La sociedad rural y el campo colombiano han sido ejes indiscutibles del desarrollo del país. Al mismo tiempo, su atraso relativo en materia social y económica muestra los sesgos urbanos que ha tenido nuestro desarrollo y, por tanto, la inmensa deuda que el país ha acumulado con el mundo rural. El campo ha sido, además, el escenario principal del conflicto armado
Diariamente se produce una gran cantidad de informes sobre cómo va la implementación de los acuerdos de paz. Pero a menudo resulta imposible diferenciar qué de estos informes son realmente sustanciales y qué son asuntos menores y meramente circunstanciales.
¿Por qué Colombia no ha sido capaz de formalizar y distribuir equitativamente la propiedad rural? Ahora, cuando el Acuerdo de Paz con las Farc contempla hacer una reforma rural integral que formalice y distribuya mejor la tierra rural, el país no entiende cuáles son los obstáculos que impiden ejecutar esa tarea con una eficiencia razonable en favor de los campesinos.
A juzgar por la abundante expedición de leyes y normas orientadas a modificar la estructura agraria, desde la década de los treinta, da la impresión de que Colombia ha estado persiguiendo la forma más adecuada de corregir las restricciones más apremiantes, relacionadas con la inequitativa e ineficiente distribución de la tierra, que limitan el desarrollo de su agricultura y el progreso económico y social de los habitantes del campo.
Mientras la agricultura prospera, todas las demás artes son vigorosas y fuertes, pero donde la tierra se ve obligada a permanecer desierta, el manantial que alimenta las otras artes se seca”, Jenofonte (440-355 a. de C.)
En la Edad Media, previo al descubrimiento y conquista de América, la nobleza y el clero en Europa poseían la mayoría de las tierras más productivas, sobre las cuales se sustentaba buena parte de su poder económico y político.
Una de las más dramáticas trasformaciones jurídicas con las cuales se inicia el siglo XIX es el cambio que sufre el derecho de propiedad a partir del mensaje de Los derechos del hombre y del ciudadano y la expedición del Code Civile Napoleónico (Grossi, 1986, p. 21).
En los años treinta cuando se expidió la Ley 200 de 1936, el problema agrario se caracterizaba por una inadecuación de la estructura agraria a las necesidades del desarrollo industrial y la ampliación del mercado interno. La producción agropecuaria estaba en manos de pequeños productores (campesinos, aparceros, arrendatarios y colonos) que mantenían una economía de subsistencia sin capacidad de generar productos para la industria y un mercado interno más amplio.
En contravía de la tendencia latinoamericana de concentrar el desarrollo urbano en una gran ciudad capital, en sus casi cinco siglos de historia urbana Colombia ha mostrado una clara tendencia a la descentralización de su urbanización.
En los debates con los que se construye la vida política colombiana, entre intelectuales, periodistas, gobernantes y políticos en liza, se ha mantenido la idea de que la sociedad colombiana es de carácter más bien homogéneo, que en general conserva ideas políticas, valores culturales y preferencias sociales heredadas, dependiendo de quién haga las aseveraciones, o bien del siglo XIX o bien de la primera mitad del siglo XX.
Una grave crisis social, sanitaria, laboral y de hábitos de consumo recorre el mundo, que ha profundizado la desigualdad y la pobreza en todos los países.
Hablar del ethos universitario implica abordar de manera holística el sentido y carácter, la personalidad, por así decirlo, la identidad o la impronta que caracteriza las instituciones, cimentada en valores compartidos, alineados con entornos formales o normativos que buscan darle fuerza al cumplimiento de objetivos colectivos.
Gerardo Molina (1906-1991) fue un estudiante de la libertad. Leyó y escribió sobre ella, desde el principio de esperanza. Como romántico revolucionario, nunca dejó de cortejarla por medio de gestas sociales y políticas. Creía que la mejor forma de enamorar a la libertad y a la utopía era luchando, porque estaba convencido de que la contradicción es fecunda.
Gerardo Molina Ramírez fue el menor de once hijos de una familia humilde radicada a comienzos del siglo XX en el municipio de Gómez Plata en el noreste antioqueño. El sustento familiar provenía del ordeño y venta de la leche de unas vacas de sus padres, Patricio y Eloísa.