La formación integral en la universidad va más allá de ofrecer a la sociedad profesionales competentes, capaces de responder a las expectativas sociales relacionadas con su campo específico. Implica el desarrollo de las aptitudes y actitudes propias de ciudadanos autónomos y comprometidos con sus responsabilidades sociales. El ejercicio de la ciudadanía supone ante todo disposición para el trabajo colaborativo y el diálogo.
El trabajo de la ciencia requiere una comprensión compartida de los fenómenos; la conquista de la paz exige la construcción de acuerdos sociales; el encuentro entre las culturas amplía las perspectivas cuando parte del respeto por la diferencia y la escucha atenta; para resolver los grandes problemas de las regiones y la nación es indispensable el trabajo mancomunado de los distintos actores e instituciones involucrados en proyectos de cambio. Todas estas formas de ampliar el conocimiento, fortalecer la convivencia, potenciar la acción y aprender del otro se basan en el diálogo.
Nuestras formas de entender el mundo han sido el resultado de la interacción con quienes nos han ofrecido un universo de explicaciones y de valores que hemos abrazado y que nos orientan en nuestras relaciones con las otras personas y con el mundo. Usamos lo aprendido en estas interacciones para hacernos una imagen de lo que consideramos verdadero o falso, justo o injusto, legítimo o arbitrario, valioso o despreciable. Con estos criterios juzgamos a los demás y nos juzgamos a nosotros mismos. Lo que somos es el resultado de lo que hemos aprendido a lo largo de nuestras vidas gracias al diálogo, que nos ha abierto el mundo desde la primera infancia.
Pero a veces el diálogo es más difícil de lo que parece a primera vista. Si reflexionamos sobre el modo como hemos aprendido a pensar, nos damos cuenta de que nuestras creencias han cambiado, y esos cambios nos alegran. Sin embargo, en muchas ocasiones no estamos dispuestos a poner en tela de juicio lo que hemos establecido como verdad. Sentimos placer en la conversación con quienes comparten nuestras creencias y valores, y rechazamos a quienes consideramos nuestros rivales porque tienen ideas o criterios diferentes. Queremos escuchar nuestra propia voz en la voz de los otros.
Por estas razones es difícil estar siempre dispuestos a entender a los demás. A veces consideramos que no conviene ser sinceros porque partimos de que el interlocutor no comparte nuestro punto de vista y se resiste a cambiar su manera de pensar, o suponemos que no podemos confiar en él. El amor por nuestras creencias nos lleva en ocasiones a pensar que quienes no las comparten no merecen nuestra atención.
Por otra parte, cada vez tenemos menos tiempo para conversar. Sin duda siempre hay personas con las cuales intercambiamos opiniones sobre nuestros gustos y sueños, sobre nuestras preocupaciones y necesidades, sobre acontecimientos de la vida cotidiana. Pero cada vez nos cuesta más hablar con los que son muy distintos a nosotros o atender a lo que queda fuera del marco de nuestras urgencias.
Vivimos en un país azotado por la violencia, en donde a lo largo de la historia hemos empleado en muchas ocasiones nuestra energía y capacidad de razonar para hacernos daño unos a otros. Hoy nos esforzamos por salir de esta situación dolorosa y absurda y por garantizar la paz como un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento, tal como manda la Constitución que hemos construido colectivamente. Después de muchos sacrificios y de una gran pérdida de vidas humanas hemos comprendido por fin que el arma más potente con la que contamos para detener la lucha fratricida es el diálogo. Por eso es necesario construir espacios para aprender a dialogar.
Ponerse de acuerdo no significa solamente llegar a la misma conclusión; las palabras a-cordar o con-cordar provienen del latín cordis, “corazón”, y evocan imágenes afines a la expresión “vincular o armonizar los corazones”. Dialogar es una manera de acercarse, de compartir un punto de vista, de ponerse en el lugar del otro. No se trata solo de intercambiar argumentos, sino de experimentar el goce del encuentro, el regalo maravilloso de la amistad. Otra exploración etimológica de la palabra acuerdo, asociada a las palabras acordarse y recordar, hace referencia a la idea de volver en sí, recuperar el sentido, despertar. Nos lleva a la idea de salir del sueño gracias a la ayuda de otro. En este segundo sentido llegar a un acuerdo significa librarse de una idea errada, aprender. Establecer acuerdos nos permite acercarnos a los demás, comprenderlos y aprender, crecer con su ayuda.
La formación integral apunta a la convivencia, a la escucha, a la construcción colectiva y al aprendizaje a lo largo de toda la vida. Exige una disposición a escuchar opiniones sobre asuntos cuya importancia se nos escapa, que no hacen parte, al menos en principio, de nuestros intereses inmediatos. Exige estar dispuestos a atender a los intereses de los otros aunque estén alejados de los nuestros. Esto es fundamental porque en la vida colectiva no basta que conozcamos nuestro campo de trabajo específico. En muchas ocasiones debemos ayudar, agradecer, resolver malentendidos, llegar a acuerdos con otros sobre tareas para las cuales no estamos entrenados y que requieren un esfuerzo colectivo.
Dialogando podemos enriquecer nuestra formación y fortalecer la universidad gracias a la extraordinaria diversidad de intereses, experiencias y saberes que allí se dan cita. La diversidad cultural de sus estudiantes, la pluralidad de perspectivas de sus profesores y las diferencias de contexto entre sus sedes dan una fortaleza extraordinaria a nuestra institución. Podemos reconocer y multiplicar esa fortaleza si logramos aprender siempre más unos de otros. La gran transformación pedagógica que hemos vivido en los últimos tiempos nos ha permitido pasar del aprendizaje memorístico al aprendizaje colaborativo basado en el diálogo.
Los grandes cambios culturales en los que estamos empeñados —la formación integral, la universidad intersedes, la reconceptualización del bienestar universitario y la transformación digital— requieren construir grandes acuerdos que comprometen a toda la comunidad universitaria. No hay formación integral si no aprendemos a escuchar. Desde la perspectiva intersedes es la universidad entera la que enseña y aprende y la que ayuda a cambiar la vida dialogando con las comunidades en cada lugar. El bienestar que ayuda a la convivencia y al cuidado de nosotros mismos, de los otros y del mundo, y que permite encontrar sentido a lo que hacemos, se soporta en el diálogo, en el goce del encuentro, en el aprendizaje mutuo. La tranformación digital bien entendida debe enriquecer la comunicación y acercarnos en vez de alejarnos. Estudiantes, docentes, personal administrativo y de apoyo tenemos que trabajar armónicamente coordinando nuestras acciones para avanzar en estas transformaciones culturales, y ello es imposible sin el diálogo.
Dialogamos en la universidad cuando desempeñamos las funciones misionales. Dialogamos para apropiar lenguajes y conceptos en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Nos ponemos de acuerdo dialogando cuando interpretamos un experimento o corregimos un error metodológico en la investigación. Establecemos acuerdos dialogando con las comunidades o con los colegas de trabajo en las labores de extensión y en la práctica profesional. Hoy sabemos que todos los profesionales, y no solo los investigadores, debemos aprender permanentemente; sabemos que en el ejercicio académico tendremos que trabajar en muchas ocasiones en problemas complejos dialogando con personas que provienen de otras disciplinas. Si debemos ponernos de acuerdo para aprender, descubrir y aplicar el conocimiento para el bien de la sociedad, no queremos ni podemos evitar el diálogo. Al contrario, tenemos que esforzarnos en mantenerlo y reconstruirlo cuando se rompe.
La paz es deseable y necesaria, y confiamos en el diálogo para alcanzarla. Quienes hemos vivido en la academia sabemos que es el diálogo lo que la sostiene y dinamiza. La desconfianza y la soberbia rompen el diálogo y la violencia lo impide. Tampoco es posible dialogar cuando no entendemos lo que se nos dice; pero si hablamos lenguajes diferentes debemos trabajar por encontrar sentidos y propósitos comunes. Siempre podemos aprender unos de otros si partimos de reconocer que las diferencias pueden ayudarnos a crecer, a compreder mejor, a ampliar nuestra perspectiva, a corregir errores que nos negábamos a aceptar. La palabra no solo permite construir colectivamente el futuro; hay una palabra que, como dijo Gadamer, permite lo imposible: transformar el pasado. Esta es la palabra del perdón o la reconciliación.