Escudo de la República de Colombia Escudo de la República de Colombia

El pasado en el presente

El trabajo de la Comisión

Sin duda fue la Expedición Botánica adelantada por el sabio Mutis la que aumentó y oficializo el interés por el conocimiento del país. Eso explica por qué fue allí en donde un ingeniero militar, nuestro sabio Caldas, descubrió la influencia de la altura sobre el hervor de las aguas y empezó a describir nuestras más altas montañas y su impacto sobre sus habitantes, además de hacer énfasis en las posibilidades comerciales debidas a su posición geográfica.[1]  Desafortunadamente Fernando VII decidió reconquistar la Nueva Granada, Caldas fue fusilado, como otros miembros de la Expedición, y todos los documentos de esta fueron enviados por Morillo a España. Afortunadamente Bolívar y Santander lograron vencer al nuevo Ejército español y fue entonces —en mayo de 1822, tres años después de sus triunfos armados— cuando los republicanos independentistas mostraron interés por el conocimiento científico: Francisco Antonio Zea, en París.

concentró todos sus conocimientos en seleccionar un grupo de jóvenes profesores […] para enviarlos a Colombia a enseñar y practicar […]: el ingeniero y geógrafo americano don Jose María Lanz fue el encargado del levantamiento de la carta general de la República de Colombia […], el señor Boussingault […] químico y agrónomo […] ejercería su profesión de ingeniero de minas […]. Oulin, gran dibujante, se comprometió a enseñar fisiología y anatomía comparada, Goudet vendría a formar las colecciones geológicas. (Carrizosa, 2022, p. 178)

No sobra señalarlo, en el mismo año de 1822 se creó el Colegio de Boyacá en Tunja (CE, p. 180).

Los profesores contratados por Zea se reunieron en Amberes y recibieron cartas de Humboldt para orientar su trabajo (CE, p. 186). Al año siguiente el vicepresidente Santander establece y reglamenta la Escuela de Minería, así como un museo de historia natural y botánica a donde los departamentos de la República deberían enviar cuantos objetos preciosos encontraran de los tres reinos —vegetal, mineral y animal— (EC, p. 230).

La Comisión Corográfica fue aprobada por el Congreso en 1839. El presidente Mosquera logró el apoyo del ingeniero militar italiano Agustín Codazzi durante su gobierno entre 1845 y 1849, pero solo en el gobierno siguiente convenció al presidente Herrán, su amigo y yerno, de que firmara contratos para poder iniciarla en 1850. Codazzi organizó un pequeño equipo con Manuel Ancízar y los pintores Carmelo Fernández y Enrique Price, que cual realizó sus etapas expedicionarias principales hasta 1859, cuando Codazzi falleció. Posteriormente, entre 1860 y 1862 el mismo Mosquera encargó a Felipe Pérez que publicara los resultados, pero luego, como era su costumbre, lo desautorizó afirmando que estaba reproduciendo errores cometidos por Codazzi. No es sencillo sintetizar cómo la Comisión describió el territorio que es hoy Colombia. La Universidad Nacional, la del Cauca, Eafit y diversos editores han publicado varios volúmenes para difundir y comentar el resultado lo mejor posible. En este texto —sin ser ni geógrafo ni historiador— apenas aspiro a señalar y analizar algunas de las diferencias ambientales principales entre lo allí descrito y la Colombia actual.

Como lo han escrito muchos antes (Guhl, 2005) es posible que el interés geográfico del general Tomás Cipriano de Mosquera, rico hacendado y comerciante de Popayán, fuera parte de la influencia de la Ilustración europea y correspondiera a la tradición de Mutis, Humboldt y Caldas, así como a las experiencias de la Expedición Botánica. Pero es también posible que ese general-empresario hubiera tenido experiencias emotivas en sus viajes guerreros por casi todo el país. En 1852 él mismo publicó en Nueva York el libro titulado Memoria sobre la geografía física y política de la Nueva Granada, el cual “había sido leído en dos sesiones de la Sociedad Geográfica de Nueva York”. Reproduzco a continuación un fragmento que probablemente no solo refleja su propio conocimiento, sino que sintetiza algo de los informes de la Comisión:

¿Qué posición más ventajosa hai en el mundo capaz de compararse a la Nueva Granada? Creemos que ninguna. País minero y agrícola al mismo tiempo y tan variado en sus climas y producciones como los valles, mesas, hoyas y montañas que conforman el conjunto… La moralidad del pueblo granadino es tal… que se viaja por todo el país sin armas y conduciendo oro e intereses sin que haya robos o asaltos contra la propiedad. Este conjunto de productos tan variado y de riqueza en todos los reinos de la naturaleza es tal que parece una pintura poética para el que no ha visitado aquellas vastas regiones. (Mosquera, 1852)

Codazzi tuvo la ayuda de por lo menos tres neogranadinos. El primero, Manuel Ancízar, era uno de los muy pocos hijos de españoles que habían emigrado con sus padres después del 20 de julio y luego decidieron regresar a la nueva república. Unos meses después de su conformación se unió a la Comisión el joven José Jerónimo Triana, de veinte años, hijo de uno de los primeros educadores nacionales, quien había impulsado las teorías pedagógicas de Pestalozzi y logrado que su hijo empezara a enseñar botánica en su colegio. El tercero, quien ayudó a describir la provincia de Antioquia, fue Carlos de Greiff, el antecesor de otra de las familias de larga tradición intelectual en Colombia.

Las descripciones de los reinos

El clima, las aguas, las rocas, los vegetales y los animales fueron descritos detalladamente por este pequeño grupo, así como la gente, sus pueblos y sus actividades principales forman parte de los documentos. Los pintores, contratados en Venezuela, se apasionaron por el paisaje y dejaron cuadros extraordinarios de todo el conjunto. En este punto trataré de escoger unos muy pocos y cortos fragmentos de estos textos.

El mismo Codazzi firmó una de las mejores descripciones de toda una provincia, Antioquia, y de su primera capital, que llevaba el mismo nombre:

La antigua Antioquia, cuna de una raza particular por sus costumbres su robustez y su laboriosidad, de genio emprendedor y comercial, que ocupa hoy uno de los países mas ricos y menos conocidos de la Nueva Granada, el cual ha dado origen a dos grandes provincias, cuyas capitales se ven lozanas y vigorosas […] esta estresada y comprimida, por decirlo así, entre un río peligroso que no es navegable y una alta cordillera áspera en demasía, que la separa de la hoya del Atrato, al tiempo mismo que se encuentra situada en la parte más lejana del fecundo Magdalena. (Comisión Corográfica, 2005, p. 61)

De Greiff Proporciona muchos más detalles:

Titiribí … Su altura sobre el nivel del mar, 1219 varas granadinas. El terreno, como generalmente en la provincia, sunito o sienito porfírico, bien pronunciado en la vecindad, y, especialmente en la quebrada de Amagá, el pórfido encima de una roca arenisca (gres) parecida a las de Supía [...] Las mina del Retiro se hallan cerca a La Candela, las partes quebradas del mineral se trabajan como oro corrido. (Comisión Corográfica, 2005, p. 71)

No es sencillo sintetizar cómo la Comisión describió el territorio que es hoy Colombia. La Universidad Nacional, la del Cauca, Eafit y diversos editores han publicado varios volúmenes para difundir y comentar el resultado lo mejor posible. En este texto —sin ser ni geógrafo ni historiador— apenas aspiro a señalar y analizar algunas de las diferencias ambientales principales entre lo allí descrito y la Colombia actual

Manuel Ancízar describe con más palabras y sentimientos la provincia de Vélez:

Trepa el camino hasta la cumbre de la alta serranía Peña de Saboyá desde la cual se domina completamente la hoya de los ríos Guayabal, Delvalle y Guache que, reunidos bajo el nombre de Popoa, cerca del Puente Nacional, aumentan el caudal del Suárez… y se descubre una sucesión de cerros y colinas que se inclinan hacia el lejano Magdalena, perdiéndose entre la niebla del horizonte. Por una bajada rápida en extremo y sobrada, resbalosa cuando llueve, se llega al pequeño poblado de Chuscal, donde se encuentran posada y alojamiento regulares, y abundancia de ciertos animalillos de cuyo nombre no quiero acordarme. (Comisión Corográfica, 2004, p. 51)

Buena parte de los textos de la Comisión están dedicados a describir los caminos por donde exploran. Para esto usan matrices, instrumento que ahora es común, pero era nuevo en el siglo XIX. La matriz que diseñó Codazzi consta de nueve columnas y alrededor de ocho líneas de diferentes tamaños. Las columnas están dedicadas a diferentes características del camino: el nombre del paraje, su calidad, su temperatura, la distancia en leguas, las leguas de cada jornada, las horas de marcha de tropa por llano, por subida, por bajada, el total y la descripción del camino. En esta última se encuentran datos muy interesantes, como el siguiente del camino de Ocaña a Tamalameque por San Bernardo, en el estado de Santander.

La Comisión no encuentra muchos indígenas en Santander, pero sí menciona lo sucedido durante la Colonia y lo refuerza con descripciones de ellos y de las comunidades negras en Antioquia. Dice Carlos de Greiff:

La opresión, de que todavía continúa, priva a la república y a la vida social de millares de ciudadanos útiles e inteligentes que miran al gobierno como un enemigo declarado, y a la civilización como un medio de esclavitud y al cristianismo como una especulación puramente comercial […] Su índole buena, su apego a la familia, su rara capacidad mecánica, sus prendas que aunque algo alteradas por la opresión y el desprecio que han sufrido, aún son suficientes para servir de elementos para una civilización considerable. (Comisión Corográfica, 2005, p. 187)

Son muchos más los textos que describen a los indígenas de entonces que los que hablan de los africanos. Se debe recordar que estos últimos acababan de ser liberados con fuerte reacción de sus propietarios. Es posible que la Comisión no considerara adecuado referirse a ellos.

La mayor parte de los textos de la Comisión se dedican a proporcionar descripciones de los climas y de su influencia sobre la salud humana, dar listas de los vegetales y los animales que encuentran en sus caminos y señalar las posibilidades de muchos, como las maderas preciosas, en el comercio internacional. Codazzi no oculta su preferencia por esta actividad como la única que mejorará a la Nueva Granada.

Análisis de las relaciones de estos textos con los procesos políticos entre 1819 y 1862

Un texto de O’Leary acerca del paso de los patriotas por los Andes proporciona una de las primeras descripciones de estos en 1819:

En muchos puntos estaba el tránsito obstruido completamente por inmensas rocas y árboles caídos y por desmedros causados por las constantes lluvias que hacían peligroso y deleznable el piso. Al día siguiente franquearon el páramo mismo, lúgubre inhospitalario desierto desprovisto de toda vegetación a causa de su altura […] Al decender de las colinas numerosas fue mucho el gozo que experimentaron al contemplar la abundancia de aquella fértil comarca… Recordaron su país natal al observar la cultura y distribución de aquellos campos. (Carrizosa, 2012, pp. 77 y 81)

El 28 de enero de 1831, poco después de la muerte de Bolívar, el historiador Restrepo escribe en su diario:

Por doquiera […] la pobreza y la violencia hacían alarmante pobreza debido a muchas causas anteriores y presentes. La dilatada guerra de Independencia, nuestras oscilaciones continuas, que ahogaban en su cuna toda clase de industria, las conscripciones y alistamientos militares, he aquí lo que principalmente oprimía y vejaba a los pueblos. (Carrizosa, 2012, p. 564)

El texto anterior, que cambiando unas pocas palabras podría describir nuestra situación en 2023, se escribió meses antes de que Santander regresara al país, fuera nombrado presidente y lograra introducir algunos cambios fundamentales en la educación pública, a pesar de las habituales confabulaciones de los “orejones” sabaneros bolivarianos. Santander muere también nueve años después, en medio de la guerra de Los Supremos, generales granadinos afines a la Iglesia, que se oponía tanto a la divulgación del utilitarismo de Bentham como a la ley que ordenó convertir en escuelas los conventos que tuvieran menos de ocho religiosos.

En esos nueve años de investigación innovadora también se cambió la constitución política, se establecieron los primero cuatro estados soberanos, se sufrieron dos guerras civiles y ocurrió el golpe del general Melo —cercano a lo que hoy se caracterizaría como “comunista”—. Pero en dicho periodo también se ordenó la abolición total de la esclavitud, se estableció el sufragio universal, se abolió el fuero eclesiástico, se fundaron la Sociedad Democrática de Artesanos y el Partido Conservador y se eligieron como presidentes los civiles y abogados conservadores Manuel María Mallarino y Mariano Ospina Rodríguez

Resumen de la situación actual y de los cambios principales

El estado actual de Colombia fue descrito en mayo de 2023 por un profesor emérito de Ciencias Políticas, el doctor Francisco Leal Buitrago, así:

Han seguido años de expansión y diversificación de violencias, cultivos ilícitos y redes criminales sin parangón con tiempos anteriores. También aumentaron las desigualdades sociales y el “rebusque” para sobrevivir, frente a grupos pequeños adinerados, y crecieron las ciudades y la inseguridad en ellas, sin que las vías que las comunicaban mejoraran al mismo ritmo. Hoy tenemos un país descoyuntado por violencias, corrupción, redes criminales internacionalizadas y mucho más.

En esa misma columna, en el párrafo previo al citado, el doctor Leal describe la aparición de los tres grupos guerrilleros en los sesenta y del paramilitarismo en los noventa. El párrafo en cuestión inicia a su vez con una descripción de su experiencia cuando, muy joven, lo encargó el Instituto Agustín Codazzi de los primeros levantamientos geodésicos, en donde “no hubo inseguridad alguna, a pesar de que era la época de La Violencia (1946-1965)”.

Mi experiencia personal durante esos años fue muy semejante a la de mi amigo Leal. Entré al Instituto Agustín Codazzi, antes de graduarme de Ingeniería, como calculista de geodesia. Era 1957, recién caído Rojas Pinilla, bajo el gobierno de la Junta Militar. Fui testigo de todos los esfuerzos que se iniciaron para tener una carta general del país fundamentada en fotografías aéreas y un catastro real basado en visitas y descripciones cartográficas agrológicas y económicas de cada predio. De alguna manera era una reanudación de la Comisión Corográfica, pero esta vez muy apoyada por las Fuerzas Armadas. Dos años después el primer presidente del Frente Nacional, Alberto Lleras Camargo, transfirió el Codazzi al Ministerio de Hacienda, y en el mismo año logró la aprobación de la Ley Segunda, que estableció la posibilidad de crear parques nacionales. Estuve trabajando quince años en el Igac, los últimos tres como director general, y debo calificar mi experiencia como altamente positiva. Tanto que de otros países venían a conocer el instituto para imitarlo como entidad estatal de altísimo nivel tecnológico y ético. De 1973 a 1978 seguí siendo empleado público, como gerente general del Inderena, entidad encargada al principio del “desarrollo de los recursos naturales renovables” y luego de la protección del medio ambiente. Durante toda mi experiencia de veinte años al servicio del Estado fui testigo de la posibilidad de alcanzar muy altos niveles de eficacia y eficiencia en instituciones estatales, de la capacidad tecnológica de los colombianos y de la posibilidad de evitar la corrupción en el Estado. A continuación agregaré algo acerca de lo que recuerdo de dichos años.

Me doy cuenta de que las anteriores observaciones no concuerdan con la opinión generalizada acerca de las actividades estatales entre 1957 y 1978, pero siento que es mi deber resaltar esas realidades. Nací en 1935 y de todos esos años, sobre todo hasta 1947, mis recuerdos de niño y adolescente en Bogotá, lo que queda en mi mente es un país muy diferente al presente, más semejante a las descripciones de Mosquera y de la Comisión Corográfica que a las del doctor Leal, similares a las que yo mismo he escrito acerca de los últimos setenta años. Lo que recuerdo se parece a lo que dicen algunos historiadores acerca del país entre 1903 y 1947: equilibrado, democrático y pacífico, pero pobre. ¿Qué fue lo que nos sucedió? Es posible que tenga que ver con las siguientes líneas escritas en 1875 por Felipe Pérez en su texto “Nueva Comisión Geográfica”: “La América es un libro lleno de páginas magníficas y desconocidas, enteramente original, no tiene nada que ver con las otras partes del globo, en él todo es distinto, particular, maravilloso”.

La mayor parte de los textos de la Comisión se dedican a proporcionar descripciones de los climas y de su influencia sobre la salud humana, dar listas de los vegetales y los animales que encuentran en sus caminos y señalar las posibilidades de muchos, como las maderas preciosas, en el comercio internacional. Codazzi no oculta su preferencia por esta actividad como la única que mejorará a la Nueva Granada

Muchos de estos cambios se deben a las características de nuestros ecosistemas, a ideas como las que sustentan las palabras desarrollo y revolución, y a procesos internacionales en los que ambas palabras suscitaron cambios en ámbitos como los sistemas de salud y el crecimiento poblacional.

En Colombia estos eventos, en los que se agrupan tanto cambios como procesos que los impulsan, han sido fundamentales. Basta tener en cuenta que la población en 1825 era de 1.129.174 habitantes; en 1856, de 2.707.958, y en 2023, de más de cincuenta millones. Además, en ese periodo el planeta no solo presenció la Revolución Industrial, sino todos los increíbles avances científicos y tecnológicos que hoy benefician a todos los humanos, a los que no ha sido ajena Colombia, que de todos modos ha tenido sus peculiaridades, entre ellas ciertos cambios en la vegetación, las aguas públicas, las poblaciones de animales silvestres, la cantidad de acciones violentas, los productos rurales y las diferencias entre regiones.

Naturalmente la posición de los científicos, los profesionales, los políticos y los economistas dominantes en el pensamiento del centro y la derecha muestran también los cambios en el conocimiento del territorio desde la época de la Comisión. La tierra, tal como los clásicos la habían considerado en las definiciones de la producción, desapareció en los textos dominantes a mediados del siglo XX y pasó a formar parte del “residuo”, categoría que incluía al resto de la realidad en los modelos de producción. El concepto de externalidades hoy es la solución de la econometría para justificar sus simplificaciones de la realidad, elegantes pero incapaces de explicar las diferencias entre la producción calculada y la real.

En mi libro Colombia compleja he tratado de sintetizar las características de los ecosistemas en donde vivimos los colombianos y de explicar cómo estas no han determinado pero sí influido nuestra vida, así como nosotros las hemos utilizado y deteriorado. En este punto trataré de hacer una síntesis de tales ideas.

En primer lugar, es importante recordar continuamente que Colombia está situada en el trópico porque esa característica planetaria no es tenida en cuenta en el pensamiento dominante, el cual insiste en que sus teorías, desarrolladas para Europa, funcionan bien en cualquier parte del mundo. Pero la realidad continuamente nos muestra que ningún país tropical ha logrado crecer, desarrollarse o llegar al paraíso comunista, a pesar de que en todos se han enseñado intensamente las teorías correspondientes, e inclusive se han modificado las características de sus gobiernos de acuerdo a los manuales oficiales de cada corriente ideológica. En el tercer capítulo de mi libro he sintetizado las características físicas estructurales de ese trópico colombiano; a continuación resaltaré alguna de ellas.

A lo largo de nuestra historia se nos ha enseñado en las escuelas, y nuestros políticos nos lo repiten, que vivimos en un territorio pleno de riquezas naturales desperdiciadas. Sin embargo, la experiencia y recientes investigaciones nos dicen algo diferente. Nuestras tres cordilleras, los dos océanos y las cinco grandes regiones constituyen un territorio extraordinariamente complejo, cuyas características principales son su diversidad y su belleza, no su valor económico. Vivimos en un territorio que flotó durante millones de años hasta estrecharse entre cinco grandes placas, cataclismo en donde a las estructuras antiguas se unieron dos cordilleras de origen ígneo y, más tarde, una compuesta de rocas sedimentarias. Todo en un clima tropical especialmente incierto.

Un territorio flotante

El territorio de lo que hoy es Colombia —dos millones de kilómetros cuadrados, mitad oceánica, mitad continental— es la esquina noroccidental de la placa de Sudamérica[1]. Hace cientos de millones de años, en el Precámbrico, fue parte de un enorme continente llamado Rodinia por los geólogos, que reunía todos los terrenos emergidos. En el Pérmico, hace 290 millones de años, se conformó otro supercontinente que recibe hoy el nombre de Pangea. Y 180 millones de años atrás esta masa se fracturó en dos grandes porciones, Laurasia al norte, incluyendo lo que hoy es Norteamérica y Europa, y Gondwana, una mezcla de África y Sudamérica, al suroriente. Millones de años después, en el Cretácico, la placa de Sudamérica se separó de África y empezó a moverse hacia el occidente hasta encontrar la placa de Nazca.

Como resultado de estas derivas continentales, en el centro del hemisferio occidental se presentan cuatro grandes placas —Sudamérica, Nazca, Caribe y Cocos— y dos microplacas —Coiba y Costa Rica-Panamá— (Ingeominas, 2009b). El territorio que hoy llamamos Colombia fue generado y todavía está afectado por los contactos y reacciones entre esas seis masas gigantescas que se hunden o cabalgan unas sobre otras generando cordilleras, fosas y llanuras. Esta situación no es común en el planeta. La mayor parte del territorio de Estados Unidos de América, por ejemplo, está sobre una sola placa muy antigua. Solo su costa occidental afronta los contactos con la placa del Pacífico. Los choques entre las placas de Sudamérica, Nazca, Cocos, Caribe y la microplaca de Coiba, convergentes frente a la costa pacífica colombiana (Igac, 2002; Ingeominas, 2020), originaron eventos tecnodinámicos de volcanismo y sismicidad, y provocaron el surgimiento paulatino de los tres ramales en que se dividió aquí la gran cordillera de los Andes. Como producto de estos eventos Ingeominas identifica 21 subloques y 10 fallas principales en el territorio colombiano.

Durante decenas de millones de años la placa de Sudamérica “navegó” hacia su posición actual, aislándose de los otros continentes y gestando líneas diferentes en los procesos de evolución de la fauna y la flora. Así surgieron en lo que hoy es Sudamérica especies que no se encontraban en ninguna otra parte del planeta. Solo las aguas oceánicas y los vientos constituían el medio de encuentro intercontinental de semillas y genes.

Dos océanos

En los fondos del Pacífico y el Caribe del macrosistema hoy incluidos entre los límites políticos colombianos se reproducen algunos de los rasgos del territorio emergido: grandes fosas y cumbres submarinas. El fondo del Pacifico es mucho más accidentado que el del Caribe: incluye la gran fosa Colombia, de más de 3000 metros de profundidad, cordilleras cuyas cimas emergen como islas —es el caso de Malpelo— y extensas áreas muy profundas de las cuales poco se conoce. Aquí la plataforma continental es más joven y está cubierta por lodos y rocas. En el Caribe se distingue una extensa plataforma continental, arenosa en su mayoría, escenario de pradera marina, surcada por las fosas que continúan los grandes ríos e interferida por bajos y bancos que anteceden a los cayos y las islas formadas por erupciones, y por corales emergidos en los límites del territorio. Se suman a ello valles, terrazas, taludes, escarpes, montes y depresiones relacionados en algunos casos con el relieve continental (Ingeominas, 2009a).

Las rocas más antiguas

La parte más antigua del territorio que hoy llamamos Colombia es lo que los geólogos denominan Escudo guayanés, hoy parte del Vaupés y el Vichada, uno de los bloques que existían en Rodinia y que se desprendieron de la Pangea entre el Mesozoico medio y el Cretáceo, hace cientos de millones de años[2]. En el área de la cordillera Oriental desde épocas antiguas habían emergido macizos aislados, como los de Garzón, Quetame y Santander. En el Cretácico se conformó el batolito antioqueño, un gigantesco bloque ígneo intrusivo. La actividad volcánica en el Mesozoico y decenas de millones de años después, en el Mioceno, aportó rocas ígneas y cenizas en toda la región Andina. En la Amazonía colombiana, además del afloramiento del Escudo guayanés, se identifican plataformas sedimentarias marinas y litorales. En ellas sobresalen serranías como Chiribiquete, La Macarena y varias mesetas y tepuyes, “partes de la plataforma paleozoica levantadas por eventos tectónicos” (Flórez, 2003, p. 110).

Cordilleras de sedimentos

Levantados a fines del Terciario, los terrenos de buena parte de las laderas de la cordillera Oriental están conformados por rocas alteradas, transportadas y sedimentadas en procesos físicos, químicos y biológicos; areniscas, limos, calizas, sales, arcillas fracturadas y alteradas muy inestables (Flórez, 2003, p. 228), transportadas por la acción de vientos, aguas o hielo y depositadas en las corrientes y lagos continentales y en los mares. Entre ellas se encuentran rocas metamórficas y restos de animales y plantas del Mesozoico que se transforman en carbones, gases y petróleo. El aumento de la densidad de población, la urbanización de altiplanicies y laderas y la construcción de grandes carreteras modernas en esta cordillera, así como la extracción de carbón y oro, han concluido en enormes desplazamientos de tierras y procesos erosivos masivos.

Cordilleras ígneas

La cobertura de la cordillera Central es diferente: en los terrenos en los que se levantó las rocas ígneas y metamórficas eran dominantes. Algunas de estas son intrusivas —plutones, como los del batolito antioqueño—; otras son extrusivas, producto de erupciones volcánicas durante el Cenozoico. El vulcanismo en lo que hoy es Colombia se ha producido también en otras zonas y épocas —gran parte del Escudo guayanés está compuesto por granitoides, las erupciones en la cuenca alta del Magdalena se produjeron en el Mesozoico—, pero la actividad volcánica principal durante el Terciario y el Cuaternario se viene produciendo alrededor del eje de las cordilleras Central y Occidental. En la actualidad se han identificado más de noventa conos volcánicos en esa región (Flórez, 2003, p. 96), de los cuales dieciséis se reconocen como activos. El oro generalmente se encuentra entreverado con los materiales ígneos: ha sido conducido desde grandes profundidades, mezclado con las rocas fundidas por las enormes temperaturas.

Un clima impredecible

Hay que agregar que el clima tropical de Colombia es diferente del que gozan otros países localizados en esta zona. La posición final de nuestro territorio en el planeta, entre los paralelos 4 al sur y 18 al norte y los meridianos oeste 66 y 84, lo situó en dos posiciones climáticas fundamentales: expuesto a radiaciones casi verticales del sol y en el área de enfrentamiento de los vientos alisios. El sol ecuatorial calienta el territorio todo el año con pequeñas variaciones y la intensidad de sus radiaciones afecta todas las formas de vida e interviene en los procesos de modificación de los suelos y en las características de las aguas superficiales. Por otra parte, en nuestro territorio se encuentran los vientos alisios del noreste con los del sureste en la zona de convergencia intertropical (ZCI), generando ciclos de lluvias intensas y una altísima humedad del ambiente en la costa del Pacífico, tal vez la mayor del planeta. Además, se induce la única zona desértica en el Caribe.

Las masas de las tres grandes cordilleras, las serranías y los macizos aislados modifican la temperatura. Se producen así los trópicos fríos y las nieves que llamábamos perpetuas, se interrumpen los vientos y se propician lluvias. La situación del territorio entre el mar Caribe, el océano Pacífico, los Andes sudecuatoriales y las planicies amazónicas y orinoquences ha conformado un sistema hídrico, atmosférico, superficial y subterráneo excepcional. A su diversidad estructural se agrega una variabilidad estacional producida por el desplazamiento de la ZCI, área de baja presión que se desplaza en el país durante el año de sur a norte entre los 2 y los 8 grados de latitud norte originando periodos de lluvia y sequía. La ZCI no es ni uniforme ni continua, y esa complejidad de sus características ocasiona enormes dificultades de predicción del tiempo en nuestro territorio.

Las radiaciones provenientes del sol y el resto del cosmos se distribuyen irregularmente, según afectan a mayores o menores alturas del territorio, originando cinco pisos térmicos —cálido, medio, frío, muy frío y nival— y multitud de microclimas que corresponden a las interrelaciones con las formas del relieve, las direcciones de los vientos y su mayor o menor humedad.

44 millones de hectáreas cubiertas de bosques y selvas

Es en ese complejo conjunto de ecosistemas en donde la Comisión encontró la vegetación arborea que describe, y se calcula que alrededor de la mitad de lo que existía ha desaparecido en los 160 años transcurridos. En 1998 Etter solo identificó 62 tipos de ecosistemas en relativo buen estado y aproximadamente 26 millones de hectáreas apenas con “remanentes del sistema original”. En los años siguientes se aceleró el proceso de deforestación: se calcula que en los últimos años hemos perdido alrededor de cinco millones de hectáreas de selva.

La desaparición de los animales silvestres

Las listas de animales silvestres de la Comisión son impresionantes y las actividades de cacería se mencionan como parte importante de la vida rural. Parsons afirma que en 1856 se embarcaron en Angostura 150 pieles de venado coliblanco junto con 350.000 pieles de res. El uso comercial de la pesca fue normal y positivo hasta que en 1945 Pérez Arbeláez denunció a quienes se lucraban por la exportación de animales vivos y pieles de animales silvestres, lo cual fue también claro tras la desaparición del venado y los osos en la cordillera Oriental. De ahí en adelante el Estado ha tratado de defender a los animales silvestres y pareciera haber tenido éxito, si se consideran las imágenes obtenidas en los parques nacionales durante la pandemia.

A lo largo de nuestra historia se nos ha enseñado en las escuelas, y nuestros políticos nos lo repiten, que vivimos en un territorio pleno de riquezas naturales desperdiciadas. Sin embargo, la experiencia y recientes investigaciones nos dicen algo diferente

Pocos suelos buenos

Los mejores suelos del país, los que según la FAO iban a salvar al planeta de la hambruna futura, están siendo sellados para siempre por la urbanización o destruidos completamente por las retroexcavadoras. Las planicies, que antes alimentaban pueblos y ciudades, están ahora cubiertas de casas, avenidas, centros comerciales, bodegas, fábricas, escombros urbanos y hasta edificios de apartamentos. Las vegas de los ríos, que alimentaban regiones enteras, están siendo desplazadas para extraer oro, gravillas y arenas.

Un buen suelo fértil, plano y profundo es un microecosistema irremplazable en donde interactúan minerales, aguas y organismos vegetales y animales. Si se altera, su estructura solo puede renovarse en cientos de años. En Colombia quedan pocas hectáreas de estos suelos. Según el último estudio publicado por el Igac, el Ideam, el Humboldt, el Sinchi, Corpoica, Incoder y el Servicio Geológico Colombiano bajo los auspicios de los ministerios de Ambiente, Vivienda y Agricultura, de los mejores suelos del país, los molisoles, solo quedan 1.750.000 hectáreas, en la región Caribe y el Valle del Cauca; de los suelos llamados histosoles, con alto contenido de materia orgánica, solo hay aproximadamente 360.000 hectáreas, en las zonas altas de Cundinamarca, Boyacá y Nariño. En las vertientes los suelos que sustentaron la producción de café, los andisoles, todavía cubren casi siete millones de hectáreas, pero después de la destrucción de los sombríos su fertilidad ha descendido debido a intensos procesos de erosión pluvial y eólica.

Esas nueve millones de hectáreas, dos planas y siete inclinadas, son el patrimonio ecológico principal del país, pero poco se hace para proteger su integridad. Según el artículo 313 de la Constitución Política es función de los concejos de los municipios y los distritos proteger ese patrimonio, y de acuerdo a la Ley 388 esto podría hacerse en los procesos de ordenamiento del territorio. Sin embargo, las urbanizaciones continúan sellando los suelos y las retroexcavadoras funcionan en todo el territorio. Algunas corporaciones regionales han declarado distritos de conservación de suelos, pero solo unos pocos se refieren a los suelos planos o a las vegas y laderas de mayor productividad natural, áreas que se han dejado al capricho de los mercados de vivienda y de extracción minera. Si pensamos en el campo como solución económica y social, algo debería hacerse rápidamente para mejorar estas situaciones.

Mucha y poca agua

La cantidad de agua lluvia en Colombia es excepcional: el rendimiento es 6 veces el promedio mundial y 3 veces el de Latinoamérica (Ideam, 2010).

El movimiento cambiante sobre nuestro territorio de la ZCI, en donde se enfrentan los vientos alisios del noreste con los del sureste, ocasiona dos temporadas lluviosas al sur y una sola al norte del territorio colombiano. Por otra parte, en la costa del Pacífico las interrelaciones entre la masa oceánica, la ZCI y la cordillera Occidental producen uno de los climas más húmedos del planeta, con más de 12.000 mm anuales de lluvia. En general, los balances hídricos muestran ambientes más húmedos que secos en la mayoría del territorio, con las notorias excepciones de La Guajira y las zonas semiáridas de parte de la costa Caribe, el desierto de la Tatacoa, la cuenca media del Patía, partes de los valles del Cesar y el Pamplonita, el alto Cauca, el cañón del Chicamocha y los alrededores de Villa de Leyva. Hay más de 400 municipios con aproximadamente 12 millones de habitantes en condiciones de vulnerabilidad por desabastecimiento hídrico (Ideam, 2010) y en 2023 se calculó que “entre 2000 y 2022 un total de 565 municipios de 26 departamentos sufrieron desabastecimiento de agua durante las temporadas secas y que 835 poblaciones fueron afectadas por la falta de agua potable en las temporadas de lluvia”. Además, “cerca de 12 millones de personas tienen acceso inadecuado al agua potable” (Portafolio, 2023).

La aplicación de los modelos europeos en este territorio tan diferente ha suscitado fracasos socioeconómicos y políticos con consecuencias desastrosas para su geología, sus suelos, sus aguas, su vegetación y su fauna. El futuro de Colombia como nación está signado por estos grandes deterioros de sus ecosistemas, y es difícil imaginar cómo se logrará vivir dignamente en esta situación. En este punto trataré de exponer algunas ideas al respecto.

El pensamiento económico dominante insiste en que es posible un progreso semejante al que se ha logrado en algunas partes de Europa y Estados Unidos. La mayoría de los gobiernos desde la década de los cuarenta se han comprometido con las ideas expuestas por Schumpeter a mediados del siglo XX acerca del empresariado como grupo social capaz de transferir bienestar al resto de la población. Esta aproximación no es nueva: se ha inducido en diversas épocas y ha llegado a constituir pequeños grupos empresariales poderosos y prósperos en algunas regiones, especialmente en Antioquia. Sin embargo, nunca ese modelo ha logrado expandirse a poblaciones de tamaño significativo y no existen buenas razones para esperar que esta tendencia se modifique, especialmente en un conjunto de ecosistemas de extrema complejidad. La aplicación de políticas de austeridad y estabilización parece haber incidido en situaciones de extrema inequidad en las que hay familias que han permanecido segregadas y pobres por más de quince generaciones. Durante todos estos años el patrimonio ecológico del país se ha tratado simplemente como un riquísimo conjunto de recursos económicos que hay que utilizar rápidamente. El concepto de desarrollo sostenible tiende a mejorar la situación, pero su anclaje en la corriente principal de la economía disminuye sus posibilidades.

En el otro extremo, la izquierda logró en las recientes elecciones once millones de votos, casi el triple de lo obtenido por cualquier otro candidato de esa línea en la historia de Colombia. Dentro de su ideario el jefe de esa tendencia, ahora presidente de la República, ha incluido varias consideraciones ambientales coherentes con las características del territorio, pero en sus propuestas permanecen algunas de las ideas simplificadoras, autoritarias y de confrontación de clases que han llevado a los fracasos del marxismo-leninismo en el largo plazo, una vez desaparecidas las situaciones históricas extremas que motivaron los éxitos iniciales de Lenin y Stalin. Las experiencias de Cuba, Nicaragua y Venezuela no permiten albergar muchas esperanzas, y los fracasos de los grupos guerrilleros han convencido a algunos de sus integrantes acerca de la imposibilidad de lograr un bienestar general aplicando las teorías de la izquierda europea en un territorio cuya complejidad ellos conocen por experiencias propias.

Los mejores suelos del país, los que según la FAO iban a salvar al planeta de la hambruna futura, están siendo sellados para siempre por la urbanización o destruidos completamente por las retroexcavadoras. Las planicies, que antes alimentaban pueblos y ciudades, están ahora cubiertas de casas, avenidas, centros comerciales, bodegas, fábricas, escombros urbanos y hasta edificios de apartamentos. Las vegas de los ríos, que alimentaban regiones enteras, están siendo desplazadas para extraer oro, gravillas y arenas

Quedan dentro de lo político las ideas que generalmente se clasifican como “de centro”, que inspiraron el proceso de paz con las Farc. Sin embargo, dentro de ese grupo prevalece una visión también simplista de la realidad, según la cual la construcción de una verdadera democracia y el mantenimiento de alguna estabilidad económica son las soluciones que puede llevar al bienestar general. Esta es sin duda una idea loable y tal vez posible, pero no ha logrado validarse en situaciones de extrema complejidad ecológica y en condiciones de segregación secular, en las cuales es casi imposible que la economía asegure ingresos suficientes a toda la población. En el caso específico de Colombia a estas dos situaciones se agregan los problemas causados por el narcotráfico, que hacen casi imposible lograr el equilibro entre la economía legal y el inmenso caudal de dineros ilegales que ingresan anualmente al país fortaleciendo la criminalidad.

Dado este panorama general, si se mantiene el dominio de las corrientes principales de las ideologías de izquierda y derecha, las visiones del futuro posible de Colombia oscilan entre un país semejante a los que tratan de “desarrollarse” en África o los que, como Vietnam, han logrado alguna “estabilidad” gracias a una autoridad dictatorial. Futuros mejores en países tropicales solo pueden preverse en lugares como Singapur o Costa Rica, organizados sobre territorios pequeños y con bajos índices de crecimiento poblacional.

Ciertamente, es necesario soñar, pero para sustentar esas ilusiones es preciso mantenerse ligados a la realidad y reconocer su complejidad. En ese tono he escrito el último acápite de este artículo.

Interpretaciones principales de posibles causas de estos cambios: los ecosistemas, la segregación, la droga y la baja productividad

La gravedad actual de los fracasos ocasionados por la aplicación de las teorías europeas en el complejo territorio colombiano se caracteriza por tres procesos interrelacionados con las características de nuestros ecosistemas. Si estos tres procesos —la segregación social, el aumento de la producción de cocaína y la congelación de la productividad— continúan fortaleciendo su presencia en nuestra vida, podrían conducir a una nueva situación de inviabilidad de Colombia como Estado-nación.

La segregación y las diferencias territoriales[T2]

El proceso de segregación en Colombia hunde sus raíces más antiguas en la invasión española al territorio indígena durante el siglo XVI y la llegada, durante los dos siglos siguientes, de decenas de miles de africanos esclavizados. Dos grupos humanos fueron pues condenados por los españoles a vivir en ecosistemas de baja productividad natural, como las laderas de las montañas y las áreas semidesérticas, y a trabajar, según se tratara de indígenas o afros, para sus vencedores o “propietarios”. Ambos grupos lograron sobrevivir como tales aislándose y fugándose al interior de la selva o a lo más alto de las cordilleras. Tiene entonces la segregación características geográficas y raciales muy profundas, y al mismo tiempo fuertemente escondidas, disfrazadas por medio de estructuras legales, pero clarísimas en las actitudes cotidianas e inclusive en algunas formas políticas. Muy pocos colombianos reconocen hoy su racismo personal, y existen numerosas normas constitucionales y legales para esconderlo, pero en la realidad, cuando se observa la vida en las ciudades, es evidente que el rechazo a “lo indio” y “lo negro” continúan siendo obstáculos parta la integración social de la nación.

En la misma capital de la república, en donde debería ser más fuerte la integración, es fácil observar cómo varían los colores de piel de sus habitantes conforme se camina del sur al norte y del occidente al oriente. Hay localidades enteras en donde ver a un afrodescendiente constituye un evento extraño para muchos de sus habitantes, y en donde es evidente la llegada mañanera de miles de personas de tez cobriza que deben viajar todos los días más de dos horas de sus hogares al trabajo.

La pobreza y la consecuente vulnerabilidad es para la mayoría de las familias de tez no completamente blanca una situación histórica que ya ha cumplido cinco siglos. En casi todas estas familias la situación de segregación y pobreza abarca varias generaciones, más de quince en muchos casos, y es difícil para ellas imaginar una salida digna. Aunque sí ven continuamente ejemplos de cómo infringiendo la ley, corrompiéndose o traficando con drogas prohibidas es posible llegar a codearse con vecinos blancos, como empezó a suceder durante el auge de los carteles del narcotráfico.

La situación de segregación en las ciudades ha sido continua desde la construcción de las primeras villas durante la Colonia; a pesar de que en épocas de empobrecimiento general, como después de la guerra de los Mil Días, la escasez de habitaciones y la pobreza de los vencidos llevaron a que en la misma casa convivieran sus dueños con algún pequeño tendero o varios servidores mestizos.

Una característica interesante de esta segregación son las diferencias poblacionales después de setenta años de intentos de “desarrollo” y de “revolución”. La densidad de población en las regiones colombianas es un indicativo de la magnitud y las razones de estas diferencias y ha sido poco tenida en cuenta. Los datos del Dane para 2023 indican que la de Bogota es de 16.470 habs./km2, y en general las de las áreas urbanas de Antioquia, Risaralda y Bolivar varían entre 11.366 y 10.571. La densidad urbana en Amazonas, Vichada y Guainía es, en cambio, de 2424, 1822 y 2135 habs./km2 respectivamente, y la densidad rural es de menos de 1 hab./ha.

El narcotráfico

El problema de las drogas ilegales es hoy una de las amenazas a la supervivencia de Colombia como nación debido a la existencia de enormes cantidades de dólares que financian a grupos de criminales. Es por eso que los colombianos debemos liderar una reflexión internacional acerca de las posibilidades de modificar la situación actual que, a mi modo de ver, surge de diferencias fundamentales en la consideración de nuestras características como seres humanos.

La guerra contra las drogas, desatada por razones políticas durante la administración Nixon, suele defenderse también con argumentos de tono filosófico tanto por la derecha como por la extrema izquierda, que no desean admitir la complejidad de los seres humanos. Como parte de esa complejidad tenemos características que, a pesar de no ser admitidas éticamente, no han podido extirparse, como nuestra disposición a la violencia y al placer físico, elementos centrales en las discusiones sobre la guerra y la prostitución.

Pienso que la posición de quienes desean consumir alcohol, tabaco y drogas forma también parte de esas características de la humanidad, lejanas de casi toda ética, pero al fin y al cabo parte de nuestros comportamientos posibles. Considero que la actualidad sociopolítica y económica en todo el planeta, inclusive en los países más ricos y adelantados, es la que impulsa el aumento extraordinario del consumo de sustancias psicoactivas.

Colombia, no las naciones ricas, es víctima de esta situación. No tenemos la culpa de que las características de nuestros ecosistemas, la abundancia de arcilla y agua, la extensión de nuestro territorio y su posición entre dos océanos favorezcan el cultivo de la coca y la marihuana y faciliten su comercio. El nivel actual del consumo mundial de drogas psicoactivas como la cocaína no es culpa de los colombianos, sino de las circunstancias socioeconómicas y políticas en las que viven muchos de los habitantes de esos países “prósperos”, que carecen de una vida digna, aunque aparentan un buen vivir en medio de los abalorios de la sociedad de consumo. Quienes se drogan en Europa o Estados Unidos lo hacen para salirse de esa realidad derivada de la aplicación práctica de las teorías dominantes en las llamadas ciencias económicas.

¿Qué hacer, entonces, con la pobreza tropical? ¿Qué hacer en un país como Colombia, donde el trópico es montañoso y geológicamente diverso, extremadamente húmedo o seco; intensamente poblado por grupos aislados y segregados, traumatizados por más de setenta años de enfrentamientos armados; cubierto por miles de muertos, secuestrados y desaparecidos; deformado por pobrezas, corrupciones, odios y venganzas; muy vulnerable al cambio climático; deterioradas sus aguas, sus suelos, su vegetación y su fauna por siglos de intentos productivos fallidos; con cultivos ilícitos como único producto realmente competitivo en el mercado internacional?

La baja productividad

En las circunstancias actuales de Colombia surge nuevamente el tema de la baja productividad y la falta de competitividad de nuestras actividades productivas. No hay directivo gremial que no insista en que si el IVA aumenta el precio de sus productos, se reducirán sus ventas, y que sus actividades se tornarán imposibles si no se lo protege de lo producido en Oceanía, Asia, Europa o Estados Unidos. Inclusive productores tropicales tradicionales como los de café, azúcar y arroz manifiestan su alarma y tratan por todos los medios de conservar las circunstancias económicas que hasta ahora les han permitido enriquecerse. Se dice que en algunas regiones, como en la costa Caribe, ya la mayoría de los alimentos o son importados o son producidos en otras regiones debido a sus bajas productividades.

Por su parte, los gremios industriales que han sobrevivido persisten en la necesidad urgente de bajar los impuestos, y solamente mineros y petroleros dan su aprobación a la persistencia de una economía extractiva. Los nuevos éxodos masivos de pobres confirman la extrema gravedad de la situación.

A estas quejas, muchas justificadas, los economistas y los funcionarios contestan con recetas desarrollistas abstractas, fórmulas matemáticas o discursos ilustrados que repiten desde hace años. Y cuando se habla de la necesidad de tener en cuenta las realidades de la geografía y la historia del país se repiten ideas de principios del siglo anterior acerca de la inexistencia de determinismos geográficos o históricos, desconociendo que han transcurrido más de cien años desde que tales recetas se han aplicado en los países tropicales sin que ninguno, a pesar del servilismo mental colectivo, haya logrado competir con los sistemas productivos de los países del norte. El voluntarismo histórico nubla todavía nuestros cerebros.

¿Qué hacer, entonces, con la pobreza tropical? ¿Qué hacer en un país como Colombia, donde el trópico es montañoso y geológicamente diverso, extremadamente húmedo o seco; intensamente poblado por grupos aislados y segregados, traumatizados por más de setenta años de enfrentamientos armados; cubierto por miles de muertos, secuestrados y desaparecidos; deformado por pobrezas, corrupciones, odios y venganzas; muy vulnerable al cambio climático; deterioradas sus aguas, sus suelos, su vegetación y su fauna por siglos de intentos productivos fallidos; con cultivos ilícitos como único producto realmente competitivo en el mercado internacional?

¿Qué hacer cuando no solo Harari sino la mayoría de los profetas actuales insisten en que el empleo tiende a desaparecer y que la mayoría de los trabajos restantes serán para personas altamente formadas? Probablemente algunos “pilos” colombianos y otros privilegiados tendrán oportunidad de acceder a esos empleos, pero, ¿qué hará el resto? Harari y otros hablan de la posibilidad de modificar el concepto de empleo, apartarlo de la sociedad de consumo y considerar como tales aquellas actividades dirigidas a mejorar la vida de las personas. A estas habría que agregar las de los cuidadores del planeta y sobre todo sus restauradores.

Los restauradores del planeta tienen en este momento tareas formidables en los países tropicales, deteriorados durante cinco siglos de extracción de riquezas, y si se mantienen las promesas del nuevo gobierno de Brasil tendrán una tarea adicional: recuperar la selva amazónica. En Colombia la restauración del campo, deteriorado y sufrido durante todos estos años, y su rescate de las manos de los narcotraficantes podrían ser fuentes de este nuevo tipo de empleo. Pero, ¿quién pagaría por los restauradores?

Solo permanece la posibilidad de redefinir el papel de la economía, como lo vienen proponiendo los que hablan del ingreso básico universal. En las condiciones actuales, con bancos centrales independientes y reglas fiscales estrictas, no hay manera de alcanzar los flujos monetarios globales necesarios para costear cualquiera de las anteriores soluciones.

No son muchos los años que quedan. La economía extractivista de petróleo y carbón, la única actividad legal que parece tener en Colombia la productividad y las competitividades adecuadas, probablemente desaparezca antes de 2050. Se escuchan alternativas.

 

Bibliografía

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[1] En este texto se considera lo realizado por la Comisión Corográfica en relación con la situación actual de Colombia tratando de entrever la magnitud de los cambios y sus causas. Se incluyen textos ya publicados en otros medios.

[2] La tectónica de placas es una teoría respaldada por observaciones geológicas y paleontológicas, que explica la formación de las cordilleras, el surgimiento de los volcanes, los sismos y otros procesos planetarios (Igac, 2002, p. 133). Los textos siguientes son una interpretación sintética de la información que se encuentra en la referida publicación.

[3] “Para el Precámbrico, en Colombia sobresalían algunos relieves del escudo, especialmente en el borde oriental y parte norte, mientras que el suroccidente estaba cubierto por el mar” ( Flórez, 2003, p. 31).

AUTOR

Julio Carrizosa Umaña

Ingeniero civil de la Universidad Nacional; tiene el título Máster en Administración Pública de la Universidad de Harvard y Magíster en Economía de la Universidad de los Andes. Profesor de la Universidad Nacional de Colombia en donde se desempeñó como director del Instituto de Estudios Ambientales. Destacado ambientalista. Entre los reconocimientos que ha recibido están el Premio Ministerio del Medio Ambiente y la Medalla Agustín Codazzi del IGAC.

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