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Formar en y para la autonomía

Ilustración por: Cristhian Saavedra

Las sociedades actuales cuentan con instituciones dedicadas a la tarea estratégica de la educación, de dar a cada nuevo miembro del colectivo las herramientas para realizarse como individuo y como ser social. La forma propia de la transmisión de la cultura en las instituciones educativas es el diálogo entre el maestro y el estudiante. Frente a los acelerados cambios del mundo en que vivimos, incluidos los que nos ha traido la situación global de la pandemia, es preciso asumir una actitud de aprendizaje y una disposición a la flexibilidad y apertura a la innovación; es preciso, además, avanzar en una reflexión permanente para comprender y asumir las transformaciones y retos propios de la educación. En la educación se trata, además de atender las necesidades derivadas de la producción, de aprender a relacionarnos y a convivir.

Es innegable que, de la primera revolución industrial, en el siglo xviii, a la tercera, iniciada hace apenas cuarenta años y la cuarta que vivimos hoy en día, el mundo ha experimentado profundos cambios que se expresan en los altos ritmos y niveles de la producción actual, en los cambios de la calidad de vida y en nuevas formas de establecer los vínculos sociales y de reconocernos unos a otros. Hoy por hoy, estas formar de interelación se encuentran también en crisis, debido a las necesarias medidas de distanciamiento social que un virus nos ha obligado a implementar y, que tal vez, modificará permanentemente nuestras costumbres sociales. En cualquier caso, las tecnologías de la información y las comunicaciones (tic) son parte fundamental de estas transformaciones. Hoy nuestros niños y jóvenes disponen de enormes cantidades de información. Formar ciudadanos capaces de sistematizar, procesar y analizar la información disponible, y emplearla para tomar decisiones éticas, responsables y solidarias, se convierte así en una de las principales responsabilidades de las instituciones de educación. Estas habilidades se encuentran directamente relacionadas con las competencias del pensamiento crítico, del pensamiento lógico matemático y de las competencias comunicativas, gracias a las cuales el individuo es capaz de desarrollar metalenguajes que permiten construir puentes de comunicación entre saberes diversos. Gracias a estas competencias es posible la constitución de comunidades académicas y la integración de distintas disciplinas para enfrentar problemas complejos. 

La formación profesional y disciplinar, si se asume como formación integral, implica, además de las aptitudes cognitivas asociadas al trabajo en un campo específico, las actitudes necesarias para la convivencia y para el ejercicio de la ciudadanía. La ventaja de una formación basada en las competencias generales mencionadas se pone de presente cuando, al situarnos en la cuarta revolución industrial, caracterizada por la generación y el uso del bigdata, la inteligencia artificial, la robótica y la biotecnología, entre otras herramientas, reconocemos, por la evidencia histórica y el avance del conocimiento, que vendrán la quinta, la sexta y quizá más revoluciones que implicarán trasformaciones en el arte, la cultura, las ciencias, la técnica y la tecnología asociadas a grandes cambios en las formas de producción, de relacionamiento y de organización social. En el contexto de nuestras actuales dinámicas es claro que el papel de las instituciones de educación es formar seres humanos que, sin distingo de su profesión, disciplina o área del conocimiento, sean capaces de aprender adaptándose, siendo flexibles y creativos. Profesionales con estas capacidades son seres humanos autónomos que, en ejercicio de su autonomía, están en capacidad de comprender su realidad y dar impulso a las trasformaciones globales futuras.

Formar ciudadanos capaces de sistematizar, procesar y analizar la información disponible, y emplearla para tomar decisiones éticas, responsables y solidarias, se convierte así en una de las principales responsabilidades de las instituciones de educación.

La autonomía se entiende como la capacidad de orientarse por los propios fines y principios. Se manifiesta en el ejercicio de la libertad, como capacidad de elegir, con consciencia y responsabilidad, lo mejor para sí, para el otro y para la comunidad. La consciencia del individuo es resultado del conocimiento y de la reflexión, y se desarrolla en comunidad. Así, tanto autonomía como libertad son conceptos relacionales no estáticos y en permanente desarrollo que corresponden como virtud al individuo, a su comunidad y a instituciones como la universidad. El universo de la elección se amplía con el conocimiento en tanto nos permite ser más conscientes del alcance y consecuencias de nuestras acciones, así como de los efectos de estas sobre nosotros, sobre nuestra comunidad y sobre nuestro entorno. El conocimiento nos hace más conscientes y más responsables; cuanto más conocemos mejor elegimos.

El lugar en donde el conocimiento más elaborado se gestiona, se cultiva, se comparte, hace crisis, se produce y se conserva es la universidad; de allí se deriva el reconocimiento social, político y legal de su autonomía. La autonomía garantiza que la universidad pueda producir el conocimiento pertinente para satisfacer las necesidades colectivas y para que la sociedad pueda analizar críticamente lo que debe ser cuidado y lo que debe ser transformado para el mejoramiento de la vida social. La permanente superación de lo conocido enriquece la vida simbólica y material de la sociedad. Es por esto que el peor daño que pueda infringirse a una sociedad, así como a un individuo, es impedirle asimilar y ampliar el conocimiento acumulado que resulte útil para su avance y desarrollo. Las universidades gozamos de autonomía por la naturaleza del conocimiento, que requiere libertad para construirse, y también por la función social que cumplimos.

Una universidad consciente de su responsabilidad con el conocimiento, con el país, con el cuidado del planeta, con la defensa de la paz y con los derechos humanos y las libertades consagradas en los acuerdos ciudadanos construye su cultura institucional desde la armonización de los principios, los fines y las acciones expresadas en su misión y su proyecto académico. Asume, además, como precepto ético de su quehacer institucional, la obligación de cumplir sus funciones con la más alta calidad. La cultura institucional se evidencia en las tareas de docencia, investigación y trabajo con las comunidades, tareas que constituyen un conjunto armónico de experiencias universitarias que es parte determinante de la formación de los individuos dentro de su comunidad. Este conjunto de elementos constituye el ethos de la universidad.

La reflexión colectiva y fundada en el conocimiento sobre las metas y las tareas que dan coherencia al trabajo de la comunidad universitaria es parte esencial del ejercicio de la autonomía de la universidad. Un desarrollo creciente de las artes y las humanidades, una apropiación más profunda, consciente, crítica y ética de la ciencia y un mayor acceso y entendimiento de la información nos hacen, como instituciones y comunidades, más libres y responsables y, en suma, más autónomas.

La universidad como institución, como comunidad y como espacio para la gestión del conocimiento está encargada de la formación de ciudadanos integrales, éticos y responsables, en capacidad de asumir su autonomía y de participar significativamente en la construcción de instituciones y comunidades. Esta formación, que es intelectual al tiempo que ética y humana, atiende al objetivo, más allá de la apropiación del conocimiento de tipo especializado, de aportar a cada profesional herramientas para la vida en común, lo que requiere para el ejercicio de la ciudadanía. Los jóvenes formados en el marco de currículos cada día más abiertos y flexibles asumen su relación consigo mismos, con los otros y con la comunidad tal como asumen su relación con el conocimiento: con sentido ético, con ánimo constructivo y dispuestos al aprendizaje permanente.

La universidad como institución, como comunidad y como espacio para la gestión del conocimiento está encargada de la formación de ciudadanos integrales, éticos y responsables, en capacidad de asumir su autonomía y de participar significativamente en la construcción de instituciones y comunidades.

La relación dialógica maestro-estudiante es una fuente de libertad en tanto es un escenario para la gestión del conocimiento y no para el simple ejercicio de la memoria o el “traspaso de contenidos” entre un profesor y un estudiante que se asume como sujeto pasivo. La gestión del conocimiento ocurre en la formación cuando maestro y estudiante se encuentran como interlocutores activos, el maestro como representante y síntesis de la experiencia y el conocimiento acumulado por la humanidad, y el estudiante como sujeto activo y síntesis de su propia experiencia humana. Allí estudiantes y maestros formulan preguntas, ponen en crisis el conocimiento preexistente y producen nuevas síntesis, nuevas relaciones y aplicaciones. De esta manera, el maestro contribuye a ampliar la capacidad de elección del estudiante, e incluso la propia, en tanto es catalizador en la construcción de un horizonte del conocimiento cada vez más amplio que abre el espacio para la creación.

La relación crítica y constructiva con el conocimiento se refuerza en el proceso formativo que ocurre en el aula y fuera de ella, en el conjunto de vivencias universitarias y en el marco de procesos múltiples, diversos y convergentes. Las universidades se caracterizan por promover la inclusión de ideas, individuos, comunidades y territorios. Este encuentro entre diferentes solo es posible en el marco del diálogo de saberes. La universidad en cuanto persigue el conocimiento no puede poner barreras a la comunicación; hace del diálogo el instrumento necesario para representar y albergar la complejidad de la vida social como escenario para la ciencia, el arte y la cultura universal.

Los ciudadanos contemporáneos y futuros requerirán ser individuos críticos y creadores, capaces de actuar solidariamente con consciencia y responsabilidad de sí, de su comunidad y del medio ambiente. Las ciencias naturales, las artes, las ciencias humanas y sociales y, en general, todas las áreas del conocimiento tienen precisamente el objetivo de conocer y crear. Las distinciones entre áreas aluden a sus metodologías y a sus objetos, pero en todas ellas es posible la creación. Sin distingo de las profesiones o las disciplinas, hoy la universidad colombiana requiere desarrollar estrategias de estudios generales o incluir en los programas un núcleo básico que incentive una relación crítica y constructiva con el conocimiento. Sobre metodologías felxibles, con soporte de las herramientas digitales que nos conecten y, al mismo tiempo, cuiden de la comunidad la formación en la Universidad debe aportar los elementos para la construcción de una ética ciudadana, que motive la constante reflexión, que dé garantía de una formación en y para la autonomía y que lleve, con todo ello, a la consciencia y al goce de la libertad de nuestros jóvenes y nuestras comunidades.

AUTOR

Dolly Montoya Castaño

Actualmente es la rectora de la Universidad Nacional de Colombia y a su vez Presidente de la Unión de Universidades de América Latina y el Caribe. Profesora Titular de la Universidad Nacional de Colombia y cofundadora del Instituto de Biotecnología de la misma institución. Es doctora de la Universidad Técnica de Múnich, (Alemania) en Ciencias Naturales con énfasis en estudios moleculares de biodiversidad y evaluación de su potencial biotecnológico.

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