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Reflexiones sobre el ethos de la Universidad Nacional de Colombia

Ilustración por: Cristhian Saavedra

En el caso de la Universidad Nacional de Colombia es un reto complejo dadas las características propias de la Universidad, porque cada persona que constituye la comunidad es un mundo lleno de sueños, características, modos de vida, modos de ser y de vivir, de recuperar y dar valor a sus acciones, de cumplir sus metas y propósitos y, asimismo, de constituir una comunidad de sentido colectivo, cuyos orígenes y raíces están en cada rincón de nuestro país y se encuentran en busca del conocimiento a partir de procesos dialógicos, comunicativos no imperativos ni impositivos. El reto mayor está en tratar de definir qué es lo común y qué es lo que nos hace tener una identidad universitaria que genera orgullo, que marca la vida de las personas, que las obliga a reconocer en la institución la cuna de oportunidades para un mejor ser.

Quizás, como dicen algunos estudiosos del tema, en nuestra universidad perviven o se comparten diferentes ethos o costumbres desde lo comunicativo, como esencia de la construcción comunitaria que se enlazan con las culturas de lo regional que es lo que le da más fuerza a ese sentir de lo colectivo y nacional de nuestro país. Saber y conocer diferente es nuestra mayor riqueza, enmarcada en una serie de disposiciones que con el paso de los años han dado el carácter público y nacional a la Universidad Nacional de Colombia.

Caracterizar el ethos institucional es una tarea pendiente aún, precisamente por la diversidad y la riqueza de los enfoques que construyen nuestra universidad, por eso más que hablar del ser institucional, tal vez sería más propio hablar del deber ser de una institución que tiene un carácter propio desde el punto de vista de una organización que se debe a la sociedad la cual se consolida con sus aportes. No podemos así asumir a la universidad sin la sociedad, puesto que la Universidad es ella con y para la sociedad. Es un proceso social reconocido como tal por la comunidad, como un referente responsable y excelso donde se piensa y se debate sobre el conocimiento transformado en ideas organizadas que van y vienen en los diferentes programas, pero principalmente en los espacios interaulas, en los corredores, en los salones de clase, pero también en los espacios recreativos, allí donde se encuentran los ciudadanos y ciudadanas para establecer normas de convivencia explícitas o implícitas, silenciosas.

Hablar del ethos universitario implica abordar de manera holística el sentido y carácter, la personalidad, por así decirlo, la identidad o la impronta que caracteriza las instituciones, cimentada en valores compartidos, alineados con entornos formales o normativos que buscan darle fuerza al cumplimiento de objetivos colectivos.

Como decía Guillermo Hoyos Vásquez se requiere mantener una sinergia multidimensional entre la universidad y todo su entorno para comprenderlo, desarrollarlo y renovarlo. Comparto, como él lo decía, que la universidad no puede estar condicionada al capricho o intencionalidad ni de los gobiernos de turno ni de las administraciones transitorias que la coordinan. Mucho menos ser permeada por la politiquería ni la intencionalidad partidista. La universidad tiene un ethos o carácter que, podríamos decir, es tan propio de su comunidad que, ni los cambios de administración ni los enfoques de los gobiernos logran que pierda su identidad. Es una construcción colectiva transtemporal tan sólida que, aunque no exista una manera clara de develar su esencia, esta se mantiene y se defiende en su oscura claridad, en sus constantes tensiones y sus diálogos interminables sobre el gobierno institucional y la ausencia de acciones impositivas, donde el “respeto irrespetuoso” forma parte de su naturaleza.

La misión institucional de la Universidad Nacional de Colombia se expresa con las siguientes palabras:

Somos la Universidad de la Nación que, como centro de cultura y conocimiento, forma ciudadanos íntegros, responsables y autónomos, orientados a ser agentes de cambio con conciencia ética y social, capaces de contribuir a la construcción nacional, desde la riqueza y diversidad de las regiones, y desde el respeto por la diferencia y la inclusión social. (s. f.)

Creo que estas palabras le dan sentido a lo que podría ser el ethos o carácter de la Universidad Nacional, su forma de hacer y desarrollar sus actividades. Iniciar diciendo Somos implica el reconocimiento explícito de cómo la Universidad es un colectivo con identidad, un colectivo que, con el correr del tiempo y del devenir de la institución ha construido unas formas de ser de manera explícita o tácita. Somos también implica el reconocimiento de la dignidad de todos los miembros de la comunidad como seres iguales, pero que tenemos distinta información, en un proceso permanentemente incluyente. Afirmar que Somos implica una declaración de ausencia de la individualidad, privilegiando siempre lo colectivo en su construcción permanente sin riesgo de perder la individualidad, por el contrario, privilegiando la realización personal.

Un proceso formativo promueve la expresión de virtudes humanas como la justicia, equidad, transparencia, honestidad.

Como decía Guillermo Hoyos Vázquez se requiere mantener una sinergia multidimensional entre la universidad y todo su entorno para comprenderlo, desarrollarlo y renovarlo. Comparto, como él lo decía, que la universidad no puede estar condicionada al capricho o intencionalidad ni de los gobiernos de turno ni de las administraciones transitorias que la coordinan. Mucho menos ser permeada por la politiquería ni la intencionalidad partidista. La universidad tiene un ethos o carácter que, podríamos decir, es tan propio de su comunidad que, ni los cambios de administración ni los enfoques de los gobiernos logran que pierda su identidad. Es una construcción colectiva transtemporal tan sólida que, aunque no exista una manera clara de develar su esencia, esta se mantiene y se defiende en su oscura claridad, en sus constantes tensiones y sus diálogos interminables sobre el gobierno institucional y la ausencia de acciones impositivas, donde el “respeto irrespetuoso” forma parte de su naturaleza.

La misión institucional de la Universidad Nacional de Colombia se expresa con las siguientes palabras:

Somos la Universidad de la Nación que, como centro de cultura y conocimiento, forma ciudadanos íntegros, responsables y autónomos, orientados a ser agentes de cambio con conciencia ética y social, capaces de contribuir a la construcción nacional, desde la riqueza y diversidad de las regiones, y desde el respeto por la diferencia y la inclusión social. (s. f.)

Creo que estas palabras le dan sentido a lo que podría ser el ethos o carácter de la Universidad Nacional, su forma de hacer y desarrollar sus actividades. Iniciar diciendo Somos implica el reconocimiento explícito de cómo la Universidad es un colectivo con identidad, un colectivo que, con el correr del tiempo y del devenir de la institución ha construido unas formas de ser de manera explícita o tácita. Somos también implica el reconocimiento de la dignidad de todos los miembros de la comunidad como seres iguales, pero que tenemos distinta información, en un proceso permanentemente incluyente. Afirmar que Somos implica una declaración de ausencia de la individualidad, privilegiando siempre lo colectivo en su construcción permanente sin riesgo de perder la individualidad, por el contrario, privilegiando la realización personal.

La mejor convivencia no se puede construir solamente por medio del establecimiento de normas que, en general, son coercitivas o sancionatorias. Tendría que establecerse un proceso mediante el cual exista algo que se llamaría como la convicción moral…

La otra perspectiva es la de construcción de nación,concebida como una comunidad cívica de ciudadanos legalmente iguales que habitan un territorio determinado, que se construye, deconstruye y reconstruye constantemente desde y con la universidad. Allí la visión de la extensión como puente de conexión entre la universidad y la sociedad se vive en una construcción dinámica basada en el reconocimiento de diversos saberes que interactúan para construir nuevas categorías conceptuales, pensamientos o modos de hacer o interpretar la vida en todas sus dimensiones. La universidad es en las aulas, pero más en los territorios, allí donde abre los espacios de análisis y comprensión de los fenómenos naturales, técnicos, prácticos y también de los trascendentes. El profesor que, junto con sus estudiantes sale en una práctica de campo y se encuentra con el campesino para analizar la biodiversidad de una región y encuentra en esa búsqueda una razón común para converger en los ideales, construye un espacio ciudadano que es académico, donde apropia conocimientos científicos junto con los saberes populares, ancestrales, cotidianos y con el reconocimiento de los diferentes y diversos como iguales en su dignidad, levantando caminos de paz y comprensión. Esa es la universidad de la nación, la que consolida un proyecto que va más allá de lo político y lo demográfico porque reconstituye el tejido social. La construcción subyace a una dinámica propia y constante de participación y aportes desde los diferentes enfoques y tradiciones, desde la mirada de lo femenino al lado de lo masculino, del dominador y el dominado, pero también en las nuevas construcciones de categorías de la ciudadanía hacia el género, la diversidad, la infancia y la adolescencia, el afro, el negro, el raizal, el indígena, el campesino quienes en su interacción y acciones compartidas construyen esa identidad de nación que nos hace colombianos.

Como centro de cultura y conocimiento: al hacer mención al centro de cultura reconoce la importancia de hacer válidos y legítimos los diferentes modos de vivir la vida en grupos, en familias, en comunidades y sus tradiciones y su permanente reconocimiento  y visibilización respetando a cada cual según su esfera de consideración moral por el proyecto de vida de los otros y las otras, donde, aunque seamos tan diferentes, podemos compartir los mismos espacios físicos aunque los utilicemos de diferentes maneras.

La organización social genera dinámicas políticas y demográficas, y sentimientos y obligaciones morales con la tradición y la manera de hacer las cosas

Reconocer y respetar rituales, concepciones distintas en lo espiritual, religioso, político y trascedente es fundamental para construir la pluralidad, ese encuentro de distintas voces que usan diferentes palabras para intentar comprender al otro desde el otro y no desde una sola perspectiva excluyente o impositiva, sino comprensiva, basada en el reconocimiento interpersonal o intersubjetivo, donde el valor de las personas va más allá de cualquier consideración. Al llegar a la universidad, cada uno viene con su historia, sus antepasados, su capacidad valorativa, apreciativa, su capacidad dialógica y allí en un entramado construido entre todos, se generan nuevas categorías de valoración y de otras formas de convivencia que pueden dejar de lado las traídas de las regiones o las puede visibilizar y afianzar según sus perspectivas.

Hablar de conocimiento no se puede alejar de la cultura pues, aunque se haya dado en muchos momentos más peso al conocimiento de lo técnico instrumental, es la comprensión de las situaciones, de la historia, de las vidas individuales o colectivas lo que logra finalmente que se vaya aprendiendo a conocer la diferencia entre lo correcto o lo incorrecto, a vivir lo honesto y transparente, a buscar la verdad, aunque la mayoría de las veces no se logra. El conocimiento y su análisis crítico permanente es el camino hacia la verdadera autonomía, hacia la búsqueda argumentativa que permita que la toma de decisiones basadas en el conocimiento contextual frente al cual se pueda discernir de manera transparente y honesta. Es allí donde se puede lograr la capacidad deliberativa, analítica legitimada por la convicción y basada en una comunicación auténtica rica en matices gramaticales que faciliten que los mensajes comunicativos fluyan y se comprendan mediante un ejercicio hermenéutico basado en la búsqueda de la justicia de cualquiera de las instituciones sociales empezando por la familia misma. El conocimiento constituye la vía de la comprensión de las situaciones o los entornos ciudadanos donde las diversas miradas enriquecen los enfoques y los cursos de solución de los conflictos que deberán analizarse para definir conductas que promuevan el ejercicio constante de la ciudadanía respetuosa.

Forma ciudadanos íntegros, responsables y autónomos: esta es una visión de la formación como dinámica que forma parte fundamental de un proceso de apropiación consciente, razonado y razonable de procesos de valoración de las acciones humanas e interhumanas e interespecies que buscan de manera constante el recto proceder o la recta acción. Un verdadero proceso formativo es analítico, crítico, propositivo, producto de los análisis situacionales complejos a partir de procesos organizados y sistemáticos; es una forma de pensar, una manera de analizar los problemas y buscar alternativas de solución o propuestas de disminución o disolución de los conflictos. Un proceso formativo promueve la expresión de virtudes humanas como la justicia, equidad, transparencia, honestidad. Formar ciudadanos implica dar mayor peso al valor de la construcción de las comunidades y los colectivos, privilegiando el análisis constante de las situaciones de ciudadanía y civilidad para el logro de los proyectos individuales y colectivos buscando la identidad y especialmente la generación de modelos de convivencia pacífica que promuevan la realización del ser.

Cuando hablamos de estas relaciones interhumanas y hablamos de la manera como interactuamos los unos con los otros, usualmente la gente recurre a una serie de protocolos, de procedimientos, de pautas que rigen supuestamente ese comportamiento en las relaciones interhumanas. Sin embargo, el gran ausente en esto, es la consideración moral, es decir, el reconocimiento que tenemos los unos por los otros en lo que Immanuel Kant llama la obligación con los demás, la obligación moral, traducida como un imperativo categórico que subyace en todas las relaciones sin tener en cuenta los atributos o calificativos de las personas con un carácter universal.

Esa es la nueva universidad, una que llegó para quedarse en estas nuevas formas de comprensión que nos pueden llevar fácilmente a asumir a cada ser humano despojado de todo prejuicio…

Cuando hago referencia a la consideración moral y hablo de esa obligación que tenemos con las otras personas,  hablo de nuestras percepciones y creencias respecto del otro o los otros, cómo nuestro comportamiento varía según la situación y ese mismo comportamiento de cara a esa situación hace que el desarrollo de las acciones sea diferente. Por eso muchas veces no es suficiente con que se defina la política académica, no es suficiente con que se establezca una norma, aunque las normas surjan de esa conciencia y de los acuerdos a los que se llega por medio de las colectividades para tratar de construir una mejor convivencia.

La mejor convivencia no se puede construir solamente con el establecimiento de normas que, en general, son coercitivas o sancionatorias. Tendría que definirse un proceso por medio del cual exista algo que se llamaría como la convicción moral, es decir, esa responsabilidad que asumiría cada persona ante la otra así no fuera esa persona cercana o próxima a la que yo hacía alusión inicialmente. Esta consideración entonces sería lo que muchos autores han denominado el sentimiento moral que genera acciones morales que pueden estar precedidas por juicios morales (Ordieres, 2017) o juicios sobre la acción misma, su valoración en la esfera íntima de cada ser, pero siempre en relación.

Autores como Humberto Maturana hablan de cómo es que se construye la vida de los humanos en la relación intersubjetiva asimilándola a los procesos biológicos y cómo en ese crecimiento y desarrollo de las personas a lo largo de su vida, que es un proceso de multiplicación celular y de crecimiento tisular, hay un proceso que subyace: el de autopoyesis, autoformación o de autorreplicación. Pero ese proceso está condicionado fundamentalmente por esa impronta que va dejando el medio sobre esa persona que va creciendo. Cuando se hace alusión al medio, se hace referencia al contacto con otras personas, a la relación con otros objetos, vivos o inertes de la naturaleza y a las reacciones que van generando en el organismo humano, los sentimientos, los recuerdos, las valoraciones y las acciones. De esta manera cada ser humano es una sumatoria o un compendio de los otros seres humanos, así todos los colectivos son producto de la interacción y del tejido de un conjunto de valores, sentimientos y creencias. Quien integra la comunidad de la Universidad Nacional de Colombia es un ser producto de esta dinámica.

En ese proceso del que habla Maturana (Ortiz, 2017) de autoformación o autodesarrollo en lo individual y en lo colectivo y que va generando esa impronta, va creando simultáneamente esa posibilidad de establecer la moral de la obligación, es decir, si dentro de ese proceso de crecimiento de la persona llegó a marcarse su vida por una huella que dejó otra persona de enorme afecto, de protección, de consideración seguramente las acciones de esa persona irán marcadas de la misma manera en reciprocidad a algo que recibió como parte de sus sentimientos morales frente a los cuales su valoración genera acciones de obligación con el otro o con los otros. Pero si la situación es diferente y la situación surge porque ha habido maltrato, ha habido agresión, ha habido estigmatización, desconocimiento de esa persona de la misma manera la persona va a actuar con ese sentimiento que nació y que le dejó esa huella imborrable en su vida.

Esto no es cuestión solamente de esa consideración que pueda nacer o ser analizada desde el punto de vista patológico o clínico, de los psicólogos o los psiquiatras. Es una consideración que tendríamos que construir entre todos como ciudadanos y pensar de manera consciente y crítica en cómo construimos las relaciones entre los seres humanos, cómo nos construimos o nos reconstruimos entre nosotros mismos sin tomar como referencia dicotomías habituales de los buenos y los malos, sino solo ciudadanos que tienen un proceder determinado. Porque nosotros terminamos siendo el producto de todas esas múltiples huellas que dejan las personas sobre nuestro ser, no solamente sobre nuestro ser biológico, sino sobre ese ser que hay más allá del cuerpo y que recibe efectivamente esos efectos de todo lo que está pasando en el medio: lo que le deja el profesor en el colegio, el papá en su presencia o en su ausencia, la mamá en su cariño, su afecto o su rechazo, el compañero del colegio, el vecino del barrio, el profesor que está alejado a través de los medios en la televisión, los mensajes que dejan los medios. Todo eso va dejando una huella en los seres humanos que va marcando ese comportamiento. Esa huella, como lo dice Maturana, es prácticamente imborrable, pero determina de alguna manera el comportamiento, que puede ser lógicamente transformado por otras experiencias.

Los psicólogos y los psiquiatras están hablando permanentemente de cómo la relación paterna y la relación materna en un momento determinado dejan en el hijo unas huellas que van a matizar su conducta, pero creo que también es importante considerar que esas huellas no son solamente del papá y de la mamá, sino también de muchas otras personas que según las circunstancias y el momento pueden marcar aún más la vida que los mismos padres. Es decir, ese esquema que nos han enseñado de cómo efectivamente los padres fijan la pauta realmente reduciría un circulo de efectos de lo que es la educación o los valores de la persona solamente a los padres cuando realmente ese círculo es más amplio. La organización social produce no solo dinámicas políticas y demográficas, también sentimientos y obligaciones morales con la tradición y la manera de hacer las cosas.

Es decir, la sociedad construye, deconstruye o destruye a sus mismos miembros, en esa interacción o en esa relación que se va construyendo progresivamente en los diferentes círculos de encuentro. En sociedades donde el reconocimiento de sus ancestros es importante, donde el pasado forma parte del presente, se mantienen las tradiciones y la identidad, el sello que nos conecta con nuestros orígenes, nuestro presente y nuestra responsabilidad con el futuro y con las futuras generaciones. Esto implica entonces la cimentación real de relaciones entre cuerpos, pero también entre mentes, líneas de pensamiento, enfoques paternos, ancestrales, tradiciones, guerra, desplazamiento, violencia, marginamiento, estigmatización, señalamiento, en una movilidad entre pasado y presente con miras a unos futuros a quienes les dejaremos un legado o un sentido de vida, es construir más allá del cuerpo.

En este momento de pandemia ha cobrado más importancia la comunicación más allá del cuerpo, mediante las máquinas y medios de comunicación, soportados además en los llamados sistemas inteligentes que simultáneamente promueven otras formas de interacción y construcción entre máquinas. Por eso en estas categorías es muy importante definir qué es el cuerpo y cómo el cuerpo es un mediador de la comunicación, es un mediador de la interacción, pero al ser un mediador, ese cuerpo se instrumentaliza de diferentes maneras, se prolonga a partir de las máquinas, de las imágenes, para lograr entonces crear valores, actitudes y en general valores de la comunidad que son diferentes a los que teníamos en la interacción cuerpo a cuerpo.

Esa es la nueva universidad, una que llegó para quedarse en estas nuevas formas de comprensión que nos pueden llevar fácilmente a asumir a cada ser humano despojado de todo prejuicio, sin color de piel, sin vestidos de matices o colores, con los pies calzados o descalzos, sin calificaciones de género o nacionalidad, solo voces que llevan a seres capaces de todo, con sueños e ideales que pueden cumplirse gracias al reconocimiento de quienes oímos esas voces que pertenecen a unos cuerpos con potenciales impensados.

La Universidad emprende actividades académicas dentro de los campus donde están los estudiantes con sus historias de vida y modos de vivirla con quienes los académicos y administrativos interactúan para llegar a acuerdos, proyectos de desarrollo, de innovación y crecimiento, pero gran parte de sus dinámicas, practicas y proyectos los desarrolla en las granjas, museos, parques, iglesias, pueblos, bosques y comunidades donde se encuentra con personas de todos los rincones del país a quienes incluye en el diálogo constructivo de nación, contribuyendo igualmente al desarrollo de sus proyectos vitales. La presencia nacional de la institución contribuye a la construcción en los territorios, a la planeación de proyectos de vida de personas y comunidades. En la Universidad Nacional de Colombia se privilegia la dinámica colectiva de lo que promueve la solidaridad, el apoyo y el acompañamiento, en general.

 

Referencias

Ordieres A. (2017). La teoría del juicio moral en Hume. Estudios 121, xv. core.ac.uk/download/pdf/186330284.pdf

Ortiz A. (2017). El pensamiento filosófico de Humberto Maturana: la autopoiesis como fundamento de la ciencia. Revista Espacios. 38 (46).

AUTOR

Carmen Alicia Cardozo

Odontóloga y magíster en ciencias básicas de la Universidad Nacional de Colombia. Es especialista en ética de la investigación biomédica y psicosocial del Fogarty International Center de Estados Unidos. Es profesora titular de la Universidad Nacional de Colombia. Ha sido secretaria general además de decana de la Facultad de Odontología de la Universidad Nacional, coordinadora del Programa Internacional de Formación en Ética en Investigación en Salud y Ciencias Sociales del Centro Interdisciplinario de Estudios en Bioética de la Universidad de Chile.

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