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Recuerdos de nuestro padre, Gerardo Molina Ramírez*

Ilustración por: Diana Pinzón

Todo transcurría en el solar de la casa, que hoy es la Casa de la Cultura Gerardo Molina. Ambos fueron respetados en el pueblo por su vida sana, tranquila y de esfuerzo diario, en función de la crianza de sus hijos.

La sencillez, alimentada en sus años de niñez y de juventud, es uno de los valores que más recordamos de él. Fue austero desde siempre. Nunca se preocupó por conseguir nada material más allá de lo indispensable. Poco entendió de negocios. Bien recordamos cuando llegó a casa con el primer carro, una camioneta Wartburg, de esas de tres pistones que solían pasar más tiempo en los talleres. El vehículo llenaba la condición para él de ser modesto y fabricado en Europa del Este. Un tiempo después, cuando ya se insinuaba el fracaso de la compra, volvió con un nuevo carro: ¡Otra Wartburg! Había que seguir en la línea de “lo modesto”…

Su sencillez y parquedad iban a la par con su poco interés por el poder o la figuración. Los cargos elevados que ocupó surgieron del reconocimiento a su forma de pensar y actuar, y nunca fueron una aspiración que guiara su comportamiento.

La relación con nuestra madre

La relación entre nuestros padres fue de perfecto equilibrio y complementación, de profundo aprecio mutuo, cada uno valorando el papel del otro.

Él, más ecuánime y reservado, ella, más radical y explosiva. Nuestra madre ejerció la administración del hogar en paralelo a su desempeño docente en el Departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia, lo que le facilitó a él su labor intelectual. La dedicación del uno al otro no significó sacrificios personales, cada cual ocupó su espacio para beneficio mutuo. Siendo ella una mujer de elevas capacidades y cualidades, supo apreciar en toda su magnitud el valor de su esposo, estimulándolo y apoyándolo para que diera más de sí, y proyectó esa imagen de admiración hacia nosotros y los demás. Inclusive, durante los dieciocho años que le sobrevivió, después de los 38 de matrimonio, siguió conservando con luz propia su papel fiel de hacer valer toda su importancia.

La sencillez, alimentada en sus años de niñez y de juventud, es uno de los valores que más recordamos de él.

Cuenta ella que lo vio por primera vez en los años treinta en un viaje a Barranquilla y que quedó impresionada por el gran recibimiento que le hicieron los obreros, al llegar a puerto el barco que los conducía por el río Magdalena. Él defendía los intereses de los sindicatos de los trabajadores fluviales, muy importantes en la economía de aquella época.

Durante los años cuarenta compartieron círculos intelectuales y de amistades en Bogotá, pero aún no tenían una relación formal. En 1948, después del 9 de abril, cuando la vida en Colombia le resultaba en extremo peligrosa por la violencia política, se exilió en Francia. Desde allí animó a nuestra madre a que también viajara, haciéndole ver que su estadía le abriría nuevos horizontes académicos, lo que con el tiempo resultó ser un acierto.

Presumimos que en sus cartas de invitación había también un segundo objetivo: tenerla cerca.  Pero en aquella época, ese viaje para una mujer sola no era nada fácil. Ella, que era muy decidida, buscó los recursos con la venta de un terreno de su propiedad. Ante la preocupación de algunos familiares respondió con su talante: ¿Qué es más importante que se valorice mi vida o esa tierra? Bueno, ya lo imaginan, nuestros padres se casaron en París al poco tiempo.

Búsqueda de una sociedad mejor e importancia de la educación

Se inclinó por el trabajo académico desde edad temprana. La solidez de sus ideas se evidenció cuando a sus veinticuatro años fue escogido por la comunidad de su pueblo para dar el discurso de saludo al candidato presidencial Olaya Herrera en la escala que hizo en la estación de Porcecito, en el trayecto entre Puerto Berrío y Medellín. Quedó tan impresionado el candidato que lo invitó a subir a su tren de la victoria y solicitó publicar su discurso en el periódico El Espectador, del cual posteriormente fue colaborador.

La relación entre nuestros padres fue de perfecto equilibrio y complementación, de profundo aprecio mutuo, cada uno valorando el papel del otro

Él supo cultivar su inteligencia y ponerla desinteresadamente al servicio del país. El trabajo disciplinado en su biblioteca, su lugar predilecto, expresaba su pasión de vida, que giraba alrededor de los libros.

Su sensibilidad social era profunda y fundamentada. Su claridad sobre la necesidad de construir una sociedad más justa fue el faro que guio su existencia, sustentada en el mundo de las ideas y en el esfuerzo permanente por entender los problemas nacionales e internacionales. Su accionar fue también solidario. Fuimos testigos de sus apoyos a miembros de familia y a otras personas. Y no nos referimos a lo económico, que también lo hacía, sino a facilitarles posibilidades de estudio y de esa manera asegurar su porvenir.

Es muy diciente una carta que, siendo rector de la Universidad en 1947, le dirigió a la directora de una escuela en Medellín ofreciéndole una beca a una estudiante destacada y de bajos recursos para cursar la secundaria en el Central Femenino. Esa beca sería financiada, dice la carta, con sus propios recursos personales.

Era un educador integral. Interactuaba con respeto y deseo de orientar. Lo hacía tanto con la palabra como con el ejemplo, que era irreprochable y que, para nosotros, resultó ser el eje de nuestra formación. En las conversaciones familiares nadie parecía tener la razón y, ciertamente, él no trataba de imponerla. Este era un valor que lo caracterizaba: la tolerancia por las ideas de los demás. Se inclinó por permitir que quienes estábamos a su alrededor tomáramos nuestras decisiones, así resultaran distantes a su pensamiento, no sin dejar de sugerir opciones.

Para nosotros nunca hubo un maltrato o un manejo autoritario. La crítica siempre fue constructiva, basada en el ejemplo de sus actuaciones.

Su sensibilidad social era profunda y fundamentada. Su claridad sobre la necesidad de construir una sociedad más justa fue el faro que guio su existencia, sustentada en el mundo de las ideas y en el esfuerzo permanente por entender los problemas nacionales e internacionales.

Rasgos de su vida familiar y social. Tolerancia, respeto y solidaridad

Gerardo Molina era un hombre de familia, y no solo en su entorno íntimo. Nuestra casa fue siempre centro de reuniones.

Recordamos las frijoladas, la música antioqueña (Señora María Rosa era su preferida) o las poesías que en ocasiones recitaba ante la solicitud de los asistentes. “La Libertad” de Paul Éluard no podía faltar o la “Canción de la vida profunda” de Barba Jacob. Siempre tuvo un gran aprecio por la cultura como fuente de vida y de formación.

En casa también ocurrían reuniones con intelectuales y políticos. Éramos espectadores privilegiados de los múltiples temas que se trataban. Nos llamaba la atención nuestra madre, con sus críticas o desacuerdos con los interlocutores, mientras él escuchaba y reflexionaba antes de emitir una opinión, sin perder la compostura.

Su círculo social era amplio en el que se manifestaban diversidad de intereses y campos de trabajo, como también aproximaciones políticas, que indistintamente podían ser de derecha o izquierda.  Eso sí, nunca convino con las ideas que condujeran a la violencia que, abiertamente, rechazó.

Homenaje de desagravio y ejemplo de mesura y ponderación

Un hecho alteró el ambiente sosegado de la casa. Recordamos una mañana de 1976, cuando estando nuestro padre en su biblioteca, escuchó pasos en el techo y fuertes golpes en la puerta que intentaban tumbarla. Al abrir varios hombres se abalanzaron sobre él, lo tomaron violentamente por los brazos y le pusieron una ametralladora en el cuello. Las cuadras que rodeaban la casa habían sido acordonadas por las fuerzas militares. Todos los hombres, bien armados y sin contemplaciones, comenzaron a levantar pisos y voltear cajones. La biblioteca llevó la peor parte. Según dijeron, tenían la información de que la casa era un centro de almacenamiento de droga o de armas. ¿Podrá creerse tal argumento? Era, sin duda, un montaje que tenía un trasfondo político. Nunca hubo una llamada del gobierno disculpándose o rectificándose. Lo que sí hubo fue una reacción generalizada de rechazo y un homenaje de desagravio que contó con masiva participación.

Traemos este episodio a la memoria, porque su compostura durante esos difíciles momentos y sus planteamientos posteriores fueron ejemplares. Aunque su vida estuvo en peligro y a todas luces se trataba de un despropósito, nunca se dejó llevar por las emociones ni buscó atizar la confrontación o la polarización.

Ese es otro valor que queremos destacar de su personalidad que se manifestaba en sus actuaciones: el papel fundamental de la mesura y la ponderación en una sociedad tan compleja como la nuestra, sin dejar de ser vehemente en sus planteamientos, cuando las circunstancias lo ameritaban.

Cierre

Haciendo honor a su memoria, terminamos estas palabras con la última estrofa del poema de Paul Éluard, que él solía recitar y que sintetiza su amor por la libertad:

Y por el poder de una palabra
vuelvo a vivir
nací para conocerte
para nombrarte
Libertad.


[*] Palabras en la conmemoración de los treinta años de fallecimiento de Gerardo Molina. Universidad Nacional de Colombia.

AUTOR

Juan Patricio Molina Ochoa

Profesor y miembro del Grupo de Investigación en Gestión y Desarrollo Rural de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia. Adelantó sus estudios de Economía en la Universidad de Los Andes y de maestría en Economía Agraria en la Universidad de Reading en Inglaterra y en Administración en la Universidad Nacional. Es doctor en Desarrollo Rural Sostenible de la Universidad de Córdoba en España. Sus trabajos, publicaciones e investigaciones abarcan los temas de políticas públicas agropecuarias y de gestión del desarrollo rural y territorial.

Carlos Gerardo Molina Ochoa

Matemático e Ingeniero Industrial de la Universidad de los Andes y doctor en Economía Matemática de la Universidad de la Sorbona, Paris. Ha sido profesor de los Departamentos de Matemáticas y de Ingeniería Industrial de la Universidad de los Andes. Fue funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo, en la unidad de Gestión de Conocimiento y en el Instituto Interamericano para el Desarrollo Social. Fue viceministro de educación nacional y jefe de planeación del Ministerio de Educación y de la división de educación del Departamento Nacional de Planeación.