la crítica de una obra nueva o vieja”. La obra en cuestión no es “sino un pretexto para expresar lo que nosotros sentimos y pensamos por nuestra propia cuenta [pues,] más que repetir al autor, nos gusta ir tangentes a él, más que analizar juicios, emitir los nuestros” (Carrillo,1983) .

En 1944, con ocasión de la muerte del célebre físico y astrónomo inglés Arthur Eddington, del que Carrillo fue un profundo admirador y crítico, escribió un artículo donde destaca el interés de este sabio por la fundamentación filosófica de su disciplina. Ahora era la filosofía, que no es ciencia, prestando sus instrumentos para ayudar a los científicos. A su juicio, este era el papel de la epistemología, un nombre nuevo para caracterizar una vieja norma del filosofar: la interrogación. Para Carrillo la epistemología era la teoría del conocimiento de la ciencia que, en casos como el de Eddington o el de Ernst Mach, se desligaba de la metafísica, de la especulación ajena a la confrontación con los hechos, que constituyen la realidad.

El interés de Carrillo por la ciencia le venía del pensamiento de uno de sus filósofos de cabecera, Max Scheler. Cabe recordar que Scheler, además de ocuparse de la teoría de los valores y de la persona, también mostró una notoria inclinación por las ciencias, especialmente por la biología. De él tomó Carrillo la idea de que la filosofía es la fundamentadora de la ciencia ya que esta no podría hacerse preguntas sobre sí misma pues cuando lo hace filosofa. En esta dirección, indicó, “no hay ciencia que no tenga que habérselas con la filosofía” (Carrillo, XXXX, p. xx). ¿Qué quiere decir esto? En la presentación de un libro del estonio Jacob Von Uexkül, Carrillo señaló que para este autor Kant fue el que confirió por primera vez rigor y orden a la investigación de la naturaleza. Y más todavía, fue el autor de la Crítica de la razón pura quien destruyó para siempre la faz dogmática del positivismo, aquella que predica que solo se pueden conocer las cosas por los sentidos.

“El pensamiento moderno, tanto en la filosofía como en la física, trae consigo —como elemento constitutivo— la desconfianza en la intuición. De ello se desprende la contundente afirmación de que hay que someter los hechos a un “implacable interrogatorio”, torturarlos con el fuego del espíritu para que hablen con claridad y revelen la verdad de los hechos. “

Ahora bien, si tomamos en cuenta las anteriores referencias, Carrillo aparece, al lado de Cruz Vélez y Nieto Arteta, como uno de los primeros críticos del positivismo en el país, postura que comparte con otros filósofos latinoamericanos, como los argentinos Francisco Romero y Carlos Astrada, el mexicano Antonio Caso, el chileno Enrique Molina y el uruguayo Vaz Ferreira.

Sus reflexiones sobre la relación filosofía-ciencia adquieren mayor presición en su discurso “La filosofía como espacio de las ciencias”, pronunciado con ocasión de la inauguración del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional en 1946. Allí presentó su visión del papel de la filosofía no solo respecto de la ciencia, sino también respecto de la universidad, esa provincia del saber. Para él la universidad es la vanguardia del conocimiento, lo difunde y lo crea, lo propaga y lo enriquece mediante la investigación de profesores y alumnos. En ese discurso Carrillo volvió sobre la idea scheleriana de la fundamentación del conocimiento científico y para el caso sugirió que, al lado de la apertura de facultades científicas en la universidad, la filosofía se convertiría en guardiana de su quehacer cotidiano. Si esta es ante todo teoría del conocimiento, la ciencia es la búsqueda del saber más preciso. Aquí es donde aparece su enriquecimiento mutuo. “A lo largo de la historia de la cultura” —subrayó— “encontramos algunas etapas en que la investigación filosófica se intensifica luego de un periodo de trabajo científico y por causa de este trabajo. Estamos entonces en la etapa de las fundamentaciones” (Carrillo, 1946). Pero ocurre que cuando la ciencia acelera su marcha irreversible, en tanto que disciplina de la prisa, aparece la filosofía, disciplina sin prisa, y la detiene con sus interrogantes.

Bajo la anterior perspectiva Carrillo observa y reconoce cómo la reconstrucción que se opera en la filosofía a principios del siglo XX se debe a la necesidad de la ciencia de buscar una sólida fundamentación de sus principios y sus metodologías. El ejemplo clásico es el de aquel profesor de matemáticas que ante las dificultades que encuentra, ignorando la filosofía, termina —sin saberlo— incursionando en ella. Se trata de Edmund Husserl, que por la necesidad de fundamentar la ciencia de las matemáticas dio origen a la fenomenología y, con ella, a un movimiento de reconstrucción de la filosofía. Es de reconocer, como lo señala Carrillo, el fuerte influjo de la fenomenología en las ciencias particulares durante las primeras décadas del siglo pasado. Bajo este influjo muchos saberes y disciplinas —como el derecho, la ética, la física, la biología, la estética y hasta la sociología— se vieron presas de dicha reconstrucción.

En concordancia con todo esto, hoy, inmersos en un mundo agitado por el poder de la ciencia y la tecnología, cobra importancia la advertencia de Carrillo:

No hay matemática, no hay física, no hay biología, no hay derecho, no hay medicina, en el sentido esencial y hasta existencial de cada uno de estos conceptos, donde se haya prescindido de la respectiva fundamentación filosófica. Ello explica que los matemáticos y los físicos, los biólogos y los juristas se hayan hecho filósofos. (Carrillo, 1946)

Este llamado cobra mayor significado cuando se recuerda que la filosofía de la ciencia, entendida como epistemología, es tema corriente en las universidades, hasta ocupar un nicho en sus programas formativos, pero muchas veces no pasa de ser una asignatura vacía, formalista y retórica ajena a la riqueza de la mutua relación filosofía-ciencia. Carrillo llamó la atención sobre el dinamismo de este vínculo y sobre la importancia que tiene para una comprensión de los problemas de nuestro tiempo. Volver sobre sus textos es labor enriquecedora para filósofos y científicos, estos últimos muy dados a ver en la filosofía, el amor a la sabiduría, a una disciplina afincada en la especulación vacía carente de objeto.

Referencias

Carrillo, R. (1983). La rebelión contra los sistemas. Ideas y Valores; v. 33 n. 63; 3-30
Carrillo, R. (1979). Ambiente Axiológico de la Teoría Pura del Derecho. Ideas y Valores; v. 33 n. 63; 3-30
Carrillo, R. (1946). La filosofía como espacio de las ciencias. Revista Colombiana de Filosofía de la Ciencia, 16, 2016.

AUTOR

Tomás Vásquez Arrieta

Filósofo. Profesor Asociado de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas de Bogotá. Autor de artículos y ensayos sobre la relación entre ciencia, tecnología, cultura y educación. Miembro del Grupo de investigación Comunicación, educación y cultura de la Universidad Distrital.

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