Esta suposición, que para muchos es verdad, parte de premisas falsas, se niega a ver la inmensa diversidad regional que ha arrastrado el intento de construir un país desde su fundación en las primeras décadas del siglo XIX, y adicionalmente parece asumir que la sociedad colombiana se mantiene al margen de lo que sucede globalmente, sin enfrentar discusiones, modas, ideas o valores culturales que circulan globalmente.
Al contrario, la realidad de la sociedad colombiana es bien diferente si se mira con base en los datos que algunas investigaciones pueden arrojar sobre aspectos como la pluralidad religiosa, la diversidad étnica o la composición demográfica territorial que se ha venido dando en el país durante las décadas transcurridas desde los años sesenta hasta hoy.
Esta situación deriva de las transformaciones producidas en medio de un creciente proceso de secularización, que ha permitido la separación, ya incuestionada, entre la Iglesia católica y el Estado colombiano, incluso a pesar de que perviva el concordato como relación especial a manera de tratado internacional, entre la Santa Sede, como representante de la Iglesia católica y el Estado colombiano. Desde los cambios políticos iniciados en la década de los sesenta, las ideas que propugnan por una integración de las premisas y los valores del catolicismo dentro de las acciones de gobierno del Estado colombiano prácticamente han desaparecido o son marginales. Ello ha incidido en el hecho de que Colombia haya venido otorgando un nivel de reconocimiento y trato equitativo a los representantes de las diversas confesiones religiosas que se registran ante el Ministerio del Interior.
Un punto interesante de la diversidad de cultos es que esta puede tener una relación de soporte con (…) el crecimiento demográfico, que de forma específica se ha concentrado en las ciudades, consolidando a la sociedad colombiana como una de carácter específicamente urbano por encima de la población rural…
Un punto interesante de la diversidad de cultos es que esta puede tener una relación de soporte con el otro hecho mencionado: el crecimiento demográfico, que de forma específica se ha concentrado en las ciudades, consolidando a la sociedad colombiana como una de carácter específicamente urbano por encima de la población rural, rompiendo con ello la idea de una sociedad mayoritariamente campesina o de fuerte arraigo campesino, como sostuvieron diversos trabajos sociológicos hasta las décadas de los setenta y ochenta e incluso en 1990. Esta perspectiva también supera el análisis de la pluralidad únicamente desde el reconocimiento de las comunidades indígenas que, aunque juegan un papel importante, no determinan la diversidad de manera global, pues se estima que representan apenas un 3.4 % de la población del país, asentada en varias ciudades.
El crecimiento demográfico se dio por dos razones: una fuerte migración del campo a la ciudad, en la que intervinieron diferentes motivaciones y situaciones para generar movilizaciones internas, como la industrialización acelerada del país, lo que obligó a un masivo traslado de la mano de obra disponible, sobrante o en busca de nuevas ocupaciones, que se encontraba en el campo; también intervinieron en esa migración razones determinadas por las diferentes etapas y formas de la violencia campesina, en la que la lucha por la propiedad rural, la disputa por las tierras disponibles en las fronteras agrícolas, y la consolidación de formas agropecuarias de explotación hacían inviable una economía local de pequeña escala. Sin embargo, es importante anotar que, como también lo han señalado diversos trabajos históricos, contrario a esta lógica, la economía cafetera permitió el surgimiento y consolidación de una forma de producción que se basó en la participación de un gran número de productores campesinos poseedores de pequeñas y medianas fincas en una buena parte del territorio nacional, lo que incidió en la formación de ciudades cuya economía gira en torno al mercado del café, incluyendo insumos, derivados y turismo.
Sin embargo, entender el crecimiento demográfico urbano y su consolidación solo como un hecho determinado por la migración campesina, sin perder la importancia de dichas transformaciones, es limitar la comprensión del surgimiento de una cultura urbana que ha permitido que la secularización alcanzada encuentre diferentes vías de expresión, lo que ha posibilitado que la sociedad colombiana se reconozca en una diversidad que solo permite lo urbano. Una consecuencia de esta diversidad en relación con el crecimiento demográfico ha sido que Bogotá, como capital del país, ha pasado de ser únicamente la ciudad en la que se asienta el poder nacional, desde la década de 1870, a ser una ciudad que de alguna forma representa al país, está habitada con personas provenientes de diferentes regiones, con presencia de una amplia pluralidad de confesiones religiosas, de distintos grupos sociales basados en identidades compartidas y diferenciadas. Incluso allí y en el país ha crecido la presencia de comunidades de extranjeros que se han asentado de forma permanente, en una experiencia novedosa y diferente de lo que habían sido las comunidades de extranjeros instaladas en el puerto de Barranquilla a finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.
Actualmente, el Ministerio del Interior reconoce la existencia de 6449 lugares de culto entre iglesias, asociaciones de ministros, ministerios apostólicos, confesiones, confederaciones y diversas denominaciones, con una presencia mayoritaria en Bogotá…
De esta forma Bogotá, que es en sí misma la gran urbe que existe en Colombia, las otras grandes ciudades del territorio nacional garantizan una condición básica para la diversidad cultural en las sociedades contemporáneas. En términos de población, la capital del país tiene 7 412 566 habitantes, según el censo del Dane de 2018, a la que se suma el municipio de Soacha, en estrecha conurbación, con 660 179 habitantes, de acuerdo con el mismo censo, y que, para efectos prácticos de la vida diaria de una gran urbe, sumarían cerca de 8 000 000 de habitantes. Adicionalmente, debe considerarse la población de los municipios de la sabana, con los que Bogotá se ha negado sistemáticamente a establecer un área metropolitana que le permita tomar decisiones territoriales y de planeación de fondo. En esta dimensión los resultados de la investigación que ha venido realizando William Mauricio Beltrán C. tienen un sentido clave para el debate político y de valores sociales fundamental en el mundo contemporáneo: la diversidad religiosa encuentra un claro espacio para su ampliación y consolidación en las grandes áreas urbanas.
En los estudios de Beltrán, y según la encuesta que él y su grupo realizaron en 2010 (2012, p. 210), encontraron que el 70.9 % de los encuestados se declaraba católico, y en compensación, iba creciendo una masa de los cultos protestantes. Las cifras de diversificación por cultos, según el mismo estudio, reflejaban que entre el amplio y confuso espectro protestante el 14.4 % se declaraba cristiano evangélico, el 1.6 % pentecostal, el 0.3 % evangélico carismático, el 1.3 % testigo de Jehová y 0.5 % adventista, entre otros. También así, la política distrital de libertad religiosa y de cultos en Bogotá (2018), a partir de un análisis de representación, reconoce la presencia de congregaciones, capillas, mezquitas y sinagogas en la ciudad y sus alrededores, así como la existencia de musulmanes, vaisnavas (hare krishnas), judíos mesiánicos, mormones, budistas, hinduistas, y otros.
Estos estudios, junto con otros de aproximación cualitativa, han permitido ver que las ciudades son el escenario para el crecimiento del fenómeno de pluralidad religiosa, en medio del contexto de la secularización. Empero, es importante resaltar que tal diversidad religiosa ha llevado a situaciones críticas ante una noción radical de secularización, pues en las últimas dos décadas han surgido partidos políticos asociados, promovidos o directamente creados por los grupos religiosos que son feligreses dentro del amplio, y a veces confuso, espectro de la corriente del protestantismo cristiano, como el partido Mira o la gran alianza Colombia Justa Libres que reúne representantes de diferentes denominaciones protestantes, entre otros similares.
El contexto resultante de la combinación entre el crecimiento urbano de la sociedad colombiana (…) y la pluralidad religiosa e identitaria, entre cuyas manifestaciones cabe ubicar de manera creciente las identidades de género y de grupos étnicos (…) da como resultado que la pretendida homogeneidad de la sociedad colombiana en siglo XXI no existe...
Adicionalmente, es importante destacar que, en los entornos urbanos, sobre todo en Bogotá, Barranquilla, Maicao y unas pocas ciudades más, también están presentes pequeñas comunidades de judíos, musulmanes, anglicanos, ortodoxos y otras comunidades. De hecho, esta diversidad ha convertido en símbolo la ubicación de una mezquita en Bogotá junto a una escuela de cadetes del Ejército, en el cruce de la avenida NQS con la Calle 80. Actualmente, el Ministerio del Interior reconoce la existencia de 6449 lugares de culto entre iglesias, asociaciones de ministros, ministerios apostólicos, confesiones, confederaciones y diversas denominaciones, con una presencia mayoritaria en Bogotá, que cuenta con 1537 iglesias (24 % del total), seguido por Atlántico con 860 (13.3 %), Valle del Cauca con 694 (10.7 %) y Antioquia con 501 (7.7 %), sin incluir los grupos que surgen de manera espontánea sin personería jurídica o reconocimiento político-administrativo.
Esta diversidad religiosa presente en Bogotá se apoya con el creciente establecimiento de extranjeros que, para el país, según migración Colombia, se acerca a los 2000000 de personas, considerando que a 31 de diciembre de 2020, se registró la permanencia de 1 729 000 venezolanos, que aumentaron ostensiblemente el número de migrantes con vocación de permanencia en relación con años anteriores. Se supone que la mayoría de ellos tiene asiento en Bogotá, y en menor proporción, se ubica en las diferentes capitales del país, aunque hay cifras fluctuantes debido al movimiento mismo de esa población.
El contexto resultante de la combinación entre el crecimiento urbano de la sociedad colombiana, que según el Censo de 2018 equivale a más del 75 % de la población nacional, y la pluralidad religiosa e identitaria, entre cuyas manifestaciones cabe ubicar de manera creciente las identidades de género y de grupos étnicos, más los de intereses o condiciones específicas, da como resultado que la pretendida homogeneidad de la sociedad colombiana en siglo XXI no existe y, en consecuencia, es necesario y urgente emprender nuevos estudios que den una imagen de conjunto y amplia, para identificar las tendencias de conformación y cohesión social de la sociedad. En medio de este debate, también es necesario tener en cuenta el desacierto que trajo la decisión de los gobiernos nacionales de las últimas dos décadas de excluir de la enseñanza básica secundaria la historia y la geografía, toda vez que lejos de favorecer la construcción de elementos de cultura común que puedan permitir el consenso político y cultural, han llevado a una creciente dispersión y a una segura confrontación.
Referencias
- Alcaldía Mayor de Bogotá. (2018). Política pública de libertades fundamentales de religión, culto y conciencia para Bogotá Distrito Capital 2018-2028. Bogotá: Autor.
- Beltrán, W. M. (2012). Descripción cuantitativa de la pluralización religiosa en Colombia. Universitas humanística 73, 201-237.
- Ministerio de Cultura (2019). Política de diversidad cultural. Bogotá: Autor.
- Ministerio de Relaciones Exteriores (2021). Migración/Estadísticas. Bogotá: Autor.