A veces declaramos al reto “superado por caducidad” y pasamos la página, aunque falten algunos párrafos por escribir. Pero en educación eso no es posible y, cuando se analizan los retos, el primer paso debe ser mirar qué nos queda pendiente del análisis anterior. Empecemos pues por los retos resueltos solo parcialmente.
El primero es el de la educación integral en la edad temprana, de cero a cinco años. Tenemos en este momento una cobertura cercana al 25 % y según el Plan Nacional de Desarrollo para 2022 debemos llegar al 40 %. Esta necesidad ha sido percibida hace relativamente poco, pero es inmensa. Se pensaba que la educación comenzaba a los cinco años y que antes era solo un asunto de cuidado y algo de juego. Hoy todos los estudios modernos sobre desarrollo neurológico y psicológico señalan que la edad temprana es posiblemente la más crucial, y que quien no haya tenido oportunidades en ese momento entra a la vida con desventajas difícilmente superables después. El problema es aún más grande si se tiene en cuenta que los niños y niñas que reciben educación inicial subsidiada por el Estado están a cargo de personas con un nivel de formación insuficiente. Solo el 30 % de ellos ha recibido una relativa cualificación, la mayoría se puede definir más como cuidadores que como educadores.
En educación básica hemos logrado una cobertura casi total, lo que está muy bien. En secundaria disminuye en las ciudades a un 75 %, y en las regiones rurales dispersas cae a un 55 %. Con la educación media (cursos 10º y 11º) hay un quiebre muy preocupante. En las ciudades la cobertura es inferior al 50 %, en las zonas rurales es del 35 % y en las rurales dispersas apenas llega al 25 %. Esta fase de la educación es crucial para la futura vida laboral de las personas. Sin ella no es posible acceder a estudios superiores, pero incluso si no quisieran estudiar en la universidad, esos dos años serían una oportunidad crucial para preparar a jóvenes para un trabajo que les produzca satisfacción personal e ingresos dignos. Las razones de esa deserción bastante dramática no están del todo claras. La encuesta de Calidad de Vida de 2018 dice que esa población de jóvenes de quince y dieciséis años abandona porque no les gusta ni les interesa el estudio. La diferencia muy grande entre las zonas urbanas y las rurales dispersas estaría señalando más al hecho de que muchos de esos jóvenes deben trabajar para ayudar al sustento de sus familias. El costo individual de truncar la educación tempranamente es altísimo; el costo para la sociedad y la Nación también.
En educación superior la cobertura ha llegado al 52 %, que es un gran progreso sin duda, y el compromiso en el plan decenal es llegar al 80 % para el 2030. La deserción, sin embargo, sigue siendo muy alta: aproximadamente un 50 % de quienes ingresan no culminan sus estudios. Hay, además, una distribución en disciplinas y profesiones que difícilmente cuadra con lo que el país necesitaría para impulsar su desarrollo. Basta decir que para 2017 solo el 1,93 % de los estudiantes universitarios estaba en programas de estudios agrarios y el 1,97 % en matemáticas y ciencias naturales.
La educación debe ser un motor de equidad, y la mayor parte de esos retos antiguos señalan la existencia de una gran inequidad; si no los solucionamos en lugar de combatirla la perpetuamos.
Eso, muy someramente sobre la cobertura. Un reto de tamaño monumental que no hemos superado es el de la calidad, sobre todo si se compara entre las grandes ciudades y las zonas rurales. En las pruebas Saber 11 (datos de 2015) el 33,5 % de los estudiantes en las ciudades están en las dos categorías de desempeño superiores, mientras que en las zonas rurales son apenas el 3,8 % y en las rurales dispersas el 2,0 %. Si nos comparamos internacionalmente (pruebas PISA 2018), mientras en países como China, Singapur, Taiwán y Japón cerca del 30 % de los estudiantes están entre los mejor calificados en al menos un tema de los examinados (matemáticas, ciencia y comprensión de textos), en Colombia solo el 1,2 % está en esa categoría (y no es necesario ser muy suspicaz para saber de qué colegios provienen).
Con eso quedan —al menos— insinuados cuáles son los retos del pasado que no podemos soslayar. Aunque sean viejos hay que seguir enfrentándolos. La educación debe ser un motor de equidad, y la mayor parte de esos retos antiguos señalan la existencia de una gran inequidad; si no los solucionamos en lugar de combatirla la perpetuamos.
El presente también tiene sus retos propios. Hay quienes dicen que el presente no existe, que es solo un intermediario entre el pasado (de hace un segundo para atrás) y el futuro (dentro de un segundo y adelante). A veces pareciera que el problema es que no solo si hay presente, sino que dura demasiado. Los diagnósticos son precisos: hemos tenido ya tres planes decenales de educación. Sin embargo, a pesar de avances innegables como algunos mencionados antes, problemas que no se han solucionado vuelven una y otra vez. El más grande de los retos para el presente es llevar a buen término los propósitos del plan decenal de educación y los del Plan Nacional de Desarrollo.
El futuro está lleno de retos. Uno muy importante es el cambio inminente en la estructura del trabajo. Se predice que la persona que entra hoy a la universidad tendrá al menos quince trabajos diferentes en su vida. Otros afirman que deberá adaptarse a cinco oficios o profesiones diferentes. El 50 % de empresarios latinoamericanos en una encuesta reciente afirmaron que la universidad no les ofrece el trabajador que ellos necesitan. Es difícil saber si esas afirmaciones y predicciones son muy precisas; lo que es indudable es que el trabajo ha sufrido y sufrirá en el futuro cercano cambios de fondo. Hay una muy rápida y acelerada obsolescencia de los conocimientos profesionales y técnicos. Hay avalanchas de información desde las más diversas fuentes, algunas creíbles, otras menos y algunas directamente falsas y engañosas. Muchos de los trabajos tradicionalmente profesionales pueden ser hoy realizados por máquinas. No solo trabajos menores. La medicina es un ejemplo dramático en el que los computadores están diagnosticando y los robots haciendo cirugía con la mayor precisión. Las decisiones para fertilizar, regar y fumigar plantíos las toman sensores y drones, y son ejecutadas por robots tractores. Nos acercamos a sistemas de transporte sin conductores. El comercio se está trasladando a internet y ya empezaron las entregas por drones de las compras. La atención al público por teléfono, computador y hasta personal está siendo llevada a cabo por robots. Hay oficios que van a desaparecer, muchos otros aparecerán.
Se predice que la persona que entra hoy a la universidad tendrá al menos quince trabajos diferentes en su vida. Otros afirman que deberá adaptarse a cinco oficios o profesiones diferentes.
¿Cómo se educa entonces a una persona para que lleve a cabo trabajos que aún no existen, que ni siquiera imaginamos? Evidentemente eso necesitará un cambio radical en el acercamiento pedagógico y curricular. La persona debe formarse con una capacidad muy grande para decidir y para enrumbar su vida en medio de la mayor incertidumbre. Deberá tener capacidades analíticas importantes, saber distinguir en una avalancha de información lo que es útil, relevante y verdadero. Deberá tener capacidad de utilizar la información con sus instrumentos cognitivos para abordar y resolver problemas. Problemas de los cuales no había escuchado antes de que se le presentaran. Deberá tener una muy buena capacidad de autoformación, puesto que el proceso de aprendizaje será continuo y permanente. Deberá ser capaz de trabajar en equipos multidisciplinarios, pues los problemas modernos requieren un acercamiento desde múltiples disciplinas. Los lugares de trabajo serán entonces también lugares de estudio.
El párrafo anterior parece señalar a un regreso a una educación con bases muy generales y con formación de carácter y personalidad, más que de entrenamiento en oficios. Habrá ingenierías con nombres que no sospechamos, pero sin duda se basarán en la física y las matemáticas. Diseñaremos nuevos materiales y objetos, pero todos seguirán las leyes de la química. El ambiente será cada vez más una preocupación permanente, pero no podremos abordarlo sin entender la biología, la geología y la meteorología. Para entender la realidad debe uno ser capaz de conocer el lugar en el que vive y los procesos históricos que conformaron el hoy.
También serán centrales las que hoy se llaman competencias más blandas. Capacidad de comunicarse y convencer. Análisis lógico y rigor metodológico. Empatía y capacidad de escuchar y de ser convencido; resiliencia, tolerancia y empatía. Para esas deberán contribuir la formación artística y la humanística. Finalmente, la formación ética y ciudadana adquirirán una relevancia mayor.
No es proponer más de lo mismo. Es diferenciar lo básico de lo superfluo. Se trata de disminuirle el peso a las técnicas de temporalidad limitada (aunque en su momento parezcan lo más importante), a las acciones repetitivas, al estudio de los problemas rutinarios. Inevitablemente vamos hacia una educación formativa, no informativa, y los programas deberán ajustarse a eso.
La pregunta clave es cómo se logra. Por supuesto habrá necesidad de una pedagogía diferente, o al menos muy mejorada. En la base de la pedagogía siempre hay una teoría importante. En distintos momentos ha preponderado una sobre las otras. Pasamos por los planes abiertos, por la educación basada en resultados, por los currículos de temáticas integradas y otros antes y después. Nombres importantes de pensadores nos han guiado: Dewey, Montesori, Vigotsky, Ausubel, Piaget y hasta Skinner. Todos han tenido aciertos y desaciertos. La verdad es que lo que sucede en las aulas rara vez corresponde a una teoría ortodoxa; más bien resulta finalmente de mezclas, con buen aporte de cada maestro y de cada institución.
El aprendizaje será cada vez más personalizado y el estudiante estará más involucrado en el diseño de su propio programa formativo. La evaluación, asimismo, deberá ser personalizada y en tiempo real.
También hoy tenemos teorías diferentes, pero hay algunos temas que son recurrentes en la mayoría de ellas y que constituyen prácticamente consensos. El aprendizaje será cada vez más personalizado y el estudiante estará más involucrado en el diseño de su propio programa formativo. La evaluación, asimismo, deberá ser personalizada y en tiempo real. Será una evaluación formativa, no una calificación o certificación post mortem (como mucha de la actual). Serán necesarios cambios en la cultura del aprendizaje y el uso de instrumentos nuevos y variados. Se aprovecharán las nuevas tecnologías informáticas (y las que vienen) para hacer más eficiente y mejor el proceso. Pero, sobre todo, será preponderante la actitud investigativa, la indagación a todos los niveles como un andamiaje central sobre el cual se construye todo el proceso educativo.
Hay quienes adjudican a las tecnologías digitales un papel más que instrumental. Muchos estudios recientes, usando tecnologías de frontera y comparándolas entre ellas y las más antiguas, han llegado a la conclusión de que son instrumentos muy valiosos, pero que a la larga el factor determinante es el maestro. Entonces la responsabilidad del país es la de tener el mejor cuerpo posible y al mejor nivel de capacitación de sus maestros. Habrá que desarrollar estrategias osadas para lograrlo.
Hay ámbitos en los cuales las nuevas tecnologías son invaluables y desempeñarán un papel en el futuro. Desempeñarán un papel central los apoyos con textos (en papel o electrónicos) elaborados por expertos con base en las reflexiones anteriores, los programas virtuales interactivos, sobre todo de temas que están mejor en manos de expertos, los cursos de manejo autónomo y otras innovaciones. En el caso de la educación rural, en especial de la educación rural dispersa, en la que muchos niños de distintos grados dependen de muy pocos maestros, los instrumentos virtuales serán posiblemente la única forma de renovar los esfuerzos y de lograr un acercamiento verdaderamente relevante, que les dé a los jóvenes las capacidades para transformar sus vidas y las de sus comunidades.
En esta breve discusión he tratado de mostrar lo difícil que es responder a la pregunta acerca de cuáles son los retos en educación para el país. Son muchos. Tenemos que acabar de cumplir promesas del pasado, tenemos que preparar a los jóvenes para un futuro incierto y complejo, tenemos que ayudarlos en su camino para formarse como ciudadanos éticos y felices. Hay que usar muchos instrumentos y acudir a variadas estrategias pedagógicas. Ninguna está asegurada, pero hay elementos comunes que todas deberán abordar. Es una tarea nacional, una inmensa responsabilidad que debe ser asumida con entusiasmo. La incertidumbre no es un problema; es el más interesante de los retos.