Además, las primacías urbanas no han sido permanentes y presentan una propensión a la sustitución de centros de poder. Veamos cómo se llega a esta permanente composición y recomposición del urbanismo colombiano.
Una de las paradojas del poblamiento colombiano ha sido la ausencia de ciudades prehispánicas. Al contrario de lo acontecido en los altiplanos de los Andes centrales, así como en Mesoamérica, donde se desarrollaron poderosos Estados y magníficas ciudades, en el actual territorio de Colombia y en su reemplazo, el poblamiento se realizó de manera dispersa, organizado en cacicazgos, como se dio en los altiplanos. En las tierras bajas el poblamiento, en general, se presentó bajo la forma de nómadas cazadores y recolectores.
Con la dominación española, por tanto, se dio inicio al establecimiento de un sistema urbano, que constituyó la columna vertebral del orden territorial. En una estricta jerarquía vertical, que expresaba la concepción del poder, el orden urbano establecido estaba organizado en ciudades, villas, parroquias y pueblos de indios, donde la primera se encontraba en el ápice del poder territorial y de ella dependía el resto de los centros urbanos. Este ordenamiento territorial expresaba la metáfora del poder español, en cuya cabeza se encontraba el rey y de él se desprendían el resto de miembros del cuerpo político. El ordenamiento territorial, por tanto, expresaba lo que se concebía como orden, tanto en el conjunto del territorio dominado por España, como en el interior de las ciudades y villas, puesto que el espacio urbano igualmente se organizaba de manera jerarquizada. Desde la plaza mayor, diseñada como un recipiente contenedor de los símbolos de la dominación española, los urbanistas coloniales habitaban el espacio urbano según su pertenencia a los estamentos sociales. A mayor primacía social, se vivía más cerca de la plaza mayor, comenzando por el fundador cuya residencia se encontraba en este lugar y a la sombra de la iglesia-catedral.
El establecimiento del orden urbano fue particularmente exitoso en los lugares habitados por sociedades sedentarias, como los altiplanos de Santafé y Tunja, Pamplona, Pasto y Popayán. En el occidente se fundaron ciudades mineras para explotar los placeres auríferos. A lo largo del valle del río Magdalena se fundaron algunos puertos y en la costa Caribe fueron erigidas tres ciudades puertos: Cartagena, Santa Marta y Riohacha. El éxito de estas redes urbanas contrastaba fuertemente con las dificultades de establecer la sociedad mayor española en las tierras bajas donde habitaban poblaciones nómadas, y allí los esfuerzos urbanizadores españoles encontraron fuertes resistencias, como sucedió en la Amazonia, Orinoquia, Pacífico, valle del río Magdalena y gran parte de la llanura Caribe.
Una de las paradojas del poblamiento colombiano ha sido la ausencia de ciudades prehispánicas.
La estrategia urbanizadora que impuso España consistió en establecer centros urbanos allí donde había recursos en densidades suficientes para explotar. En consecuencia, las ciudades administrativas se fundaron en los territorios de altas densidades de indígenas sedentarios; en el occidente se crearon ciudades, y en el río Magdalena y la costa Caribe los puertos. Esto dio como resultado una amplia presencia del Estado español en el espacio neogranadino, muy útil para la utilización de los magros recursos del Imperio. Pero, al mismo tiempo, creó un sistema urbano fragmentado en el que las primacías urbanas se encontraban dispersas en todo el territorio. Vale decir, no había un gran centro de poder porque este estaba disperso en diversas ciudades. Así, Cartagena, el gran puerto en el Caribe y bastión fortificado, no tenía mayores relaciones con la capital, Santafé de Bogotá. A su vez, Popayán, dominante de los ricos veneros auríferos del occidente, disponía de sus propias rutas comerciales. De tal manera que la capital resultaba ser más el centro formal del poder que una ciudad donde se concentraran las primacías económicas, demográficas y sociales.
Si este sistema se encontraba profundamente fragmentado, esto se incrementó desde mediados del siglo XVIII. En efecto, desde mediados de esa centuria se inició un fuerte proceso de crecimiento demográfico y de expansión territorial que se expresó en varios procesos de colonización. En el Caribe un impresionante empuje ocupó las llanuras del Sinú y otro la ribera del río Magdalena. En respuesta a las amenazas de la ruralización mestiza, que en estas provincias se expresó como arrochelamiento, la Corona envió a funcionarios a que urbanizaran a estos campesinos y como resultado de ello surgieron numerosas poblaciones que luego dieron origen a prósperas ciudades, como Montería, por ejemplo.
En las provincias del centrooriente este fenómeno tuvo otras expresiones, como el fortalecimiento de parroquias y villas que disputaron la primacía de las ciudades. Este fue el caso de El Socorro y San Gil, que competían con el poder de Vélez y Tunja, así como Cúcuta empezaba a posicionarse como el nuevo epicentro e iniciaba el desplazamiento de Pamplona y la Villa del Rosario.
En los Andes centrales sucedió otra profunda transformación territorial consistente en la colonización antioqueña de donde resultaron el establecimiento de numerosas poblaciones en las vertientes cordilleranas de esas montañas. El desplazamiento hacia el sur de los pobladores pronto se encontró con otra corriente de poblamiento que procedía de las provincias del sur.
Todo esto dio como resultado el surgimiento de nuevas centralidades urbanas que disputaron el orden soñado por España al iniciar el siglo XVI. Algunas villas como Mompox discutían la autoridad de Cartagena de imponerse en esta provincia, como también lo hacía Medellín frente a Santa Fe de Antioquia, así como las villas y parroquias de los valles del Fonce y del Suárez, que subvertían el orden tradicional. Estos replanteamientos del orden político y económico que se sucede desde mediados del siglo XVIII concluyeron en la crisis de la independencia, porque estas tensiones alimentaron el conflicto conocido como la Patria Boba que expresaron, por la vía del enfrentamiento militar, las disputas por las nuevas primacías urbanas.
La guerra de independencia incidió de manera contundente en las estructuras urbanas. Por una parte, el conflicto golpeó a las ciudades poderosas, como Cartagena y Popayán por ejemplo, y por otra cambió de manera radical la vida urbana con la instauración de la República.
La guerra de independencia incidió de manera contundente en las estructuras urbanas. Por una parte, el conflicto golpeó a las ciudades poderosas, como Cartagena y Popayán por ejemplo, y por otra cambió de manera radical la vida urbana con la instauración de la República. El triunfo de las armas en 1819 implicó la instauración de una nueva legitimidad al sistema político al establecer el principio de que el poder se deriva del pueblo. Con ello surgió un nuevo actor social, el ciudadano, que expresaba su opinión en el espacio público, y legitimaba el sistema mediante el ejercicio del voto, base de la representación política.
De esta manera, al mismo tiempo que estaban cambiando las primacías urbanas desde mediados del siglo XVIII, cambio acelerado por la destrucción de la guerra, las ciudades iniciaron una transformación profunda con el nuevo actor, el ciudadano, con la resignificación de los espacios urbanos, al introducirse el espacio público, y con las movilizaciones políticas de los partidos políticos fundados en 1848 y 1849. Todos estos cambios transformaron de manera definitiva la vida urbana.
Como si esto no fuera suficiente, desde mediados del siglo XIX se inició la economía exportadora y con ello se introdujo una nueva fuerza transformadora de las primacías urbanas. En efecto, la economía cafetera se convirtió en una nueva fuerza de urbanización, y con ella surgieron nuevos centros urbanos que crecieron muy rápidamente y se convirtieron en prósperas ciudades como Cúcuta, Manizales, Medellín, Pereira, Armenia, Líbano, y de manera sorprendente, Barranquilla. Ya no eran las ciudades de los altiplanos, como en la Colonia, las ciudades primadas, sino las de vertiente, las que comenzaban a jalonar la vida urbana.
Desde mediados del siglo XIX se inició la economía exportadora y con ello se introdujo una nueva fuerza transformadora de las primacías urbanas.
Sin embargo, todas estas sucesivas dislocaciones del orden urbano presentaban una continuidad bastante singular. Este fue el caso de Bogotá, que no solo mantuvo su condición de capital sino que fue la ciudad que más creció en el tránsito de la Colonia a la República. Gracias a su localización geográfica, se convirtió en una especie de puerto de montaña que controlaba las comunicaciones entre el centrooriente, agrícola y artesanal, y el occidente, minero y agroexportador. Además, la disposición de los recursos que le proporcionaba el rico altiplano cundiboyacense, se convirtió en el centro de la modernización agrícola que se inició en la segunda mitad del siglo XIX.
Consecuencia de ello es que el primer gremio empresarial, la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), naciera en esta ciudad. A estos atributos hay que sumarle la alta densidad institucional derivada de ser el centro del Estado republicano. Una característica de la capital era que ofrecía servicios educativos, era sede de colegios y de universidades, y el lugar donde se fundó la Universidad Nacional en 1867, que constituyó la simiente de la educación pública nacional. Más tarde, la creación del campus universitario en 1936 formó parte de la celebración del IV centenario de la fundación de Bogotá y fue una de las piezas urbanas de ampliación del espacio público, mostrario de la ciudad moderna y ejemplo para el resto del país.
El surgimiento de las metrópolis regionales, a saber, Barranquilla, Cali, Medellín y Bogotá, complementadas luego con la reciente consolidación de Bucaramanga, y un amplio grupo de ciudades intermedias, nos mostró que hemos estado, hasta ahora, exentos de la macrocefalia urbana que caracteriza a buena parte de Latinoamérica. Además, nuestro relato ha buscado mostrar cómo han sucedido varias dislocaciones de las redes urbanas y han surgido nuevos epicentrismos, en una constante sustitución de primacías urbanas, relativamente efímeras. Hoy, iniciando la tercera década del siglo XXI, observamos cómo algunas ciudades de reciente prosperidad, como Medellín, han ralentizado su crecimiento y son las ciudades de la frontera agraria de Urabá las que más crecen, lo que nos muestra las rápidas transformaciones que ha tenido, y continúa teniendo, el sistema urbano colombiano.