Escudo de la República de Colombia Escudo de la República de Colombia

Presentación

Hemos escogido como tema central para este número la problemática de las fronteras colombianas. La historia republicana del país ha estado marcada por el centralismo, que ha modelado el desarrollo nacional. Los primeros conquistadores europeos que exploraron el territorio penetraron por diferentes puntos. Por el río Magdalena, procedentes de la costa Caribe; por el sur, desde el Perú, y por el nororiente, desde Venezuela. En Santafé de Bogotá, recién fundada en 1538, convergieron con sus tropas los conquistadores Gonzalo Jiménez de Quesada, Sebastián de Belalcázar y el alemán Nicolás de Federmán. A partir de allí, esta ciudad fue consagrada como capital del Nuevo Reino de Granada y, posteriormente, de la República de Colombia. La ubicación de la capital en medio de montañas y en el centro del país, unida a la lejanía de la autoridad real que se asentaba en la península Ibérica, impuso una visión de cerramiento a lo exterior y de aprehensión y desconocimiento de los inmensos territorios que constituían y constituyen el país, considerados ignotos, terreno selvático poblado por “salvajes” a quienes, en lugar de integrar, había que “civilizar”, cristianizar y someter. La arrugada geografía, con sus inmensas cadenas de montañas, configuró un país de regiones. En ellas florecieron ciudades y aldeas con dinamismo y características propias, como los casos, en el sur, de Popayán y Pasto; en el centro, de Tunja; más al norte, de la pujante región del Socorro, y en la costa Caribe, de Santa Marta y, especialmente, Cartagena, plaza del comercio con Europa y del deshonroso tráfico de esclavos africanos, ciudad amurallada para la defensa del virreinato. A ellas se agregaron nuevas regiones que cobraron importancia en la medida en la que eran asiento del movimiento de colonización territorial, como la zona antioqueña. Las rivalidades y forcejeos regionales marcaron desde el comienzo la vida republicana de Colombia. En la conformación del Estado siempre estuvo presente el debate entre federalismo y centralismo: sin este último, según Núñez y Caro, vendría la “catástrofe”, o descentralización, como bien la pedían y piden las regiones.

Estas circunstancias han incidido en la percepción, la desvaloración y el descuido con los que se han mirado y tratado las fronteras, no obstante su valor territorial, demográfico y económico. Hasta el punto de que, a pesar de su importancia y su riqueza, se han convertido en zonas de conflicto y violencia. Con el objeto de llamar la atención sobre esta problemática de especial importancia para el país, hemos escogido el tema de las zonas de frontera como asunto central del presente número de la Revista, abordado desde diferentes enfoques, especialmente el de la seguridad, en la medida en que se trata de zonas muy conflictivas que padecen un enorme abandono estatal. Es absolutamente indispensable superar la mirada centralista, la concepción de que se trata de zonas periféricas y lejanas, si queremos lograr la paz y la integración nacional, confrontar la criminalidad, mejorar las condiciones de vida de los habitantes de esas regiones, dinamizar su actividad económica, con la consiguiente repercusión para la economía nacional, y prevenir conflictos de orden internacional.

Las primeras tareas que tuvieron los gobernantes tras la Independencia fueron las de conformar el Estado republicano y delimitar el territorio y sus fronteras terrestres. Esta labor ocupó la actividad de los internacionalistas por más de un siglo y afortunadamente se desarrolló en ausencia de guerras, diferente a como sucedió en otros países de América. Fue esta una actividad dispendiosa, fundamentalmente de tipo jurídico, frente a Brasil, Perú, Ecuador, Panamá y Venezuela, que concluyó con un tratado con esta última en 1941. Por mucho tiempo se tuvo la concepción de que las fronteras se reducían a una línea que se trazaba en el espacio geográfico, lo que implicaba su cuidado militar para evitar que fueran transgredidas pues en ciertos casos eso hubiera implicado un conflicto armado. Sin embargo, el concepto de frontera ha variado y se ha enriquecido al incorporar la noción de región fronteriza como elemento viviente y no estático. Al espacio se le ha incorporado la dimensión de frontera viva, con población, economía, aspectos ecológicos, tránsito de personas y bienes, y elementos policivos o de orden criminal.

Los artículos de Julio Londoño Paredes, Eduardo Pizarro, Armando Borrero, Socorro Ramírez, Luis Fernando González Escobar, Germán Palacio y Fernando Urbina dan una visión multidimensional de la problemática de las regiones colombianas de frontera que cubre el conjunto geográfico Venezuela, Brasil, Amazonia y  Panamá. Se tratan, entre otros temas, la delimitación de las fronteras, la situación de las comunidades indígenas binacionales, el concepto de frontera en la cultura de las comunidades amazónicas, la seguridad, la violencia, la delincuencia y sus diferentes manifestaciones, el narcotráfico, los grupos armados antisistema y los de delincuencia común, el tráfico de personas, los pasos o trochas ilegales, la afectación al comercio y a la libre circulación, los migrantes hacia Colombia y los que transitan para otros países. Mención especial merece el tratamiento de las relaciones con Venezuela, con sus encuentros y desencuentros, cambios de gobiernos, desconocimientos y reconocimientos, en el marco de la seguridad.

A diferencia de la visión desde lejos que ha guiado la política de fronteras, acá se desglosan en su aspecto geográfico y en sus problemáticas las particularidades de distintas subzonas fronterizas. Así por ejemplo, la de Venezuela se divide, para mejor análisis, en subregiones con características particulares:  la de la Guajira, habitada por los indígenas wayúu, que se mueven entre  territorio colombiano y venezolano con la doble nacionalidad; la guajiro-caribeña, con población indígena motilona que ha sido fuertemente agredida, productora de petróleo y carbón y asiento de grupos armados como las Farc, el ELN, el EPL, los paramilitares y una serie de organizaciones que se disputan el control del tráfico de cocaína; la andina, activo centro de intercambio binacional de personas y mercancías, así como de comunicación entre Cúcuta y San Cristóbal, con explotaciones petrolíferas y de carbón a lado y lado; la de los llanos de Arauca y Casanare, en Colombia, y Apure, en Venezuela, con una población muy similar culturalmente en ambos lados y un fuerte intercambio de personas y bienes, y la de la cuenca Orinoco-Amazonas, habitada por diferentes tribus indígenas y asiento de la selva y de inmensos ríos.

En cuanto a la frontera con Panamá, se estudian el Darién y Urabá, vistas como una unidad a pesar de que tienen características propias en lo geográfico, lo histórico y lo poblacional. Es una zona que pertenece a Chocó y Antioquia, con costas sobre el Pacífico y el Caribe. Su situación geográfica, al norte de Sudamérica, la convierte en un sitio apropiado para las comunicaciones continentales, bien sea a través de la carretera Panamericana —que por diversas razones no se ha podido construir en ese punto, conocido como el tapón del Darién— o por vía interoceánica, aprovechando el gran caudal de sus ríos. Esta zona, con sus problemas de deforestación, colonización y actividad de grupos violentos, se ha convertido en los últimos tiempos en una frontera especialmente problemática, en la medida en que es ruta de tránsito para los migrantes cada vez más numerosos que circulan con destino a Estados Unidos. Según la Organización Internacional para las Migraciones, en lo corrido de 2022 han pasado por allí 150 000 personas. Solamente en septiembre pasado cruzaron por allí 36 399 venezolanos, además de nacionales cubanos, haitianos, africanos, chinos y de otras nacionalidades.

La vasta región de Amazonas tiene sus características especiales y hace parte de un inmenso conjunto territorial que pertenece a Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Venezuela y las Guayanas. Es asiento de inmensos ríos, y por su vegetación y características es considerada “pulmón de la humanidad”. La delimitación territorial fue producto de un largo proceso con Brasil, Ecuador y Perú, y en este último caso dio lugar a varios incidentes y una confrontación de tipo militar.

Si el nombre Amazonas se remonta a casi cinco siglos, la denominación de Amazonia como una megarregión es reciente, de hace medio siglo, quizás. […] Amazonia empezó a usarse en Brasil, como un concepto institucional y legal, en los proyectos de desarrollo del periodo del régimen militar de la década de los sesenta. (Palacio, p. 75)

Su dimensión territorial no se circunscribe a la relación entre los países limítrofes. El avance de la globalización, la visión “ambientalizadora” que domina la realidad contemporánea y la conciencia de que es necesario salvar la vida en el planeta han llevado a nociones como la de “patrimonio de la humanidad”, adjudicada a ciertos lugares. Esto crea nuevos problemas y retos para los países directamente relacionados o afectados y los impele a ser creativos para superar el tradicional concepto de frontera territorial, de tal modo que, al mismo tiempo, se manifieste el aspecto solidario compaginado con el concepto, aún no revocado, de soberanía.

Más allá de algunos acontecimientos sobrevinientes, estos trabajos siguen vigentes y nos dan una visión adecuada de la problemática. Me refiero a lo siguiente: mientras estaba en producción y edición este número, han sucedido acontecimientos importantes como el cambio de gobierno en Colombia y el inicio de nuevas políticas sobre problemas acá tratados, que indudablemente distensionan la relación con Venezuela y abren perspectivas positivas para resolverlos. Por ejemplo, aunque el presidente Gustavo Petro acertadamente ha procedido a la reapertura de relaciones con el gobierno del presidente Maduro en Venezuela, la puesta en práctica de esta política deberá tener en cuenta la temática relacionada en estos artículos. Lo mismo sucede con la política de paz total y la propuesta de reiniciar negociaciones con el ELN y otros grupos ubicados en Venezuela y la zona de frontera.

En la sección de “Controversia” hemos incluido el artículo “Ciencia hegemónica y pluralidad epistémica”, del profesor Eugenio Andrade. Esta importante temática ha cobrado mucho interés en los medios científicos y universitarios, y ha dado lugar a interesantes polémicas. Precisamente, y debido a ello, uno de los próximos números de la Revista será dedicado a este tema.

En la sección “Documentos”, a partir de este número, publicaremos un extracto de las recomendaciones de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, Convivencia y la No Repetición (Comisión de la Verdad), con el objeto de contribuir a su difusión. En esta ocasión se han escogido problemas referidos a los aspectos regionales del conflicto y a su superación.

En cuanto a la sección de “Reseñas”, se hace el comentario del libro Frente Nacional: política y cultura, publicado por la Universidad Nacional de Colombia en 2021, que reúne textos de distintas áreas académicas bajo la coordinación inicial del profesor Rubén Sierra Mejía (1937-2020) y completa el trabajo riguroso del Seminario Cátedra de Pensamiento Colombiano. Además, se presenta el libro recientemente publicado por la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Julio Carrizosa Valenzuela, 1895-1974, que reúne la obra selecta del ingeniero, matemático e historiador de la ciencia, fundador de la Academia Colombiana de Ciencias y profesor, decano y rector de la Universidad Nacional de Colombia en dos oportunidades.

AUTOR

Álvaro Tirado Mejía

Profesor titular y emérito de la Universidad Nacional de Colombia, en cuya sede de Medellín fue el primer decano de la Facultad de Ciencias Humanas y vicerrector. Abogado de la Universidad de Antioquia y doctor en Historia de la Universidad París i Panthéon-Sorbonne. Ha ejercido como diplomático, siendo Embajador de Colombia ante la Organización de Estados Americanos (OEA), embajador de Colombia en Suiza y presidente de la Comisión Interaméricana de Derecho Humanos. 

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