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Conocimiento tradicional, sociedad y poder

El presente texto examina el estatus científico de este dominio del conocimiento universal, los contextos en los cuales se manifiesta en nuestro país, los riesgos que enfrenta y cuáles podrían ser las condiciones requeridas para evitar su desaparición.

Dados tales propósitos el documento se compone de cinco secciones. La primera reflexiona sobre el estatus científico que se atribuye al conocimiento tradicional. La segunda revisa algunos de sus principales aportes a la sociedad global. La tercera examina las amenazas que enfrenta para su continuidad. La cuarta plantea el entrecruce de poderes en que se ha visto confinado y en la última se cuestiona la propuesta del diálogo de saberes como salida de la encrucijada.

Conocimiento tradicional, expresión de conocimiento científico

El conocimiento tradicional es aquel que las comunidades indígenas han generado, conservado y desarrollado a lo largo del tiempo en relación con el uso corriente de plantas, animales, suelos y minerales; preparación y procesamiento de especies; formulaciones que comprenden varios ingredientes; métodos de cultivo y selección de plantas, y protección de ecosistemas como estrategias de conservación de la naturaleza. Comprende así el entendimiento de la ecología local y la identificación de patrones climáticos con utilidad para diferentes fines, entre ellos los de estacionalidad en los cultivos agrícolas.

Resultado de la observación cuidadosa y sistemática de los fenómenos naturales y sociales a lo largo de generaciones, el conocimiento tradicional de las comunidades étnicas se basa en la experiencia acumulada a lo largo del tiempo y se transmite básicamente de forma oral, de generación en generación. Se ha desarrollado en diferentes contextos y ha permitido a estas comunidades adaptarse a su entorno y asegurar su supervivencia durante siglos.

Se puede afirmar que, al igual que el conocimiento en general, el tradicional es resultado de la interacción social y es validado por su comunicación. No obstante, sus particularidades permiten identificarlo como un bien colectivo, fundamental para la vida, integrado a la diversidad cultural y biológica en el marco de una ontología holística, como un continuum con la naturaleza, no reductible a piezas aisladas de un saber compartimentalizado. Todo lo anterior como resultado de que es creado y expresado territorialmente, por lo que se puede caracterizar como un sistema de conocimiento local. En gran medida, es conocimiento cualitativo y también inclusivo, en tanto su aplicación se hace en beneficio de la comunidad toda, sin exclusión alguna.

El proceso de construcción y definición de este conocimiento incluye sistemas de clasificación —que en algunas ocasiones se han mostrado superiores a las de la ciencia occidental (como en el caso de la etnobotánica)— y un conjunto de observaciones empíricas, al igual que sistemas de autogestión de recursos. Como se ha señalado, ha tenido una mínima codificación, lo que lo identifica como un tipo de conocimiento tácito y vivo, que está en permanente evolución generacional, no anquilosado en el tiempo. Finalmente, en el marco del sistema cultural en que se preserva se establecen circuitos interdependientes con lo económico en un contexto ajeno al concepto de acumulación per se y más bien guiado por la reciprocidad en lo que la antropología ha caracterizado como la economía del don.

Aportes del conocimiento tradicional a la sociedad global

Si bien desde la perspectiva de la cultura hegemónica occidental se tiende a menospreciar el carácter científico del conocimiento tradicional, se pueden identificar algunos beneficios que la humanidad ha percibido, más allá de la utilización inconsulta de piezas de conocimiento por parte de laboratorios farmacéuticos que las patentan y explotan en forma de desarrollos comerciales sin otorgar el reconocimiento y la retribución debida a sus originadores.

En el campo de la medicina natural el conocimiento tradicional ha identificado y utilizado plantas medicinales a lo largo de siglos. Buena parte de las medicinas modernas se basan en principios activos extraídos de aquellas y otros remedios naturales cuya identificación se ha hecho merced al conocimiento que las comunidades tienen de su entorno.

En la agricultura y la alimentación la humanidad se ha beneficiado de las prácticas agrícolas sostenibles, técnicas de cultivo, selección de semillas (más de 4000 variedades para algunos cultivos) y uso de fertilizantes orgánicos que las comunidades han desarrollado en sus prácticas consuetudinarias y que han permitido la producción de alimentos saludables y en armonía con el medio ambiente.

Una fuente de conocimiento a la cual muchos han vuelto su mirada es justamente la de la conservación del medio ambiente, dado que los conocimientos tradicionales han permitido el desarrollo de técnicas de protección de la biodiversidad y de mejoramiento de condiciones ambientales. Entre ellas se incluyen el manejo y uso adecuado de los recursos naturales, la prevención de la erosión del suelo, el control de plagas y la protección de áreas sagradas.

En el arte y la cultura el conocimiento tradicional ha aportado el desarrollo de piezas de creación artística excelsas y el mantenimiento de técnicas locales de elaboración de textiles, cerámica, tallado de madera y joyería, entre otras.

Las lenguas propias de las comunidades son también, de hecho, un aporte al acervo del conocimiento universal, en tanto determinan las maneras particulares de concebir el mundo, de expresarlo y de relacionarse con el otro propias de cada cultura.

Otro aporte importante a la humanidad, que no se puede relegar a un segundo plano, está constituido por los valores y creencias que se han transmitido de generación en generación, los cuales incluyen la relación con la naturaleza, la espiritualidad, la cooperación, la solidaridad, el respeto y la responsabilidad hacia los demás y el medio ambiente.

“En algunos países, y en Colombia en particular, desde la promulgación de la Constitución de 1991 esa situación ha venido cambiando, pero aún son muchos los obstáculos que se anteponen para poder implementar sistemas de crianza y educativos propios de las comunidades, de manera que se puedan estructurar esquemas completos y complejos de formación.”

Amenazas que enfrenta el conocimiento tradicional

Históricamente el conocimiento de las comunidades étnicas ha estado enfrentado a su negación por parte de la sociedad occidental. Ubicado en la que Frantz Fanon denominó zona del no ser, posición derivada del advenimiento de la modernidad, en la mayoría de los casos el relativo aislamiento o la tozuda defensa de su hábitat, así como la coherencia de sus instituciones y la solidez de su organización, son lo que ha permitido que este dominio del conocimiento universal no haya sido aniquilado por completo y, aunque mermado, llegue a nuestros días.

No obstante, para muchas comunidades la proximidad y necesidad de contacto con el mundo institucional occidental y su sistema de creencias ha permeado su cosmovisión y su ethos, en lo que constituye un choque interinstitucional cuyo resultado ha sido en algunos casos una suerte de hibridación cultural y en muchos la subsunción total a los parámetros de la modernidad. Durante siglos la erosión del sistema cultural e ideológico de las comunidades ha sido llevada a cabo de manera metódica por el sistema educativo que, a partir de la premisa del adoctrinamiento (para salvar sus almas) o de la asimilación (para “civilizar”), impuso su sistema de creencias, cosmovisión y forma de vida comenzando por la eliminación de la propia lengua y todo lo que de ella se deriva.

En algunos países, y en Colombia en particular, desde la promulgación de la Constitución de 1991 esa situación ha venido cambiando, pero aún son muchos los obstáculos que se anteponen para poder implementar sistemas de crianza y educativos propios de las comunidades, de manera que se puedan estructurar esquemas completos y complejos de formación. Sin embargo, una vez abiertas y relacionadas con un contexto económico y social más amplio, también se amplían los retos que las comunidades deben enfrentar.

Uno de ellos es el auge y expansión de la ideología neoliberal y su subsecuente discurso y práctica de la globalización mercantil, que por sus mismas premisas tiene como consecuencia la homogeneización cultural y la pérdida de diversidad, incluidos los conocimientos tradicionales. En este punto, el recurso a los medios de comunicación y a la cultura dominante para la expansión del sistema atenta contra la transmisión intergeneracional de los conocimientos comunitarios.

La extensión de asentamientos de urbanización ligados a la expansión de cabeceras municipales, resultante de actividades agrícolas extensivas y megaproyectos extractivistas, hacia zonas lindantes con territorios de las comunidades puede resultar en la pérdida de los conocimientos tradicionales y la cultura local. La atracción de los jóvenes hacia estos centros ampliados puede a su vez incentivar el abandono de la lengua y las prácticas tradicionales.

Una consecuencia adicional de lo anterior puede ser que no haya una generación de relevo, y ante la muerte de los sabedores del conocimiento tradicional se provoque la pérdida irreparable de este. La extinción acelerada de lenguas nativas en todo el mundo durante la última década es, en ese sentido, alarmante.

Otro reto de carácter global está dado por la crisis climática, que ya muestra impactos negativos sobre los ecosistemas, lo que pone en cuestión los conocimientos tradicionales relacionados con la gestión y uso de los bienes de la naturaleza.

Entrecruce de poderes

Más allá de estos factores de riesgo para la pervivencia de las comunidades y sus sistemas de conocimiento, que a su vez se pueden considerar amenazas sistémicas, existe otro nivel de afectación, que tiene que ver con la presencia de variados actores que aplican directa o indirectamente mecanismos de dominación sobre los territorios y sus pobladores.

El avance de diferentes agentes de poder sobre la geografía nacional ha implicado que buena parte de la población colombiana se vea marginada y desplazada, cuando no eliminada físicamente, con la consecuente pérdida de relacionamiento con el territorio que habita. Esto produce desarraigo, despojo y ruptura de la base de sus recursos culturales, fuente de los conocimientos acumulados por las comunidades cuyo origen y razón de ser es el territorio mismo.

El propio Estado nacional, en ejercicio de la soberanía sobre el territorio establecida en la Constitución Política y de la manera como ha entendido su responsabilidad por el avance económico y social, se ha posicionado en repetidas ocasiones como actor de presión contra las comunidades, forzando el abandono de sus territorios y con ello de sus conocimientos. La colonización inducida y un erróneo concepto de progreso han sido por mucho tiempo fuentes de poblamiento desordenado y devastador, por ejemplo, con la llamada ampliación de la frontera agrícola.

En esa misma dirección, y con el apoyo de instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo, sucesivos gobiernos nacionales han llevado a cabo variados proyectos que buscan impulsar su concepto de desarrollo en regiones enteras. Sin embargo, su diseño ha obedecido al punto de vista particular de la tecnocracia experta internacional y local, y a la necesidad institucional de captar recursos financieros, sin que esos proyectos respondan a las verdaderas necesidades de las poblaciones y su idiosincrasia, lo que ha redundado en completos fracasos en la ejecución y frustración de los supuestos receptores de las ayudas. Tal ha sido el caso de la región Pacífica, que fue caracterizada como una zona pobre destinada a progresar mediante la construcción de vías, presas y puertos, proyectos que resultaron inviables porque implicaban la devastación del mismo territorio.

Efecto parecido pero en versión culminada y con afectaciones visibles sobre comunidades enteras producen los megaproyectos energéticos que requieren de la inundación de vastas extensiones de terreno, tipo Hidroituango, o el cubrimiento de extensas zonas mediante el levantamiento de aerogeneradores para el aprovechamiento de los vientos, como en La Guajira.

“Este enfoque busca integración y valoración de los conocimientos tradicionales y científicos con el propósito de abordar y buscar solución a los retos globales y específicos de las comunidades y de la humanidad como un todo, de manera efectiva y sostenible. “

Otra dimensión de la afectación a las comunidades, proveniente del ejercicio del poder del Estado y la cesión que se hace de este a empresas privadas para la explotación del territorio, se deriva del modelo extractivista adoptado para soportar el crecimiento económico del país durante las últimas décadas. La concesión de licencias para exploración y explotación de pozos petroleros o de minas para extracción de minerales a cielo abierto en territorios propiedad de comunidades o cercanos a estos, o en páramos o zonas ambientalmente diversas, ha provocado la reacción de la población en defensa de su hábitat.

Estas acciones del poder reconocido, y las consecuentes reacciones de la población, son fuente de numerosos y profundos “conflictos ambientales” que ponen a Colombia entre los países más afectados, al contar con más de 160 conflictos derivados de megaproyectos minero-energéticos, agroindustriales y de infraestructura. No sobra señalar que, ligado a esta situación, se ha registrado el asesinato de más de setecientos líderes ambientales desde la firma del Acuerdo de Paz, según reporta el Indepaz (Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz).

Casos paradójicos pero no menos problemáticos han sido las sucesivas fases del conflicto interno que por más de cincuenta años y con diversos actores han afectado diferentes zonas de la geografía nacional. Lo que ha sucedido tras la firma del Acuerdo de Paz con las Farc y la incapacidad del gobierno nacional para copar el territorio abandonado por esa guerrilla ilustra cómo el ejercicio del poder de facto por parte de esta mantuvo protegidas de la depredación, hasta cierto punto, áreas en las que sus frentes operaban. Una vez retirados del terreno, otros actores se trenzaron en lucha violenta por su posesión, lo que agravó la fragilidad y el despojo de los pobladores y la devastación del territorio.

El narcotráfico también ha jugado su papel en la afectación a las comunidades étnicas, en la medida en que las organizaciones traficantes medran por sus territorios buscando espacios para la producción de hoja de coca, reclutan a la fuerza o atraen con beneficios económicos a miembros jóvenes e incentivan así las tendencias hacia la desintegración de las comunidades.

Otros actores legales e ilegales se han sumado al despojo territorial y el desplazamiento de comunidades por medio de la extensión de actividades agrícolas —como la explotación de la palma de aceite—, mineras o ganaderas, al ritmo de las cuales van modificando la dedicación originaria de los campos y sus pobladores.

Diálogo de saberes: ¿Una solución incompleta?

De tiempo atrás y desde ámbitos académicos, gubernamentales y de organizaciones de la sociedad civil se ha planteado que una estrategia para la preservación de los conocimientos tradicionales es la de establecer relación estrecha entre estos actores y las comunidades étnicas, incluidos otros miembros de la sociedad, en lo que se conoce como diálogo de saberes. Este enfoque busca integración y valoración de los conocimientos tradicionales y científicos con el propósito de abordar y buscar solución a los retos globales y específicos de las comunidades y de la humanidad como un todo, de manera efectiva y sostenible. Diversas iniciativas internacionales, nacionales y locales se han puesto en marcha en ese sentido, pero sus resultados han sido precarios debido a factores variados que están a la base de la forma como se han llevado a cabo.

“Con todo, independientemente del enfoque que se adopte y de los mecanismos que se apliquen, el discurso de la conservación y el desarrollo de los conocimientos tradicionales no tendrá ningún sentido si en primer lugar no se busca la preservación de la vida de sus detentores.”

Uno de esos factores adversos reside en que, en sí, existe una relación desigual entre los tipos de conocimiento. A menudo del lado de quienes detentan los conocimientos científicos de la sociedad occidental se asume una posición de poder, y en esa medida la valoración tiende a favorecer sus propios conocimientos por encima de los de las comunidades.

Sumado a esa asimetría de poder está el hecho mismo de la valoración, cuya metodología no tiene por qué corresponder a una estimación de precios de mercado, como tiende a cuantificarse en el caso de la ciencia occidental. Para el conocimiento tradicional, sus fuentes y usos se han propuesto otros tipos de metodologías, que apuntan a valorar de manera “incluyente y plural”, en los que se contemplan no solo aspectos cualitativos, sino también las asimetrías de poder existentes en torno al conjunto de lo que se da en llamar servicios ecosistémicos.

Otra dimensión de la problemática para el llamado a un diálogo de saberes radica en la dificultad de integración que de hecho existe entre contextos, realidades y metodologías con alto grado de diversidad y complejidad, pues así haya cercanía en ciertas características de los mundos que dialogan, sus especificidades paradigmáticas y las cosmovisiones que las guían son diferentes. Se requiere mayor exploración, contacto, empatía y creatividad para superar barreras tanto epistemológicas como comunicativas.

Todo esto, desde luego, se conjuga también en la concepción que se tiene del tiempo. Las instituciones occidentales tienden a ser impacientes en la búsqueda de resultados prontos, a corto plazo, sobre todo cuando están ligados a la utilización de recursos. El respaldo institucional y político no siempre es el adecuado para la búsqueda de metas inciertas.

Con todo, independientemente del enfoque que se adopte y de los mecanismos que se apliquen, el discurso de la conservación y el desarrollo de los conocimientos tradicionales no tendrá ningún sentido si en primer lugar no se busca la preservación de la vida de sus detentores. En este punto cobra todo el sentido el llamado que hace el líder ambientalista y filósofo brasileño Ailton Krenak a “despertar del coma colonial” despatriarcalizando y descapitalizando nuestras mentes y nuestras formas de ver el mundo para que las futuras generaciones sigan teniendo un mundo.

AUTOR

Álvaro Zerda Sarmiento

Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia y Magíster en Economía de la misma institución. Administrador de Empresas de la Escuela de Administración de Negocios y Economista de la Universidad Central. Es profesor asociado de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, en donde, también, fue Decano.

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