A través de su vida política e intelectual, Gerardo Molina concilió el conocimiento teórico y el análisis de la situación nacional e internacional con el ejercicio de la política, que para él era un magisterio. Al no ser dogmático, logró acoplar sus análisis a las diferentes situaciones, a la par que fortificaba sus convicciones democráticas. Era intelectual para hacerse escuchar e influir. Un intelectual comprometido con la razón y con el cambio social. Con su exposición clara se adaptaba al recinto parlamentario, a la plaza pública o al aula académica, sin perder el rigor.
El medio y su formación
Nació en 1906, en Gómez Plata, una población antioqueña de raigambre campesina y murió en Bogotá en 1991. En 1921 se trasladó a Medellín para estudiar bachillerato en el Liceo de la Universidad de Antioquia y luego Derecho en la misma universidad. Fue expulsado con algunos compañeros, que luego tendrían amplia figuración nacional, y se graduó en la Universidad Nacional en Bogotá. En palabras suyas:
[Cita]Cuando estudiaba Derecho en Medellín, a partir de 1927, yo sentía el rechazo contra los métodos que se empleaban entonces en la universidad colombiana. Eran métodos mediante los cuales el profesor desconocía al estudiante como ser pensante, como una persona que pudiera contradecir lo que él decía; era un exabrupto poner en duda las enseñanzas del profesor. Además, mediante algo que yo no conocía entonces, el Concordato, vine a saber que a los profesores estaba prohibido enseñar doctrinas como el positivismo en derecho penal, el marxismo en ciencias sociales o la evolución en biología. Todo estaba prohibido por el dogma. Sentí un rechazo instintivo contra eso. (Cataño, 1991)[Cita]
El problema social mostró su rostro y se sucedieron las revoluciones en Méjico, la Rusia de Lenin, en China y en partes de Europa. Se consolidaron los partidos obreros y el ideario socialista. En 1920, en Inglaterra, los laboristas sobrepasaron en votación al partido liberal y, en 1923, por primera vez, llegaron al gobierno. En 1918 se produjo en Argentina el Movimiento de Córdoba, bajo los postulados de autonomía universitaria, cátedra libre y participación de profesores y estudiantes en el manejo de las universidades. En 1921, el Congreso colombiano aprobó con los Estados Unidos el Tratado Urrutia-Thomson, por el que se cancelaba lo relacionado con la separación de Panamá, pero la llama nacionalista siguió encendida. Aparecieron en América movimientos nacionalistas como El Apra (Alianza Popular Revolucionaria Americana) de 1924 que tuvo gran influencia en jóvenes colombianos como Germán Arciniegas, Jorge Eliécer Gaitán, Alberto Lleras o Roberto García Peña, a la sazón cercanos a las ideas socialistas. En 1921, Germán Arciniegas fundó la Revista Universidad que tuvo gran influencia entre los jóvenes. En ese mismo año se constituyó en Bogotá el grupo de Los Leopardos destinado a generar una corriente ideológica de extrema derecha, abiertamente antidemocrática y antiliberal, que logró importante audiencia en el Partido Conservador. En 1922, Benito Mussolini comandó la marcha sobre Roma y se apoderó del gobierno, dando principio a la dictadura.
En Colombia, el malestar social creció y el país comenzó a presenciar algo desconocido hasta entonces: las demandas laborales, el sindicalismo, las huelgas en las líneas férreas, los puertos, las petroleras, las bananeras, las fábricas, las tomas de tierras. Al despertar el siglo XX, Rafael Uribe Uribe dictó una serie de conferencias críticas del liberalismo individualista y el laissez faire. Trataba los temas que se debían incorporar en el Partido Liberal y afirmaba: “el liberalismo socializa sus programas o desaparece”. En 1919 se fundó en Honda un partido socialista cuya bandera roja llevaba el lema de la Revolución Francesa: “Libertad, igualdad, fraternidad”.
En 1921, el Partido Liberal presentó al general Benjamín Herrera, como candidato presidencial. Con el desarrollo de la campaña y, sobre todo, con motivo de la Convención que el Partido Liberal realizó en Ibagué, el 29 de marzo de 1922, los grupos socialistas se integraron al liberalismo y, en adelante, las ideas socialistas se manifestaron en gran parte a través de la fracción de izquierda del Partido Liberal. Así mismo, en la dinámica del movimiento obrero se agitaron consignas socialistas. A su vez, una vertiente diferente se expresó en el partido comunista que obedientemente seguía las directrices que se establecían en Moscú. La Convención de Ibagué produjo efectos cruciales en el orden político e ideológico y marcó el derrotero a la generación que por más de medio siglo comandó la vida política del país (Tirado, 2022). Pasó del Estado gendarme al Estado interventor, del liberalismo individualista al liberalismo social. Definió al liberalismo como ‘partido civil’, lo que implicaba que el ascenso, el manejo y el acceso al poder serían por medios civiles y no por la guerra, a la que habían acudido el Liberalismo y el Conservatismo durante el siglo XIX. En el programa incorporó el intervencionismo de Estado “en cuanto tienda a una más equitativa distribución de los bienes naturales y a impedir los monopolios y privilegios que puedan afectar a la comunidad”. Proclamó la autonomía universitaria, la reforma a la educación secundaria y la del Concordato, “la defensa y protección de la clase obrera”, la asistencia pública y creación de la Oficina del Trabajo, la legislación de protección de la mujer, legislación sobre propiedad territorial, sobre baldíos, y la recuperación de tierras adjudicadas que no se cultivaran. Estos principios guiaron las realizaciones de la República Liberal entre 1930 y 1946. Darío Echandía, Alberto Lleras Camargo, Carlos Lleras Restrepo, Gabriel Turbay, Jorge Eliécer Gaitán, Jorge Zalamea, Germán Arciniegas, Antonio Rocha, Moisés Prieto, Alberto Jaramillo Sánchez, Germán Zea Hernández, Diego Luis Córdova, Diego Montaña Cuellar, Gerardo Molina y otros más, formaron la brillante generación que bajo estos parámetros adelantó los cambios y marcó la vida política en el país.
Al igual que la mayoría de los dirigentes de los años treinta, Gerardo Molina tenía una formación de abogado, conocía los cambios producidos en el mundo del Derecho, entre ellos, los escritos del tratadista francés, León Duguit, con su doctrina solidarista, que fue aplicada en textos de la Constitución de 1936, como el referente a la función social de la propiedad. Se había interesado en las doctrinas y la experiencia del primer gobierno laborista en Inglaterra en los años veinte. En el campo del constitucionalismo social, fueron notorias las influencias de las Constituciones de México en 1917, con sus reformas de 1934, la de Weimar, de l919, y la de la República de España en 1931. Gerardo Molina había asimilado estas doctrinas como bien se ve en su legado parlamentario, especialmente en lo referente a la reforma de la Constitución, en 1936 (Tirado y Velásquez, 1985).
Tras su rectoría en la Universidad Nacional y los sucesos del 9 de abril, se exilió en París durante cerca de seis años. Este período fue fundamental en su formación, porque pudo observar de cerca la reconstrucción de Europa y el Plan Marshall, los inicios de la Guerra Fría que dividiría al mundo por medio siglo, y el escenario político europeo en el que, en un espacio reformista, se disputaron el poder los partidos demócrata cristianos y las diferentes manifestaciones socialistas, en competencia con los fuertes partidos comunistas de Italia, Francia y otros países.
En París se dedicó al estudio, dirigió el periódico Colombia Libre, en el que participaban muchos intelectuales exiliados, y contrajo matrimonio con Blanca Ochoa, una de las primeras antropólogas de Colombia y apreciada profesora de la Universidad Nacional. Asistió a la Facultad de Derecho y al celebre Instituto de Ciencias Políticas, donde “siguió los cursos de Derecho Público de George Burdeau y Gustave Vedel y las conferencias de Historia y Sociología Política de Jean Jaques Chevalier y Maurice Duverger” (Cataño, 1994, p. 8), que dejaron huella en su primer libro, Proceso y destino de la libertad. En este medio académico, Molina amplió su formación e incorporó a su conocimiento una serie de modernos autores en el campo de la historia, la sociología, la economía, la politología, muchos de ellos desconocidos o poco divulgados en Colombia en esa época. Con la experiencia adquirida en su estadía en Francia se amplió notoriamente su visión sobre el Estado, al incorporar aspectos sociológicos, económicos y de la politología, que comenzaban a aparecer. Al plasmarlos en este su primer libro se hizo pionero en ese campo en Colombia.
El político, su pensamiento y su acción
El Partido Liberal que llegó al poder en 1930 era una colectividad pujante, compuesta por tendencias con intereses y visiones distintas, que se unían frente al adversario conservador. Siempre hubo un centro, una derecha y una izquierda. En esta última fueron muy importante los llamados liberales socialistas, con personajes tan descollantes como Armando Solano, Baldomero Sanín Cano, Jorge Eliécer Gaitán, Diego Luis Córdoba, Diego Montaña Cuellar o Gerardo Molina. Algunos de ellos intentaron una organización autónoma, para retornar con perfil propio al partido en el que adelantaron su carrera. En 1933, Jorge Eliecer Gaitán fundó la Unir (Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria), un partido socialista de corta duración. Muy pronto Gaitán retornó al liberalismo hasta su asesinato en 1948, cuando ya era su jefe. En cuanto a Molina, en 1933 contribuyó a la creación del Grupo de Estudios Marxistas, con destacadas figuras intelectuales como Luis Eduardo Nieto Arteta, pero el grupo no prosperó y sus integrantes retornaron al liberalismo. Con el mismo resultado, de nuevo Molina intentó la formación de un partido socialista, en este caso la Liga de Acción Política (1942-1944), con personajes como Indalecio Liévano Aguirre, el profesor José Francisco Socarrás y Antonio García, quien siempre se proclamó socialista y nunca se integró en el liberalismo. En el último período de su vida, Gerardo Molina fue uno de los fundadores de Firmes, una agrupación de tendencia socialista democrática, que también tuvo poca duración.
En Colombia, el malestar social creció y el país comenzó a presenciar algo desconocido hasta entonces: las demandas laborales, el sindicalismo, las huelgas en las líneas férreas, los puertos, las petroleras, las bananeras, las fábricas, las tomas de tierras. Al despertar el siglo XX, Rafael Uribe Uribe dictó una serie de conferencias críticas del liberalismo individualista y el laissez faire. Trataba los temas que se debían incorporar en el Partido Liberal y afirmaba: “el liberalismo socializa sus programas o desaparece”. En 1919 se fundó en Honda un partido socialista cuya bandera roja llevaba el lema de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad
Gerardo Molina desarrolló la mayor parte de su vida política en la izquierda del Partido Liberal. Fue elegido a la Cámara de Representantes entre 1933, corporación a la que retornó entre 1939 y 1941. Fue miembro del Senado de la República entre 1935 y 1939. En los inicios del Frente Nacional, entre 1962 y 1964, volvió a la Cámara de Representantes en las listas del MRL (Movimiento Revolucionario Liberal). A nombre del movimiento Firmesfue electo senador para el periodo 1982-1986, y participó como candidato presidencial en las elecciones de 1982.
De su fecunda labor parlamentaria son muestra los debates, así como las leyes y proyectos de ley que presentó, los cuales dan cuenta de sus preocupaciones por la problemática social, la educación, la paz y las libertades. Como una muestra de la intensa actividad parlamentaria de Gerardo Molina, van los siguientes ejemplos (Acevedo, 1991; Tirado, 2018; Tirado y Velásquez, 1985). El proyecto de ley por el cual se reconocen algunos derechos a los trabajadores (1935); Informe de minoría sobre el convenio comercial entre Colombia y los Estados Unidos (1936); proyecto de ley “Por el cual se dictan algunas disposiciones sobre empleados y obreros” (1937); proyecto de ley “Por el cual se crea la fiesta nacional del trabajo” (1937); Intervención a favor de la regulación por parte del Estado de las empresas extranjeras asentadas en el país (1937); Intervención sobre salario mínimo (1938); Intervención sobre vivienda campesina (1939).
En Colombia, el reconocimiento legal del sindicalismo y los derechos laborales pasó por un periodo difícil e incluso sangriento, especialmente en los años veinte del pasado siglo. Con los gobiernos de la República Liberal, estos derechos fueron reconocidos e institucionalizados, lo cual contribuyó notoriamente al apoyo que la clase trabajadora brindó a esos gobiernos. Gerardo Molina estuvo profundamente ligado a estos cambios. Fueron notables sus debates en pro del sindicalismo y para lograr el apoyo del Parlamento a los Congresos sindicales de Medellín (1936) y Cali (1938).
En el campo de la paz, en su último período parlamentario, ya a nombre de Firmes y de otros grupos alternativos, en 1982, Molina presentó en el Senado un proyecto de amnistía por delitos políticos y un proyecto de acto legislativo acerca de la retención de personas durante el estado de sitio. Y, en 1985, realizó en ese mismo cuerpo legislativo una sólida intervención sobre la política de paz de Belisario Betancur.
El universitario
La educación en sus diferentes aspectos y niveles fue una de sus mayores preocupaciones. Fue miembro de la Comisión que rindió informe positivo para la Ley Orgánica de la Universidad Nacional de Colombia (1935). En 1938, realizó una sesuda intervención en el Senado sobre las reformas a la educación secundaria y fueron varias sus intervenciones en pro de los derechos de la mujer y de su ingreso a la universidad. De nuevo, en los inicios del Frente Nacional y como parlamentario del MRL, participó activamente en el debate sobre la situación de la educación y el conflicto que se presentó en la Universidad Nacional, preludio de los que en Colombia y en el mundo caracterizarían a los años sesenta.
Gerardo Molina participó activamente como miembro del Consejo superior de la Universidad Nacional. Entre 1944 y 1948 desempeñó la rectoría de la Universidad. Durante su gestión la Institución vivió una de sus etapas más fecundas. Se crearon la Facultad de Ciencias, los Institutos de Economía y el de Filosofía. Se fortaleció la Sede Medellín, en la que se fundó la Facultad de Arquitectura, y se crearon las sedes de Manizales y Palmira. Se organizó el proyecto institucional de bienestar universitario. Se revivió la revista de la Universidad, interrumpida desde comienzos de La Regeneración y se extendieron los servicios sociales a los estudiantes. Se crearon los cargos de profesores de tiempo completo y, especialmente, se propició un alto nivel académico para lo cual fue fundamental la incorporación de una serie de profesores y científicos europeos de calidad, perseguidos en sus países por el fascismo, el nazismo y el franquismo.
En 1955 fue nombrado rector de la Universidad Libre, cargo en el que duró poco tiempo debido a las circunstancias políticas e ideológicas que vivía el país. Ya iniciado el Frente Nacional, Gerardo Molina de nuevo fue nombrado rector de la Universidad Libre, en otro contexto político, y allí desarrolló una importante obra de renovación entre 1960 y 1965: se crearon las facultades de Educación y Ciencias Económicas y el Instituto de Ciencias Políticas. La Universidad abrió un colegio de bachillerato y puso en marcha el Departamento de Extensión Cultural que dirigió Jorge Zalamea. Así mismo, se inició la publicación de la revista Universidad Libre (Sánchez, 2021a).
Como profesor, Molina jugó un papel importantísimo. Por sus cursos pasaron cientos de estudiantes beneficiarios del cúmulo de sus conocimientos y experiencias, transmitidos en razonada exposición. Así lo recuerda Luis Villar Borda, parlamentario y profesor universitario y uno de sus discípulos en la Universidad Nacional:
[Cita]Sin alzar nunca la voz, casi tímidamente, en medio del respeto general del concurso de jóvenes ansiosos de no perder una palabra, el profesor iba desarrollando su exposición con meridiana claridad, con lógica y precisión, siempre apoyado en notas de un fichero cuidadosamente elaborado que revelaban al investigador y estudioso. (Villar Borda, 1992, p. 50)[Cita]
El historiador sobre las ideas políticas
En la vida de Gerardo Molina no existió dicotomía entre su pensamiento y la acción política, hasta el punto de que es posible hacer un paralelo dinámico entre lo que ´pensaba, investigaba y escribía, con su acción. De su amplio conocimiento sobre la teoría política y la sociedad colombiana, dan testimonio sus libros: Proceso y destino de la libertad (1955), los tres tomos sobre Las ideas liberales en Colombia (1970, 1974, 1977), el Breviario de ideas políticas (1981) y Las ideas socialistas en Colombia (1987).
Como profesor, Molina jugó un papel importantísimo. Por sus cursos pasaron cientos de estudiantes beneficiarios del cúmulo de sus conocimientos y experiencias, transmitidos en razonada exposición
Era la época de la Guerra Fría y el macartismo (Restrepo, 1976). Gerardo Molina regresó a Colombia en 1954 y al año siguiente fue nombrado Rector de la Universidad Libre. El arzobispo de Bogotá se opuso a dicho nombramiento, por lo cual tuvo que renunciar a pesar del apoyo que tuvo de la conciliatura de la Universidad, especialmente de dos de sus miembros, Carlos Lleras Restrepo y Germán Zea, y, no obstante que se trataba de una universidad privada, liberal y con fuerte influencia masónica. Ante estas circunstancias, dos prominentes dirigentes conservadores, Belisario Betancur y Diego Tovar Concha (1956), expresaron su desacuerdo con la posición eclesiástica en la revista Prometeo, que editaban y dirigían.
Proceso y destino de la libertad[T1]
En este contexto la Universidad Libre publicó en 1955 el primer libro de su profesor Titular Gerardo Molina, Proceso y destino de la libertad (1955). El tema central es el de la libertad, el cual estará presente en sus obras posteriores. Como sucede en todas ellas, los conceptos teóricos son expuestos pensando en la realidad del país. Por ello, en la introducción, a manera de explicación, advierte:
[Cita]Es inútil decir que el carácter “extranjerizante” del libro es sólo aparente. Si hay una constante apelación a los ejemplos de otros pueblos, si abundan las citas de autores extraños, los uno y las otras han sido escogidos en tal forma que el lector advierte enseguida que en ellos está encerrada la explicación de nuestro presente y prefigurado nuestro futuro. (1955, p. 8)[Cita]
El libro se inicia con Montesquieu, su obra El espíritu de las leyes, y su concepción de la libertad como“el derecho de hacer todo lo que las leyes permiten”. A partir de allí, presenta la evolución y el enriquecimiento del concepto, sus diversas expresiones en la teoría y en diferentes autores, así como los retos para ampliarla o mantenerla. Su contenidose refiere a temas como la libertad seguridad, libertad participación, libertades formales, el pluralismo y la libertad, las “dos versiones de la democracia”, el derecho de la oposición, la opinión pública, la libertad de prensa e información. De especial importancia y permanente actualidad es el asunto planteado en la sección, “La libertad y su legítima defensa”, sobre los límites de la libertad y la respuesta a la pregunta de si los enemigos de la libertad pueden invocarla para destruirla. Analiza la libertad durante la Segunda Guerra Mundial, la posguerra y la Guerra Fría y finaliza en el último capítulo, con la“Contribución al estudio de la libertad en Colombia”.
En Proceso y destino de la libertad, el autor comienza a consignar su pensamiento, manifestado hasta ese momento en la práctica política. Acerca de este libro se ha dicho que “es la primera obra de teoría de las ideas políticas de rigor científico escrita por un colombiano” (Sánchez, 2021b, p. xxv).Con él, Gerardo Molina inicia el camino de investigación y producción, que lo convierte, con el conjunto de su obra, en uno de los más destacados historiadores colombiano en el campo de la historia de las ideas políticas.
Las ideas liberales en Colombia
Entre 1970 y 1977, y en su calidad de profesor investigador de la Universidad Nacional, Gerardo Molina publicó los tres tomos de Las ideas liberales en Colombia, que han tenido varias reediciones. Son el producto de una profunda investigación en fuentes primarias recogidas en los periódicos de la época, en trabajos biográficos y en publicaciones con escritos de los actores. El primero va de 1849 a 1914. En forma tradicional, con un estilo clásico, conciso, se hace el repaso y el análisis de ideas y acontecimientos, a partir de la formación de los partidos liberal y conservador, que el autor fija hacia 1849. En la narración, que se presenta en capítulos cortos, se entrecruzan las ideas, los personajes y las posiciones y teorías políticas. Desde un comienzo aparece una tensión dicotómica que caracteriza al partido liberal colombiano a través de su historia. La divergencia o confrontación entre el sector popular del partido y los sectores pudientes del mismo, relacionada con la actitud frente a las funciones del Estado: o liberalismo clásico, laissez faire, o liberalismo intervencionista, por lo regular motejado de socialista. Entre libre cambio o proteccionismo. La confrontación de mediados del siglo XIX, entre artesanos y comerciantes, “cachacos” y los de ruana, expresada en la pugna entre gólgotas y draconianos, llevada hasta el campo militar con el golpe de Melo. O la pugna entre civilistas y guerreristas, en el preludio de la guerra de los Mil Días. Y ya en el siglo XX, el forcejeo entre la izquierda y la derecha liberal. Desfilan por el libro, y es analizado su pensamiento, Ezequiel Rojas, autor del primer programa del partido liberal, con su catálogo de derechos a proteger y realizar, Manuel Murillo Toro, el más clarividente y avanzado de los liberales decimonónicos, actor de primera línea en la Revolución de Medio Siglo, la más profunda en la historia republicana de Colombia, cuando se abolieron la esclavitud, los estancos de tabaco, se descentralizaron las rentas, se abrió paso al federalismo, se inició el período desamortizador de bienes de la iglesia y se estableció el Estado laico. José María Samper y su pensamiento mutante, y “Don Miguel Samper y el liberalismo burgués”. El radicalismo, El liberalismo frente a la Regeneración.
Hasta acá la predominancia del liberalismo clásico. Pero con el siglo XX, vinieron los cambios sociales y en palabras del autor “El liberalismo reexamina sus ideas”. De allí la confrontación entre las dos vertientes, que el autor denomina “la línea liberal” y la “línea democrática”. “El liberalismo aristocratizante de Carlos Arturo Torres” o el intervencionista y socializante de Rafael Uribe Uribe. El penúltimo capítulo se dedica a “la clase obrera y su comportamiento político”.
De lo consignado en este primer tomo, el autor bien podría expresar qué fue lo que oyó, consultó y estudió. Respecto a los dos siguientes, podría decir, “lo que viví”, porque Gerardo Molina fue un actor de primera línea. Por eso, estos dos tomos son una especie de memorias, pero de un tipo especial. Su autor, con la discreción que siempre lo caracterizó, prácticamente desaparece, se desdibuja y relata los acontecimientos casi como si en ellos no hubiera participado.
El segundo tomo que va de 1915 a 1934. En él se hace énfasis en los aspectos sociales, económicos y en las luchas populares, sin perjuicio de conservar el interés por los programas, el devenir de las ideas, la transición al liberalismo social, la crisis del partido liberal y su renacimiento ideológico, la llegada al poder de Olaya Herrera en 1930, y su gobierno de transición. En el campo doctrinal, se destacan las polémicas entre el conservador Miguel Jiménez López y el liberal Lucas Caballero, acerca del destino de Colombia, la decadencia y la incidencia de la raza en épocas en las que cobraron importancia las ideas eugenésicas. De otra parte, la polémica que aún mantiene su vigencia, entre Eduardo Santos, quien “basó su réplica en la exaltación de la democracia liberal” frente a Vallenilla Lanz, valido del dictador Juan Vicente Gómez, quien en su libro El cesarismo democrático, propugnaba como modelo de gobierno el del caudillo unificador, que anteponía el crecimiento económico y la velocidad en la ejecución, al respeto a las libertades públicas y al Estado de Derecho, que consideraba una traba.
El liberalismo clásico estaba en crisis en el mundo, confrontado por las ideas totalitarias del fascismo y el comunismo. En Colombia, las masas y los jóvenes intelectuales que no encontraban respuesta a la nueva situación se alejaban del partido y buscaban abrigo en los grupos socialistas. De allí, “los intentos de socializar al liberalismo”, nombre que el autor le da a uno de los capítulos.
El tercer tomo va de 1935 a la iniciación del Frente Nacional y en mi concepto es con el que más se compenetra el autor en la medida en que abarca los gobiernos en los que fue actor prominente. De cierta manera, la temática comienza en el tomo anterior que concluye con dos capítulos sobre los antecedentes de la Revolución en Marcha. A este tema, sus protagonistas, sus realizaciones y limitaciones está dedicada la mitad del volumen. En el centro se coloca la figura de López Pumarejo, por quien Molina profesaba simpatía y admiración, lo cual no le impedía tomar distancia para evaluar sus aciertos o desaciertos. Así procede en el capítulo“Elementos para un juicio a López Pumarejo”, en la evaluación que hace de “la pausa”, al final de su primer mandato, así como en lo referente a aspectos del segundo. Al pensamiento de López Pumarejo dedica dos capítulos consecutivos, en los que se analizan realizaciones de su gobierno. Más adelante vuelve con otro capítulo,“Otra vez López Pumarejo”, para señalar su pensamiento a finales de los cuarenta y en el decenio siguiente, acerca de la falta de diferencia entre los partidos, las propuestas políticas para evitar la violencia que se venía y las que planteó para superarla, entre ellas la tesis originaria de lo que vendría a ser el Frente Nacional. El Título de uno de los capítulos “Darío Echandía o el intelectual en la política”, bien puede corresponder al perfil de Gerardo Molina. Echandía, “que estaba inclinado por sentimiento y por ideología a la izquierda”, y es una figura central de las reformas del 36. Fue su principal soporte doctrinario y defendió sus principios con brillo y coraje. A Eduardo Santos, el liberal por antonomasia, y a sus ideas, dedica otro capítulo. Para Molina, Santos “ha sido el colombiano más influyente de este siglo (XX). Sin haber tenido las condiciones magnéticas de los grandes caudillos militares y civiles, manteniéndose a distancia de las multitudes, con la ayuda del periodismo”. “Las ideas-fuerzas de Jorge Eliecer Gaitán”, y su posición reformista frente a la revolución son desarrolladas en dos capítulos. Desde su tesis de grado, pasando por la fugaz experiencia de la Unir, el pensamiento socialista siempre estuvo presente en Gaitán. ¿Cómo lo elaboró y qué tipo de socialismo era el que pensaba? Su apreciación es que Gaitán,
[Cita]tenía un handicap procedente de su débil formación teórica. El sentía el socialismo y al escribir qué sentía estamos insinuando que se acantonaba en la parte emocional, sin haberse propuesto llegar a la almendra de esa escuela. Por eso hablaba con frecuencia de que ‘el socialismo es un estado de alma, o de que es “una vieja idea a través de un nuevo temperamento.[Cita]
Lo que Gaitán sí tuvo claro fue que, para adelantar las transformaciones el canal adecuado era el partido liberal, no otro tipo de organización.Gaitán acaudilló el movimiento popular y de masas más grande de la historia de Colombia. Según Molina, con su desaparición el país y el Partido Liberal concluyeron la faena y tomaron otros rumbos. Para Molina, el Partido Liberal se aburguesó, perdió su empuje y su característica de partido de cambio. Vinieron el 9 de abril, la violencia, los intentos de una constitución basada en ides falangistas, contra la cual Carlos Lleras produjo un documento doctrinario liberal que Molina destaca. Luego el Frente Nacional sobre el cual, en unas cuantas páginas, se cierra el libro.
Breviario de ideas políticas y Las ideas socialistas en Colombia[T1]
Distante del Partido Liberal, en el que había militado con fuerza y decisión, se concentra en una temática complementaria de sus escritos anteriores: Breviario de ideas políticas y Las ideas socialistas en Colombia son sus dos últimos libros[1], que bien pueden tratarse conjuntamente en razón de su temática. Son textos de madurez y de reflexión. Podría decirse que son aportes complementarios a partir de las reflexiones que dieron lugar a su primer libro. La libertad siempre presente, la democracia, la tensión entre liberalismo y democracia, el socialismo en sus diversas versiones y sus diferencias con el comunismo.
En estos dos libros el aparato teórico trata de ser aplicado a las circunstancias colombianas. Cronológicamente, en parte, se ubican en el período del Frente Nacional. En el Breviario se exponen las ideas liberales desde sus antecedentes que se remontan a la Reforma Protestante, a los humanistas y a los pensadores del siglo XVIII, pasando del liberalismo clásico al moderno, al liberalismo social. En referencia a este, desfilan autores como Keynes y acontecimientos como el New Deal y la política de Roosevelt, y se pasa a su presencia en Colombia, al evocar, una vez más, el pensamiento de López Pumarejo. Así mismo, el de Carlos Lleras Restrepo y Hernando Agudelo Villa, por quienes, desde la distancia, manifiesta su simpatía. Aprecia los valores del liberalismo político, pero expresa su rechazo al liberalismo económico, al llamado “neoliberalismo”. La otra parte del libro está dedicada a las ideas socialistas en sus diferentes variantes y al comunismo. El socialismo, así como la libertad, y el liberalismo siempre estuvieron presentes en su vida.La relación entre el socialismo y el liberalismo colombianos es tratada por Molina en su obra, remontándose hasta Murillo Toro y las luchas de los artesanos en el siglo XIX. El concepto de socialismo en sus diferentes variables es objeto de estudio en su Breviariode ideas políticas. En la historia de Colombia, rastreó el socialismo desde los Comuneros, en la lucha de los artesanos, en Murillo Toro, Uribe Uribe, Carlos Lozano y Lozano, Jorge Eliécer Gaitán, Antonio García, Camilo Torres y otros pocos más. Pero, a decir verdad, el autor tuvo que forzar un poco los hechos para encontrar la presencia real del pensamiento socialista en la tradición colombiana. Para lograrlo, presenta una interesante relación de las luchas sociales y de los movimientos de insurrección o de protesta, aunque ellos no coincidan necesariamente con las características del socialismo. En cuanto a las teorías, a diferencia de Perú, Argentina o Chile, en Colombia no ha habido un pensamiento socialista, tal vez, con la excepción de Antonio García. Para autores como Sanín Cano, el socialismo no fue un asunto central en su obra y en la actividad política no se desligaron del Partido Liberal. Tampoco ha existido en Colombia un partido socialista de entidad en el cual Molina hubiera podido escudriñar el bagaje socialista. Sobre esto, el Maestro da una de las claves: el Partido Liberal siempre tuvo un ala izquierda, popular, socializante, que en los momentos de mayor confrontación integró a los sectores inconformes, dejando sin espacio y sin militancia a un eventual partido socialista.
No alcanzó a ver el profesor Molina, la etapa del ‘socialismo’ chino convertido en un férreo capitalismo de Estado, ni los efectos desastrosos del llamado ‘socialismo del siglo XXI’. Es muy seguro que los habría reprobado. Lo que sí es cierto, es que en cualquier circunstancia hubiera proseguido con su visón democrática, en pro de los sectores populares, con un contenido nacional, apoyando los cambios necesarios, por medio de un Estado social de Derecho, guiado por el intervencionismo y la función social
La generación progresista de Gerardo Molina quedó marcada por la influencia de la Revolución Rusa de 1917. Hasta ese momento el socialismo era un concepto sin realización, pero a partir de allí se produjo la posibilidad y la necesidad de aplicarlo en el país más extenso de la tierra y uno de los más poblados. Pero ¿cuál sería el método utilizado para su realización?, ¿se mantendrían en el proceso los valores democráticos con sus libertades o se optaría por la dictadura del proletariado?, ¿habría juego de partidos o se impondría el partido único? La revolución optó por el modelo leninista y prosiguió con el de Stalin que fortificó la dictadura. En el mismo campo del marxismo este modelo suscitó la crítica de dirigentes como Rosa Luxemburgo. En los partidos socialistas de Europa propició la escisión que se profundizó entre los socialistas que pregonaban el cambio en el marco democrático y los comunistas.
Un balance
Estas cuestiones acompañaron a Molina en la teoría y en la práctica a través de su vida. Fue “un admirador exagerado de las realizaciones económicas de los países comunistas” (Cataño, 1992, p. 75), pero miró con desaprobación la “dictadura del proletariado”, su estructura autoritaria, la carencia de democracia y las violaciones de los derechos humanos. Nunca fue macartista. Miró con comprensión a los países socialistas, pero censuró la intervención soviética en Hungría y lamentó la invasión a Checoeslovaquia que liquidó la Primavera de Praga. En la última etapa de su vida alcanzó a presenciar el derrumbe del sistema soviético, asunto que miró con alivio y esperanza pues creía que daría lugar al avance de la democracia. De la misma manera observó la aparición de los nuevos Estados en el llamado Tercer Mundo y sus aplicaciones variables del socialismo.
Definir el socialismo es asunto difícil si no imposible, debido a que el concepto ha evolucionado con el tiempo e, incluso, bajo el mismo nombre se han abrigado posiciones distintas, cuando no antagónicas. Una cosa era el socialismo utópico del siglo XIX, con sus falansterios y comunas, otro el de La Internacional Socialista con sus disputas entre marxistas, bakuninistas, proudhonianos y revisionistas. Otra, el proyecto comunista de los bolcheviques que de ser una ilusión liberadora transitó por el totalitarismo y se desintegró víctima del modelo económico y de su estructura antidemocrática. En cuanto a los partidos socialistas europeos, identificados en el respeto a la democracia, cada uno ha evolucionado a su manera, como bien lo pudo constatar el Maestro Molina en el transcurso de su vida. Una cosa era el laborismo británico de los años vente, que tanto estudió, otro el de la post guerra con sus nacionalizaciones masivas y otro más, el edulcorado de Tonny Blair y su Tercera Vía. En Francia se diferencian el socialismo de Jean Juarès, previo a la Primera Guerra, el del Frente Popular de Léon Blum, o el de los gobiernos de Francois Mitterrand o Francois Hollande. En España algo va del socialismo de Indalecio Pietro, durante la República y la Guerra Civil, al de Felipe González tras la caída de Franco.
No alcanzó a ver el profesor Molina, la etapa del ‘socialismo’ chino convertido en un férreo capitalismo de Estado, ni los efectos desastrosos del llamado “socialismo del siglo XXI”. Es muy seguro que los habría reprobado. Lo que sí es cierto, es que en cualquier circunstancia hubiera proseguido con su visón democrática, en pro de los sectores populares, con un contenido nacional, apoyando los cambios necesarios, por medio de un Estado social de Derecho, guiado por el intervencionismo y la función social.
Ahora bien, ¿cuál era el socialismo de Molina? No lo definió con precisión, pero proponía un socialismo “con su centro de gravedad en Colombia, lo que significa que será auténticamente nacional”, con plena independencia de los centros socialistas, popular y no basado en el soporte de una clase, pluripartidista, abierto a las libertades, entre otras la de expresión y de crítica, bajo la fórmula de “socializar sin estatizar”. No era partidario de la violencia para llegar al poder ni de “quienes tomaban las armas para conseguir cambios o [de] quienes propiciaban la combinación de las formas de lucha” (De Roux, 1992, p. 15). Por fuera de su ámbito quedaban el comunismo y la versión socialdemócrata de los partidos gobernantes en Europa. El primero, por sus falencias democráticas, el otro, por su falta de fuerza para impulsar el cambio y su vocación para mantener el statu quo, adornándolo con tímidas reformas.
En cuanto al marxismo, que estudió en sus textos desde temprana edad y que apreció como una de sus fuentes, su influencia fue mitigada y en ocasiones contradicha por autores, como Jean Juarès, que lo atrajo desde joven, Léon Blum y, muy especialmente, Harold Lasky, o por las reflexiones y la profusa información que sobre el socialismo encontró en los siete volúmenes de la Historia del Pensamiento Socialistas, de GDH Cole. Nunca fue comunista, a pesar de que por ignorancia o por mala fe, lo tacharon de tal en el transcurso de su vida. De esa doctrina y de su práctica lo separaban el modelo de socialismo real y sus convicciones sobre las libertades públicas. A ese respecto, en el Breviario de ideas políticas, en el capítulo sobre el comunismo, dedica varias páginas a las diferencias entre comunismo y socialismo. Estudió y buscó al socialismo, sin obtener plena satisfacción en el llamado “socialismo real”, en el socialismo europeo, en el modelo yugoeslavo de autogestión, que miró con especial interés, en las experiencias tercermundistas, en el “socialismo latinoamericano”.
En su vida política, con éxito relativo y temporal, trató de integrar el socialismo en el partido liberal en una versión del liberalismo moderno e intervencionista. En la última etapa de su vida, con otras personas, fue artífice de Firmes, un movimiento alternativo, socialista, democrático y reformista que, con las particularidades propias del país, se nutría de la tradición del socialismo europeo y de sectores contestatarios de Colombia. Sobre esta búsqueda y su periplo vital, me acojo a las palabras del profesor Fernando Hinestroza Forero, sobre la vida y la obra de Gerardo Molina:
creyó en la democracia social y se esforzó por entronizarla e implantarla en nuestro país… Liberal de cepa, se esmeró en afirmarse socialista, no para espantar a mojigatos o mostrarse diferente. Lo hacía con sinceridad, con la rectitud que lo distinguió como rasgo máximo de su personalidad. Como investigador, fue ejemplo de independencia y honestidad, en el ejercicio de ese oficio tan escaso como poco reconocido. Jamás dio su brazo a torcer, tampoco pidió ni dio cuartel. (Hinestroza, 2004, p. 13)
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[1] Después de su muerte se publicó La formación del Estado en Colombia, investigación que dejó inconclusa (Molina, 1994).